El debate sobre una tercera dosis de vacuna contra el covid-19 arrecia en el mundo, ante la desigualdad flagrante entre los países ricos, donde gran parte de la población ya está inmunizada, y los pobres, donde apenas arrancan las campañas de vacunación.
Algunos países, como Francia o Israel, ya han empezado a administrar esa dosis de refuerzo para las categorías de población más vulnerables: los más ancianos (seis meses después de su segunda dosis) y las personas con el sistema inmunitario frágil.
Para justificar esta nueva campaña, esos países invocan una disminución de la eficacia de las vacunas contra la variante delta del virus, un declive que parece acentuarse a medida que pasa el tiempo.
En Israel, la tercera dosis está disponible a partir de los 12 años de edad, cinco meses después de la vacunación precedente.
Estados Unidos por su parte prevé una campaña de refuerzo para todos los estadounidenses con dosis de las vacunas Pfizer y Moderna.
El presidente Joe Biden endureció el jueves el tono con los estadounidenses que se resisten a ser vacunados, y anunció medidas para obligar a sus conciudadanos a tomar la primera dosis.
Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud se muestra hostil a la tercera dosis.
«Por ahora no queremos un uso generalizado de dosis de refuerzo para las personas en buena salud que están totalmente vacunadas», declaró el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, el miércoles.
«No me quedaré callado cuando las empresas y los países que controlan el suministro mundial de vacunas piensan que los pobres del mundo deben contentarse con los restos», señaló.
¿Cuáles son los beneficios?
Desde el punto de vista científico, hay un consenso sobre la necesidad de proteger a las personas con un sistema inmunológico vulnerable (a causa de problemas de salud como un cáncer o un reciente trasplante de órganos).
Los estudios demuestran que a pesar de la vacunación, los «inmunodeficientes» no generan suficientes anticuerpos (principal criterio para evaluar la eficacia de las vacunas).
Y aunque los datos son incompletos, el razonamiento es idéntico para las personas ancianas, cuyo sistema inmunitario también es menos fuerte a causa de la edad.
Las divergencias son más bien en torno a la dosis de refuerzo para las personas jóvenes y en buen estado de salud.
«No está claro que el beneficio sea importante» dijo a la AFP el cardiólogo Florian Zores, miembro de un colectivo francés que busca preservar la integridad científica.
A su juicio «hay que continuar con los estudios, apuntar a segmentos de población en particular, en lugar de distribuir una tercera dosis para toda la población, o rastrear las dosis de anticuerpos» de los pacientes, para decidir si necesita o no ese refuerzo.
«Sería un poco más inteligente desde el punto de vista científico», considera el doctor Zores.
La cuestión del acceso a las vacunas no es solamente un tema ético, de desigualdad entre países ricos y pobres, sino pragmático, desde el punto de vista sanitario.
«No creo que la prioridad de los países ricos deba ser la administración de una tercera dosis antes de que una gran proporción de los habitantes del planeta haya recibido sus dos primeras» dosis, declaró a la AFP el epidemiologista Antoine Flahault.
Si el virus sigue propagándose en una gran parte del mundo, los países ricos se exponen a «un efecto bumerán particularmente severo si esas epidemias exóticas generan nuevas variantes más transmisibles, más virulentas y que escapan a las vacunas existentes», estima.
Según Flahault, director del Instituto de Salud Global de la universidad de Ginebra, la generalización de la tercera dosis en Israel servirá de experiencia para el resto del mundo.
«Si el beneficio de la tercera dosis es sustancial, entonces los expertos serán más favorables», explica.
Pero «si ese beneficio es marginal» habrá que plantearse «vacunar primero a todo el planeta», concluye.