El cacerolazo, una forma de protesta surgida en Chile en los años setenta, vuelve a ser protagonista, en medio de un estallido social sin precedentes en el país, potenciado por el poder ubicuo de convocatoria de las redes sociales.
“Cuchara de palo frente a tus balazos, y al toque de queda, cacerolazo”, dice un tema actual de la cantante Ana Tijoux que evoca esta práctica contestataria.
Los primeros cacerolazos fueron de la burguesía chilena, que instauró esta forma de protesta para mostrar su hastío con el gobierno de Salvador Allende (1970-1973).
Al caer la noche, mujeres de barrios acomodados de Santiago demostraban con el repicar de cacerolas, ollas y sartenes su descontento con el socialismo, ante la escasez de productos de primera necesidad.
Fue un símbolo de la polarización social que derivó en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que acabó con el gobierno de Allende y dio paso a la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
“La derecha tiene dos ollitas. Una chiquitita, otra grandecita. La chiquitita se la acaba de comprar, esa la usa tan solo pa’ golpear”, entonaba con sorna en 1972 la banda de folklore izquierdista Quilapayún.
Más tarde, bajo la dictadura, sectores populares chilenos se apropiaron de esta forma de protesta, por temor a la represión.
“No habiendo ninguna otra fórmula de protesta en las calles, porque se recibía inmediatamente un tratamiento brutal. Se encontró una forma ruidosa, desde las casas, porque había toque de queda, entonces no se podía salir. Y eso tuvo mucho éxito”, asegura el historiador y académico Gabriel Salazar.
En otros países
En 2011, convocados por estudiantes, ya en aquel entonces a través de redes sociales, los chilenos volvieron a golpear sus utensilios de cocina para exigir una educación pública, gratuita y de calidad.
Actualmente se vuelve a usar, ampliados a distintos sectores. “Participan todas las clases sociales. Los cacerolazos se han sentido en esta oportunidad desde el barrio alto de Santiago hasta las poblaciones populares, más incluso que en la época de Pinochet. Nunca habíamos visto en esa época que la gente salga a cacerolear a las calles en pleno día frente a la escuela militar con los militares formados”, dice Salazar.
El sonar de las cacerolas se usó también en distintas circunstancias en otros países de América Latina. Uruguay las hizo repicar para expresar oposición a la dictadura militar entre 1973 y 1985.
Más tarde, en Argentina, los cacerolazos reaparecieron durante la crisis económica de 2001 y 2002. También desde 2013 en Venezuela se manifiesta descontento con el régimen de Nicolás Maduro, en medio de una profunda crisis económica.
“Esto ha quedado ya instalado como forma de protesta, de manifestación crítica contra el sistema que no involucre represión inmediata. No es partidista, pero sí es crítica al modelo”, explica Salazar.
“No son 30 pesos, son 30 años. La constitución y los perdonazos”, dijo Tijoux en Chile, refiriéndose al alza del boleto de metro, medida que detonó la semana pasada las protestas al ritmo del golpeteo de las cacerolas.
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