Los cadáveres de soldados desconocidos yacen apilados en un pequeño depósito de ladrillo, no muy lejos de la línea del frente en Donetsk. Allí Margo, de 26 años, aseguró que habla con los muertos. «Puede sonar raro, pero soy yo quien quiere disculparse por sus muertes. Quiero darles las gracias de alguna manera. Es como si pudieran oír, pero no responder», relató.
En su desordenado escritorio, frente a la pesada puerta de la morgue, se sienta con el bolígrafo en la mano. Su trabajo consiste en registrar los detalles de los caídos.
Ucrania no ofrece un recuento oficial de sus muertos de guerra -las fuerzas armadas ucranianas han declarado que las cifras son un secreto de Estado-, pero Margo sabe que las pérdidas son enormes.
Funcionarios estadounidenses, citados por el diario The New York Times, cifraron recientemente el número de muertos en 70.000 y el de heridos en 120.000.
Los números son asombrosos sobre todo si se toma en consideración que las fuerzas armadas ucranianas solo cuentan con medio millón de efectivos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha registrado 9.177 muertes de civiles hasta la fecha.
Un trabajo duro y doloroso
En la parte interior de su brazo derecho Margo tiene un pequeño tatuaje de una madre y su hijo, con la fecha de nacimiento de este grabada. Lleva las uñas pintadas con los colores de la bandera y viste una camiseta negra con la inscripción “soy ucraniana” en la parte delantera.
«Lo más duro es cuando ves muerto a un joven que ni siquiera ha cumplido 20 o 22 años. Y darte cuenta de que no murió, sino que lo mataron. Lo mataron por su propia tierra. Eso es lo más doloroso. No puedes acostumbrarte a esto. Ahora solo se trata de [ayudar] a los chicos a llegar a casa», dijo.
El día más difícil de su vida, comentó, fue cuando llevaron a su pareja al depósito de cadáveres. Andrii, de 23 años, murió en combate el 29 de diciembre de 2022.
«Murió defendiendo a su patria. Pero entonces, por enésima vez, me convencí de que debería estar aquí, debería estar ayudando a los caídos», explicó.
Admitió que el trabajo la ha endurecido, como el acero. Y a pesar de lo doloroso que es ver cómo traen los cuerpos a la morgue, aseguró que nunca llora en público.
«Lo guardo todo dentro de mí hasta que vuelvo a casa por la noche. Nadie ve mis lágrimas«, aseveró.
Por culpa de la ofensiva
En abril, estimaciones filtradas por el Pentágono situaban las muertes ucranianas en 17.500. El salto a más de 70.000 puede achacarse en parte a la contraofensiva en el sur.
Los primeros días de la contraofensiva fueron especialmente duros para la infantería ucraniana: «Peor que Bajmut», dijo un comandante a la BBC. La ciudad de Donetsk cayó en manos rusas en mayo durante una de las batallas más sangrientas de la guerra hasta el momento.
Ucrania ha cambiado de táctica, tras percatarse del alto costo en soldados recién entrenados que implicaban sus esfuerzos por romper las defensas de los invasores rusos.
Morían «por decenas» cada día, comentó en junio un sargento superior que luchaba en los alrededores del pueblo de Velyka Novosilka, en Donetsk.
En el depósito de cadáveres, uno de los varios que hay a lo largo de la línea del frente, trabajan para identificar a los soldados desconocidos, que vienen directamente del campo de batalla.
Se sacan las bolsas para cadáveres, de uno en uno, y comienza la búsqueda de pistas.
Dentro de la primera bolsa está el cadáver de un hombre joven, con los ojos abiertos y las manos cuidadosamente cruzadas sobre el regazo. Tiene la cara cortada y un corte en la pierna. Luego sacan otro cadáver, al que le faltan los dedos de la mano derecha; la sangre y el barro del campo de batalla manchan su uniforme.
El personal de la morgue les abre los bolsillos, todavía llenos de objetos de la vida cotidiana: llaves, un teléfono celular, una cartera con fotos de la familia. En la muerte, estos objetos son ahora pistas que podrían reunir a los no identificados con sus familias.
En otra bolsa para cadáveres, escrita con rotulador negro, se tacha la palabra «No identificado» y se sustituye por el nombre de un hombre y los datos de su unidad.
Aparecen más bolsas para cadáveres, pero las restricciones informativas no permiten decir cuántas.
Los superiores también ayudan
Un grupo de militares -comandantes de varios rangos- llegan en una camioneta del Ejército y pasean fuera del depósito de cadáveres, fumando cigarrillos.
Inspeccionan un cuerpo, para ver si el soldado es de su pelotón, compañía o batallón. Parece que murió en un ataque de artillería: le falta parte de la cabeza y las heridas del cuerpo son graves, incluso peores cuando se le da la vuelta.
«Esto es difícil, desagradable pero es necesario y forma parte de nuestro trabajo. Tenemos que despedir a los chicos como es debido«, dijo un subcomandante de batallón que se hace llamar «Avocat».
El oficial aseveró que traerán a más hombres de su unidad para que ayuden a identificar el cadáver.
Hablan los cementerios
La magnitud de las bajas queda al descubierto en los cementerios ucranianos.
Bajo el sol de la tarde, en el campo santo de Krasnopilske, en Dnipro, los girasoles cuelgan pesadamente: una guardia de honor para las tumbas recién cavadas que se extienden cada vez más cerca del perímetro.
En una de ellas, Oksana, de 31 años, llora sola. Las fotos de su difunto marido, Pavlo, la contemplan.
El barbudo y musculoso el sargento era campeón de levantamiento de pesas y entrenador personal. Murió durante la anterior contraofensiva ucraniana, cerca de la ciudad de Izium en noviembre, cuando un misil de un helicóptero ruso alcanzó su convoy.
«Fue voluntariamente a defender a nuestro país», relató la viuda.
«Era un guerrero de corazón, amante de la libertad. Era la encarnación de nuestro espíritu ucraniano», agregó.
Tardaron en identificar el cuerpo de Pavlo, que, junto con otros ocupantes del vehículo donde viajaba, sufrió quemaduras graves. Finalmente fue reconocido por un tatuaje.
El amarillo y el azul de las banderas ucranianas ondean sobre cada tumba con la suave brisa; hay cientos de ellas. Cada una es una señal de las grandes pérdidas que se producen a diario en los campos de batalla del este y el sur, llenando los cementerios de las ciudades y pueblos a lo largo y ancho del país.
El sufrimiento: el combustible de la resistencia
Año y medio después del inicio de la guerra, son pocas las familias que no se han visto afectadas por el dolor.
Sin embargo, la voluntad de luchar no parece haber decaído. En todo caso, las pérdidas han galvanizado, por ahora, la determinación para la victoria.
Oksana y Pavlo hicieron un pacto en tiempos de guerra: si él moría, ella se alistaría en el Ejército. Desde hace dos meses forma parte de una unidad de drones de vigilancia aérea en las afueras de Bajmut.
Una semana después de la entrevista en el cementerio, Oksana llevaba un chaleco antibalas y se dirigía a una posición avanzada en busca de una unidad antitanque rusa que está atacando a las fuerzas ucranianas.
Al preguntarle por qué se ha puesto en peligro replicó que era su «deber moral», mientras jugaba con el anillo de bodas de plata de su mano derecha.
“Necesito continuar lo que él (en referencia su pareja) empezó. Así sus esfuerzos no serán en vano. El voluntariado y las donaciones están bien, pero yo quiero ser parte de ello, parte de nuestra victoria», agregó.
La viceministra de Defensa ucraniana, Hanna Maliar, advirtió que la divulgación de las cifras de las víctimas será castigado penalmente.
«¿Por qué son secretos estos datos?», preguntó retóricamente.
«Porque durante la fase activa de la guerra, el enemigo utiliza el número de muertos y heridos para calcular nuestras probables acciones posteriores. Si el enemigo dispone de esta información, empezará a comprender algunos de nuestros próximos pasos».
Pronósticos sombríos
Los hombres de la 68ª Brigada Jaeger, que luchan para detener los avances rusos en el frente oriental, cerca de la ciudad de Kupiansk, sufren las consecuencias de la guerra.
Con temperaturas de más de 35 grados, el equipo de la BBC buscó refugio bajo una red de camuflaje, lejos del calor del mediodía y del peligro siempre presente de los drones rusos.
El comandante adjunto del batallón, conocido por el indicativo «Lermontov», se mostró reflexivo y sombrío. Y pronosticó una guerra larga mientras tomaba un café recién hecho.
“Los rusos no se detendrán ni nosotros. No se puede negociar con ellos. Occidente no lo entiende”, dijo, al tiempo que agregó: “Los jóvenes soldados que esperaban volver a casa en un año se dan cuenta ahora de que estarán fuera más tiempo”.
El oficial es un veterano de la lucha en Donbás, lleva batallando contra Rusia desde 2014. ¿Cuánto tiempo espera que dure esta guerra? «Otros diez años», respondió.
Su sombrío estado de ánimo era comprensible. El 1 de agosto, un sargento mayor de su brigada y otros dos uniformados murieron en un solo ataque de mortero ruso.
«Era una leyenda», dijo «Lermontov». El auto del muerto sigue estacionado donde lo dejó, a pocos metros. Y sus pertenencias continúan dentro del vehículo.
Mientras hablaba, el teléfono de «Lermontov» sonó. Era la madre de un soldado muerto la semana anterior. Quería saber por qué se enviaba a jóvenes armados a atacar las trincheras rusas si Ucrania había recibido tanto armamento occidental moderno.
Pero en este frente de casi 1.000 kilómetros muchas brigadas carecen de los últimos vehículos blindados o de cañones de largo alcance. La realidad es que en muchas de las trincheras, los soldados ucranianos tienen que arreglárselas.
«No tengo una respuesta para ella, no entiende que no tenemos todo lo que necesitamos«, se lamentó.
En una ceremonia de entrega de medallas, en el jardín de una casa que sirve de base a la compañía, la BBC encontró al comandante de la brigada, el coronel Oleksii. El uniformado acababa de regresar del funeral del sargento mayor.
«Tuvimos dos grandes (ataques rusos). Creo que tuvimos mucho éxito, encontramos unos 35 cadáveres. Así que creo que básicamente demolimos una compañía”, aseveró.
En general, las bajas de Rusia son mayores a las de Ucrania, unos 120.000 muertos, de acuerdo con la última estimación estadounidense. Pero su Ejército y su población son también mucho mayores.
Los soldados ucranianos en el frente aseveraron que la capacidad de Rusia para absorber el dolor parece ilimitada.
Al preguntársele al coronel Oleksii sobre qué les dice a las familias de los caídos, responde:
«Solo pido perdón por no haber proporcionado suficiente seguridad. Quizá fui un mal líder, una mala planificación. Y les agradezco que dieron todo por esta lucha», admitió.
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