Este 19º aniversario del 11 de septiembre no será uno más. Después de marchas y contramarchas, habrá homenaje, como todos los años y a la medida de los estadounidenses. Lo anunció el gobernador Andrew Cuomo en Twitter: «NYS proveerá protección y supervisión para que el Tributo de la Luz se desarrolle de manera segura. Me alegra que podamos seguir con este homenaje a aquellos que perdimos el 9/11 y al heroísmo de los neoyorkinos. Nunca los vamos a olvidar».
El Tributo de la Luz es una instalación lumínica que emula a las torres que ya no están. Se presentó por primera vez seis meses después del atentado y se repite desde entonces todos los aniversarios. Son dos rayos de luz que suben poco más de 6 kilómetros en dirección al cielo, imitando la forma y la orientación de las Torres Gemelas.
Durante el homenaje, familiares de las víctimas permanecerán en la plaza del Memorial, siguiendo indicaciones sanitarias y distancia social. Si bien el foco de la celebración siempre estuvo en los familiares de las víctimas leyendo sus nombres desde el escenario, en esta oportunidad se utilizarán grabaciones que integran una exposición permanente del museo.
Además, durante la ceremonia habrá varios momentos de silencio: a la hora en que embistieron y cuando cayeron cada una de las dos torres, la del ataque al Pentágono y la de la caída del vuelo 93 de United Airlines.
Por otro lado, el 11-9 Memorial Museum reabrirá este viernes exclusivamente para familiares de víctimas. Mientras que desde el sábado 12 recibirá al público en general. Si bien el sector al aire libre del Memorial está reabierto desde el 4 de julio, el museo permanecía cerrado desde el 13 de marzo.
Claro que los asistentes deberán comprar sus tickets con anticipación, usar tapabocas, pasar por el termómetro digital y seguir medidas sanitarias específicas. El museo reducirá su capacidad 25%, tendrá horarios acortados por cuestiones de higiene y no habrá cafetería.
Una cita con el recogimiento
Nada más lejos de la frase «aquí no ha pasado nada». Pasó. Y esto que se ve, aún rodeado de grúas, es parte del nuevo paisaje urbano.
La transformación del downtown dramática. A quienes conozcan Nueva York por primera vez les será casi imposible imaginar esa gran área tal como era antes del fatídico 11 de septiembre. Y los que hayan estado antes tampoco se ubicarán fácil. La gran manzana del WTC, con las dos grandes torres y otros cuatro edificios de oficinas, está ahora compuesta de manzanas más pequeñas, atravesadas por calles nuevas.
Casi 20 años después, este lugar ya no es -y nadie quiere que lo llamen- Ground Zero, un término que se asocia con la devastación. Donde hubo dos millones de toneladas de escombros, ahora hay un memorial rodeado por más de 400 robles blancos, un museo, la One World Trade Center, el rascacielos que simboliza el resurgimiento de las dos torres, varios edificios de oficinas nuevos (que reemplazaron a los que cayeron o tuvieron que ser demolidos como consecuencia del ataque) y el WTC Transportation Hub, con la gran estructura del catalán Santiago Calatrava conocida como Oculus sobre un flamante centro comercial.
El memorial se inauguró en 2011 y el museo, tres años después. En el lugar de los cimientos de las torres hay dos fuentes negras, cuadradas, cuyo centro es otro cuadrado, más pequeño, en el que las aguas caen y se pierden. Para reafirmar la sensación de ausencia, el perímetro de ambas está rodeado de un mármol con el nombre de las 2.977 víctimas de 2001, y de las 6 de la bomba con la que atacaron el World Trade Center el 26 de febrero de 1993. Están calados en el mármol negro y allí se coloca, cada vez que uno de ellos cumpliría años, una rosa blanca en su honor.
El interior del Memorial
Dentro del museo, la experiencia es más conmovedora aún. Al ingresar, los turistas son invitados a asistir a un video que, por si hubiera alguna duda, pone de manifiesto lo aberrante de los atentados.
Luego, al iniciar el recorrido, se ingresa por un pasillo en el que sólo se ven fotos de la cara de asombro y desolación de la gente aquella mañana 11 de septiembre. A veces, la expresión de espanto es tan espantosa como el espanto mismo. El resto lo hacen las columnas de hierro retorcidas como si fueran plastilina, los coches de bombero partidos al medio, la reconstrucción de un mostrador cualquiera tapado de polvo, los restos de memorándums quemados en pedacitos mínimos, los amasijos de cemento y acero.
El único lugar en el que no pueden sacarse fotos es el gran recinto donde se exhiben los retratos de las víctimas. Allí, todos tienen un rostro y un nombre (los pocos que carecen de foto son representados por una hoja de roble, los árboles que están plantados fuera).
El siniestro collage se vuelve aún más triste acompañado por la voz de los parientes que los nombran. Dicen su nombre y apellido, y agregan qué vínculo tenían. Son menos anónimos cuando se los recuerda como «mi hijo», «mi papá», «mi hermano», «mi abuela».
El fuego de los incendios demoró 100 días en extinguirse por completo, las tareas de rescate llevaron nueve meses. En 2019, cuando se cumplieron 17 años de ese primer «final», se inauguró el 9/11 Memorial Glade, un claro con seis monolitos de piedra -que incluye restos de las torres del WTC- para homenajear a quienes murieron o enfermaron por estar expuestos a toxinas durante el salvataje.
El claro está muy cerca del Survivor Tree, un peral de Callery, que además de ser bello es especial por ser el único árbol sobreviviente a la tragedia. Fue rescatado, recuperado y vuelto a plantar entre los robles, y conmueve al florecer aún cada primavera.