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Elena Calleja, psicóloga clínica: «Sin Dios no hay salud, ni mental, ni física»

por Avatar El Debate

Palabras como ansiedad, estrés, depresión o suicidio, e incluso términos reservados hasta hace poco al argot científico como benzodiacepinas, ansiolíticos o cortisol, han roto las paredes de las consultas médicas para tornarse en moneda de uso común. El Congreso de los diputados, los programas más vistos de la televisión, los influencers con más seguidores, las charlas en colegios e institutos, las listas de libros más vendidos, y hasta no pocas homilías se han visto envueltas, casi sacudidas, por una corriente que abandera la legitimidad de hablar en público de los problemas de salud mental.

Pero, ¿cuál es la raíz del problema? Elena Calleja, psicóloga clínica, experta en inteligencia emocional, influencer con más de 22.000 seguidores en redes sociales, católica confesa y promotora de incluir la dimensión trascendente en el área de la Psicología, habló sobre cuestiones como si la salud mental es una moda pasajera, si la estamos convirtiendo en un nuevo tótem prometeico, o si estamos sustituyendo a Dios por los psicofármacos. Y este es su diagnóstico:

–Empezamos sin anestesia: ¿La preocupación por la salud mental es una moda pasajera o ha llegado para quedarse?

En cierto sentido, la salud mental siempre ha tenido que estar de moda, porque siempre ha habido enfermedad mental. Pero a raíz de la pandemia ha habido una evolución tan grande en la preocupación por nuestra salud mental que corremos el peligro de convertirla en una moda a la que sumarnos. Muchas veces veo cómo, igual que hay quien tiene su entrenador personal, parece que debe tener su psicólogo personal. Y eso está muy bien… pero cuando hace falta. No todo el mundo necesita un psicólogo, aunque muchísima gente lo necesite. Es cierto que ir al psicólogo siempre es bueno, ya sea cuando estamos mal, por el propio crecimiento personal o para adquirir inteligencia emocional. Pero una cosa es ir para crecer, y otra es que necesitemos ir para resolver un problema o una enfermedad. Me gustaría que la preocupación por la salud mental se quede para siempre, pero sabiendo que nos encontramos ante una ciencia.

–Hay quien habla de una epidemia de mala salud mental. ¿Cuáles son las causas de que hayamos llegado a este punto?

Son múltiples, pero nuestro principal problema es que nos falta una buena gestión de la libertad.

–¿A qué se refiere?

A que hoy tenemos demasiados inputs, demasiadas opciones, demasiadas posibilidades para hacer o deshacer, y no estamos hechos para gestionar tantas opciones de manera correcta. Hablo de cuestiones cotidianas y también de problemas serios: la pornografía, la sexualidad desbordada, las elecciones afectivas, las compras, las pantallas… Cuantos más inputs, más ansiedad y peor gestión emocional. Y cuando no gestionamos bien nuestra libertad, nos volvemos psicológicamente inestables. Tener un campo tan abierto de opciones vitales, a no ser que tengamos una madurez muy desarrollada, nos suele llevar a tomar malas decisiones. Y las malas decisiones suelen derivar en una mala salud mental. Y esto ocurre siempre, porque las buenas decisiones son buenas para nosotros, y las malas, son malas.

–Es decir, que no todo es subjetivo, y hay formas de vida que nos construyen y otras que nos destruyen, incluso la salud…

Eso es así al cien por cien. La libertad bien gestionada da lugar a una buena salud mental. Pero la falta de libertad o la libertad mal gestionada da lugar, sobre todo, a mucha insatisfacción personal. Por eso hoy vemos a tantas personas tristes, insatisfechas, con anhelos que no consiguen llenar. Por ejemplo, un motivo grande de consultas es que muchas personas intentan satisfacer por otras vías los anhelos que solo la espiritualidad puede llenar. Hoy muchas veces confundimos el sentirnos libres con escapar de nuestra realidad.

–¿Existe entonces alguna relación entre la mala salud mental que sufrimos y el hecho de que cada vez más personas se alejen de Dios y vivan como si Él no existiera?

¡Por supuesto! Sí, al mil por mil. Sin Dios no hay salud. Ni mental, ni física. Yo uno mucho el cultivo de la espiritualidad con la salud mental, porque me parece importantísimo para cualquier persona, y sobre todo para los que somos cristianos. Mira, yo puedo tener una salud mental maravillosa, una salud física muy buena, estar sin problemas materiales, y aun así tener un sentimiento de vacío que me lleve a vivir cosas muy difíciles. Ahí está el drama del suicidio, que parece un tabú. El suicidio es la pérdida del sentido de la vida, y por eso coincide con personas que se alejan de Dios o viven de espaldas a Él. Ahora en consulta veo cómo se repite algo que me preocupa mucho: muchos católicos ponen demasiado ímpetu en la salud mental, y como se sienten más seguros, dejan de ir a misa, dejan de rezar… y se olvidan de ir a Dios, que es el único que sana realmente. La distancia con Dios nos lleva no solo a una salud mala en general, sino a la pérdida del sentido de la vida.

–¿Pero de verdad estamos tan mal? ¿No será que hay un exceso de medicación y de «psicologización» de problemas normales?

Realmente sí estamos tan mal. Y un ejemplo es precisamente ese abuso de la medicación. Hoy todo el mundo lleva un Lexatin en el bolso, y a la mínima se toma un antidepresivo. Una persona que está mal, evidentemente necesita medicación, pero tiene que estar bien pautada por expertos que digan que de verdad lo necesita. Tenemos psiquiatras maravillosos y psicólogos estupendos, pero, tristemente, también veo muchas situaciones en las que se receta medicación para que la gente se quite de delante el problema, sin resolverlo. Como sociedad no nos enfrentamos a las cosas que nos cuestan. Y el resultado es que vamos haciendo una bolita que crece cada vez más, hasta que no podemos gestionarlo. Quien sabe gestionar sus problemas es una persona que se enfrenta a ellos, que busca ayuda, que mira sin miedo a lo que está ocurriendo. Además, hay un poco de sobreinformación sobre este tema.

–¿Y eso en qué afecta?

En que cuando tenemos demasiada información sobre lo que nos pasa, tendemos a psicopatologizar cosas que son normales. Un ejemplo: una persona que viene a mi consulta porque ha roto con su pareja después de diez años, y me pide un antidepresivo porque está triste. ¡Pero si lo más normal es que estés triste! En un caso así, tienes dos rumbos: o lo tomas como una experiencia de dolor que tienes que saber aguantar, trabajar y gestionar, o se puede volver una patología: una ansiedad, un trastorno obsesivo compulsivo, una depresión. Y la sociedad no nos ayuda a gestionar el dolor y a llevar los problemas con cabeza.

–En este panorama de desnorte existencial generalizado, ¿estamos convirtiendo la salud mental en un ídolo, en una especie de tótem que nos promete el paraíso en la tierra, con una vida resuelta y feliz si seguimos una serie de pautas y tratamientos?

Rotundamente sí: estamos convirtiendo la salud mental en un nuevo ídolo. Pero es que sin cruz no hay salud mental. Como dicen en la película La cabaña, «queremos la promesa de una vida sin dolor y eso no es posible». Queremos es ser siempre felices y tener todo bajo control. Pero eso está muy lejos de la realidad. ¡Y muy lejos de la vida de un cristiano! No podemos olvidar que la cruz es lo que nos acerca a Dios. Si me alejo de la cruz, me alejo de Dios. Quien se aleja de la cruz porque quiere tener todo bajo control y hace de la salud mental su pilar, inevitablemente se aleja de Dios ipso facto. Y al hacerlo, hace imposible una buena salud mental.

–Y eso, ¿cómo se revierte?

La psicoeducación es clave en la niñez, pero también de adultos. Hay que tener más tolerancia a la frustración y al dolor, encarar las cruces y ver las cosas buenas que nos trae cada cosa negativa. A modo de ejercicio, invitaría a pensar: ¿Cómo sería hoy mi vida si todo lo que en el pasado quería que pasase, hubiera pasado de verdad? Seguramente hoy no sería ni la mitad de feliz. Y segundo: ¿Por qué quiero ser autosuficiente, por qué tengo que saber lo que más me conviene? Aquí ya podemos sacar muchas cositas más. Entonces, ¿cómo lo revertiría? Pues agachando la cabeza, sin olvidar que Dios siempre tiene la solución a todo. Suena fuerte, y yo misma lo he experimentado por la muerte de mi padre, pero de la cosa más dolorosa, Dios saca una bendición bestial. Si enfocamos la salud mental como un ídolo y demonizamos la debilidad o la enfermedad, nos alejamos de nuestra identidad y de lo más importante: el sentido de la vida que nos da Dios.