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El fenómeno Bukele: las fases de un plan que rebasó fronteras, ¿para bien o para mal?

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“El Salvador al fin es nuestro. Bukele 2024″, reza una pancarta en el ingreso del despacho congresal de Christian Guevara, jefe de la facción Nuevas Ideas de la Asamblea Legislativa salvadoreña. Mientras aguardamos a ser recibidos por el mismo representante, el noticiero que llena el silencio de la sala de espera da cuenta de un día más sin homicidios en la capital, nuevo récord en la lucha contra la violencia en este país centroamericano.

“Tenemos a todo el continente hablando de nosotros. Que ustedes, hermanos peruanos, visiten mi oficina da fe de ello”, nos da la bienvenida el legislador, quien llegó al partido oficialista gracias al hermano del presidente, con cuya agencia de publicidad trabajaba cuando no sospechaba que llegaría a ser el principal escudero parlamentario de quien, para bien o para mal, cambiaría la historia de El Salvador. “Nayib [Bukele] es el nuevo ‘soft power’ de América Latina”, dice mientras alistamos los blocs de notas para reportar esta historia.

No fuimos los primeros ni seremos los últimos en aterrizar en San Salvador buscando la supuesta fórmula del plan Bukele que ha colmado el debate público nacional e internacional. Para sus émulos, Bukele es un joven estadista que ha aplicado mano dura con sabiduría para encarcelar a las más peligrosas maras y pandillas que controlaban vastos territorios de El Salvador, cobrando cupos a negocios de toda envergadura. Para sus detractores, estamos ante el afianzamiento de un caudillo autoritario dispuesto a sacrificar el respeto a los derechos humanos de miles de inocentes con tal de reprimir cualquier amenaza a la seguridad pública. Convencidos de que ninguna de estas versiones está completa, pusimos a prueba in situ ambas versiones. A continuación, nuestro reporte dividido en las fases que marcan la evolución de un empresario «millennial» de ancestros palestinos a dictatorzuelo centroamericano digital.

Fase ensayo: el alcalde de izquierda

Nuevo Cuscatlán es un distrito periférico de San Salvador, que no dejaría la ignominia si no fuese porque Nayib Bukele empezó su carrera política como alcalde de esa comuna, allá por el 2012. Como la mayoría de los alcaldes de izquierda –por entonces pertenecía al Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional–, Bukele gobernaba su municipio bajo la receta de distribución de bonos sociales apoyados por el ALBA y presupuestos participativos. Pero rompió el molde cuando halló su primer «constituency»: un público juvenil asiduo a esos barrios donde se realizaban conciertos de música de moda. Así, garantizar seguridad para esos espectáculos masivos se convirtió en el primer gran gesto de popularidad y comunicar por redes sociales –método que poco a poco fue afinando– la publicidad necesaria para saltar a la alcaldía de la capital.

Fase inicial: pactos con las cabezas criminales

Con la ambición bajo el brazo, tentó en el 2015 la alcaldía de San Salvador, la capital salvadoreña, manteniendo su afiliación al frente izquierdista. La contienda por la capital fue muy dura, pues se enfrentaba a Edwin Zamora, cuadro trajinado del derechista Arena. El final ajustado: 50 versus 47%.

Una vez en el sillón de burgomaestre, instauró el programa Una Obra por Día, sistema de reconstrucción de infraestructura pública dañada, reportada por los propios vecinos, que sería atendida de inmediato por el alcalde. Un poste de alumbrado caído o un canal de desagüe con filtraciones eran reparados por la gestión Bukele, generando así un vínculo con sus electores. En realidad, además de un programa municipal, era una herramienta de comunicación política que buscaba impactos inmediatos multiplicados a través de las redes.

La gestión metropolitana le hizo entender dos cosas fundamentales para su futuro político. Primero, que los partidos tradicionales (FMLN y Arena) habían perdido toda legitimidad social y no eran más maquinarias todopoderosas que monopolizaban la política. Segundo, que el verdadero poder en los territorios eran las maras, poder fáctico de la vida cotidiana salvadoreña.

El próximo paso caía por sí solo: había que depender menos de los primeros y más de los segundos. Es así que se desprende de la partidocracia e intenta formar su propio movimiento –Nuevas Ideas– apelando a las pandillas como movilizadoras electorales de un país donde el ausentismo había sido histórico. Con este plan estaba listo para tentar la presidencia.

Investigaciones periodísticas y de la Fiscalía de EE UU involucran al entorno cercano de Bukele en negociaciones clandestinas con los líderes de las maras.

Fase dominio: el apogeo de la marca Bukele

Administraciones previas intentaron negociar con los cabecillas de las maras –indica la sangrienta historia del país–, pero solo durante la gestión de Bukele el pragmatismo se impuso. Tras un par de años de equilibrio entre la represión estatal y el control territorial de las pandillas, producto de supuestas negociaciones con los jefes, el primero acabó imponiéndose.

Las últimas trincheras del periodismo independiente en El Salvador han recogido testimonios de la violenta ruptura de ese pacto. Luego vino la mano dura acompañada del régimen de excepción, una política de apresamiento masivo, sin presunción de inocencia ni respeto a los derechos humanos.

Para legitimar estos actos, neutralizar la condena internacional y lidiar con las investigaciones fiscales de EE UU (por presuntamente negociar con una organización criminal), Bukele necesita sacar lustre a su talento comunicacional. Él se formó en la empresa publicitaria familiar y ha entendido, como buen «millennial», que el entorno digital es la base de una comunicación estratégica. Es consciente de que su nombre y gobierno son una marca y para ello utiliza herramientas de «socia listening», monitoreando las discusiones en redes sociales virtuales, midiendo tendencias y hasta realizando estudios de opinión pública para pronosticar las consecuencias políticas de las decisiones que tome. Con base en ello, fija sus propias narrativas populistas. Para Bukele, un tuit es más efectivo que los mítines masivos. Su maquinaria política no la conforman dirigentes sociales sino trols y bots.

Fase expansión autoritaria: a la reelección

Hoy Bukele posee el control de la Asamblea Legislativa. A través de ella ha logrado dominar el Ministerio Público, la Corte Suprema y el Tribunal Electoral, eliminando contrapesos y, a la vez, legitimando una interpretación constitucional “auténtica” que le avale su postulación a la reelección en febrero del 2024.

Para facilitar este camino ha implementado sus propias reformas políticas, populares en apariencia (como reducir el número de municipios, disminuir el número de parlamentarios e implementar el voto de los salvadoreños en el extranjero), pero con el fin de sobrerrepresentar la mayoría que ya posee, en una nación con altos niveles de ausentismo electoral (50% de participación). Más que estabilidad, asoma un plan de largo plazo para mantenerse al mando del país. Pero, sobre todo, de proyectarse como «soft power» regional, pues tiene a los ciudadanos de otros países latinoamericanos refiriéndose a él como modelo.

Estamos, pues, ante un presidente pragmático en términos ideológicos (que puede pasar del progresismo al conservadurismo mano dura), con permanentes canales de información de los humores de la población que representa y con una estrategia publicitaria estratégica, y no intensiva como la del mexicano AMLO). Su éxito en popularidad –que se ha mantenido alrededor del 90% desde el inicio de su gobierno– excede largamente el plano de la lucha contra la criminalidad y se centra más en la construcción de un prestigio social que ha cruzado las fronteras.

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