Entrevista por Manuel Alcántara / Latinoamérica21
Desde su despacho, el abogado y economista Ernesto Samper Pizano (de 73 años de edad), presidente de Colombia entre 1994 y 1998 conversa con Manuel Alcántara, uno de los grandes expertos de la política de América Latina.
Este descendiente de distinguidas familias protagonistas de la historia del país, ha ocupado, además de la presidencia, varios cargos hasta la Secretaría General de la UNASUR entre 2014 y 2017.
—¿Cuál es tu diagnóstico de la situación política en Colombia?
—Parafraseando al presidente Correa, en Colombia no estamos viviendo una época de cambios, estamos viviendo un cambio de época. La firma del Acuerdo de Paz de la Habana en 2016, de alguna manera puso fin a un conflicto de muchos años. Antes era muy sencillo descalificar una candidatura de izquierda porque había una confusión de la cual se aprovechaban los enemigos de la Paz, para señalar que esos sectores estaban en convivencia con la lucha armada. Ese tema se resolvió con la ley de víctimas ya que se estableció que en Colombia lo que había no era una amenaza terrorista, sino un conflicto armado y que, en consecuencia, se podía aplicar el derecho internacional humanitario y que los destinatarios de la política de paz eran las víctimas. El Pacto Histórico fue un proyecto político alternativo y ganó. En 200 años Colombia no había tenido un gobierno de izquierda. Esto fue un tsunami y ahora estamos viendo cómo nos ajustamos a esa nueva realidad.
—¿Y este ajuste se está haciendo con reglas nuevas, las salidas de la Constitución de 1991?
—La Constitución de 1991 de alguna manera también fue un tratado de paz porque fue diseñada y aprobada por representantes de la guerrilla M-19 que se desmovilizó para participar en el proceso constitucional. La nueva Constitución removió una serie de obstáculos que existían en la antigua que venía de 1886 y permitió que se expresaran sectores que hoy están gobernando como los movimientos sociales o expresiones políticas de izquierda. Es una constitución garantista, no solo porque consagra una serie de Derechos Humanos, sino porque contiene figuras jurídicas que permiten a los ciudadanos reclamar sus derechos. Sí hay una cierta simbiosis y, de alguna manera, el marco que fijó la Constitución de 1991 permitió el desarrollo del proyecto político del Pacto Histórico.
—El presidente Petro no tiene mayoría en el congreso ¿es este un obstáculo para la gobernabilidad del país?
—No lo fue en la primera etapa de su gobierno cuando se aprobó la reforma tributaria progresiva que aumentó los impuestos a los altos sectores de contribución. Tampoco para aprobar las normas que permitieron avanzar en lo que se ha llamado la Paz Total para incorporar, no solamente a grupos tradicionales alzados en armas que no participaron en los acuerdos de La Habana, sino también a otras organizaciones criminales a que se sometan a la ley. Ahora el gobierno ha cambiado y ha decidido tratar de sacar sus proyectos a través de consensos por fuera del Congreso. Están pendientes reformas sociales, de la salud, al régimen de pensiones y laboral que son tres proyectos muy importantes del proyecto político del presidente. Es otra forma de gobierno que es inédita en Colombia.
—Si estuvieras en el Palacio de Nariño, ¿qué problema actual te quitaría el sueño?
—El narcotráfico porque cruza las distintas formas de violencia en Colombia. Financia lo que queda de la guerrilla, los grupos paramilitares, sus propios ejércitos de sicarios y la corrupción en la política. El narcotráfico seguirá siendo el principal dolor de cabeza y la manera de solucionarlo no es necesariamente siguiendo los derroteros que traza Estados Unidos. Tenemos que encontrar una nueva política antidrogas a nivel internacional que no haga recaer el peso de la lucha en los eslabones débiles de la cadena, sino que dirija la atención hacia los eslabones duros que son las organizaciones criminales, los narcotraficantes, los lavadores de dólares.
—¿Cuál es tu diagnóstico de la situación política de América Latina?
—El problema de América Latina gira alrededor de la exclusión social. Tenemos que ir hacia sistemas fiscales más progresivos y la pregunta es si volvemos al modelo neoliberal o por el contrario pensamos en uno nuevo, mucho más solidario. Tenemos que superar la condición extractivista y ser capaces de agregar valor y también está el tema de la transición ecológica. Y, finalmente, está el tema de la integración regional.
—¿Cómo reiniciarías tú la construcción del proceso integrador?
—Unasur ha sido el experimento más exitoso de integración en América Latina en años recientes, no solo porque integra temas como la democracia, la paz o los derechos humanos, sino también porque fue un proceso que desarrolló agendas sectoriales al estilo de la Unión Europea, que dejaron un patrimonio de convergencia que pueden servir a futuro. Lula ha venido reactivando la Unasur y han anunciado su regreso Brasil, Argentina, Colombia, Paraguay y, seguramente, Uruguay hará lo propio. La idea es superar la ideologización de las relaciones internacionales y la polarización ideológica alrededor de ellas. Por otro lado, la Celac puede ser una cancillería de América Latina que nos represente ante el mundo, como podría serlo en Naciones Unidas. Y el tercer escenario, es el de una matriz de convergencia entre los distintos organismos subregionales de integración. No vale la pena tener agendas sectoriales cuando se puedan trabajar y sumar esfuerzos.
—¿Quiénes son los enemigos de la integración?
—Los acuerdos de libre comercio que suscribió Estados Unidos con Perú y Colombia acabaron con la Comunidad Andina e impidieron que Chile llegara al Mercosur. La integración es construir región, a través, de infraestructura, de movilidad, de profesionales, centros de ciencia y tecnología. Los acuerdos de libre comercio nos llevan a la desintegración.
—¿Cuál sería tu diagnóstico sobre la situación política en el mundo?
—La inseguridad alimentaria, el cambio climático, la inteligencia artificial o la paz global son problemas globales. Pero la guerra de Ucrania y Rusia, aunque muchos pensábamos que no tenía que ver mucho con nosotros, es fundamental, no solo por el encarecimiento de los alimentos, los combustibles o los fertilizantes, sino porque es el punto de partida de un proceso de desglobalización. Mucho de lo que habíamos avanzado en la construcción de reglas en la eliminación de obstáculos y dificultades, en la desidiologización de las relaciones internacionales, se está perdiendo. Y se está demostrando la incapacidad del sistema de Naciones Unidas para detener un proceso de confrontación global. Tenemos que comenzaba a trabajar en una reforma del sistema de Naciones Unidas que reequilibre las cargas.
—¿Es la política una profesión?
—Es una vocación y cada día lo es más porque está progresando la antipolítica. Así como nos venden cerveza sin alcohol, café sin cafeína, gaseosa sin azúcar, se está vendiendo la política sin políticos, y con antipolíticos. Están apareciendo cantidad de personajes que disputan los espacios tradicionales y eso se debe a una crisis muy profunda de representación. Los partidos han venido perdiendo espacios institucionales que han ganado unos poderes fácticos, hacia la derecha especialmente. Una buena expresión de ese fenómeno es el lawfare, que es la judicialización de la política.
—¿Qué atributos debería tener un político?
—La coherencia es fundamental, da una gran credibilidad y creo que es muy importante la transparencia, así como la conectividad con la gente, con sus pequeños dramas. Los pequeños problemas de la gente pueden ser sus grandes tragedias. Por ello, yo he coleccionado consejos de expresidentes, especialmente colombianos. El expresidente Turbay decía, “si quiere triunfar en política haga lo de los buenos aviadores, vuele alto y mire hacia adelante”. El expresidente Barco decía, “nunca utilice un puesto en política para llegar a otro puesto más alto, porque ni se queda dónde está, ni llega dónde quiere llegar”. La recomendación de Belisario Betancur fue, “nunca gradúe a nadie enemigo porque le ejerce”, mientras cuando uno le pedía un consejo a López Michelsen este decía, “le voy a dar un consejo, no pida consejos”. Creo que esa colección de experiencias me ayudó a centrarme pero el oficio de políticos se aprende con la vida. Eso no lo enseñan en Harvard ni en Salamanca. A nadie le enseñan a ser presidente.