La reliquia del velo de la Verónica está intrínsecamente unida al Vía Crucis, al doloroso camino de Jesús hacia la cruz, en el que se menciona que una muchacha llamada Verónica, limpió el rostro ensangrentado de Jesús y que este quedó impreso en él.
Según la tradición, el paño se guarda junto con una reliquia de la Cruz y la reliquia de la lanza de Longinos en el Vaticano.
Orígenes del Velo
Los orígenes de la reliquia son inciertos. En el siglo VIII había referencias a una capilla dedicada a Santa Verónica dentro de la Basílica de San Pedro constantiniana.
En 1207, fue el Papa Inocencio III quien exhibió públicamente el velo de la Verónica y compuso una oración en su honor, que atrajo a peregrinos de toda la Cristiandad.
La misma reliquia inspiró a Bonifacio VIII a declarar el primer Año Jubilar en 1300. El velo fue denominado como una de las «maravillas de la ciudad de Roma» y Dante Alighieri, como uno de tantos uno de tantos peregrinos de aquel Jubileo, lo recordó en el Canto XXXI del Paraíso en su Divina Comedia.
A pesar de las turbulencias históricas en la Ciudad Eterna, el paño fue escondido y, en el siglo XVII, descubierto de nuevo dentro Basílica de San Pedro.
La Revelación del Velo
En el quinto Domingo de Cuaresma, los celebrantes de la misa en san Pedro se dirigen hacia el Altar Mayor, se quitan mitras y birretas, y miran hacia la capilla situada sobre la estatua de Santa Verónica. Un canónigo recita una oración antes de exponer la reliquia del rostro de Cristo.
Las campanas suenan mientras la reliquia, envuelta en la atmósfera misteriosa del incienso, emerge de la capilla para la veneración de todo los fieles, que pueden contemplar, de este modo, el rostro humano de Dios prendido en un sencillo paño.