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El año en que Trump sucumbió al covid-19 y Estados Unidos dejó de tener fe en sí mismo

por Avatar EFE

A comienzos de 2020, Donald Trump parecía dispuesto a perpetuarse cuatro años más en la Casa Blanca: la economía crecía en Estados Unidos, los mercados se situaban en máximos y los conflictos externos se reducían. Solo las tensiones internas ensombrecían el mandato del republicano. La pandemia y una nefasta gestión que la negaba trastocaron esa agenda, pusieron al demócrata Joe Biden en la Presidencia y dejó a la mitad del país llena de rencor antidemocrático.

En enero, el país estaba exhausto. Fueron cuatro años de Presidencia de un líder polarizador, intransigente y que relegaba el rol de Estados Unidos en el mundo al de un comerciante enfadado con los negocios del anterior gerente. Pero tras haberse sobrepuesto a un impeachment y con el movimiento conservador más enérgico que nunca, Trump parecía destinado a volver a ganar contra todo pronóstico.

A finales de año y luego de más de diez meses de dura pandemia el panorama es muy diferente: hay cerca de 300.000 muertos que se pudo evitar en gran parte. Trump sigue atrincherado en el Despacho Oval negando la victoria del presidente electo, Joe Biden. Siembra peligrosas dudas sobre si la democracia es el sistema más apto para imponer la voluntad de una mayoría de manera pacífica. Cada día, muchos piensan que las armas son su último recurso.

Las elecciones generales del 3 de noviembre fueron un referéndum sobre el sentir de Estados Unidos. «Sin la pandemia, Trump probablemente hubiese ganado», explica en entrevista con Efe Tom Nichols, profesor de la Universidad de Harvard. El experto es miembro de la resistencia detrás del Proyecto Lincoln, un grupo de republicanos y moderados que se opusieron con firmeza contra lo que Trump representa para Estados Unidos.

Polarización

Pese a perder esos comicios, Trump y sus acólitos consiguieron mejor que nadie trasladar a decenas de millones de estadounidenses a una realidad paralela.

«Trump posicionó al Partido Republicano como el partido de los trabajadores, pese a que no ha representado sus intereses. Lanzó todo esto a través de los algoritmos de las redes sociales para crear una realidad que no es la que muestran los hechos«, señala Kenneth Baer, consultor político y miembro del equipo de la Casa Blanca de Barack Obama.

«Hubo un tiempo en que había liberales republicanos del noreste y del Medio Oeste. Esos ya no existen. El país vive en una absoluta polarización a causa de Trump», añade.

En opinión de Nichols la polarización es el producto de otro efecto que llegó con la caída de la Unión Soviética, el fin de los enemigos externos y la complacencia del capitalismo estadounidense.

«De algún modo nos convertimos en la sociedad decadente que criticaban los soviéticos y el enemigo de Estados Unidos es el propio pueblo estadounidense. Un pueblo enfermo de un individualismo infantil que ignora los deberes cívicos que demanda una democracia”, señala. También afirma que hasta ahora los estadounidenses canalizaron su frustración a través de Trump.

Muchos demócratas se resignaron a estas alturas a la imposibilidad de tender puentes con la Nación Trump. Estados Unidos se acostumbró a las salidas de tono del mandatario, su nacionalismo y sus ínfulas de hombre fuerte, que dejaba en evidencia por su sintonía con líderes autoritarios como Vládimir Putin. O el egipcio Abdelfatah al Sisi, y su escasa química con la democracia más clásica de los de Canadá, Francia o Alemania.

Desde que llegó al poder la popularidad de Trump no subió, pero tampoco bajó, gracias a un electorado fiel, en ocasiones fanático. Todavía confunde a los sociólogos y analistas más preclaros, para los que el trumpismo es casi tan exótico como una tribu guineana.

El mandatario, que en junio de 2015 el Partido Republicano lo consideró como un charlatán acompañado de los mayores perdedores, se hizo con el control del Grand Old Party. También tuvo tiempo de nombrar a tres de los nueve jueces del Tribunal Supremo, imponiendo su rúbrica a base de tuits, desaires y un poco de suerte en la historia de Estados Unidos.

«El votante de Trump no va a desaparecer. Tal vez dentro de una década, con el relevo generacional. Pero por el momento lo que tienes es un Partido Republicano que peridó el contacto con la realidad y que tiene miedo de sus propios votantes. El político republicano sabe la diferencia entre realidad y fantasía, pero quieren ser elegidos y no quieren confrontar a sus votantes con la verdad», considera Nichols.

Pandemia

Todo empezó a torcerse en la primavera. En febrero, Trump aseguraba que el nuevo coronavirus, que hacía estragos en China, no era más que una «gripe». Aseguró, asimismo, que los alrededor de 15 casos que se detectaron en el país se convertirían pronto en «cero casos».

Cuando la epidemia comenzó a remitir en el noreste, arreciaba en el sur y en el medio oeste, y hoy arrasa todo en un país con más muertos que ninguna otra nación del planeta. El coronavirus trae consigo una crisis económica, gestionada por Trump, que amenaza con asentarse durante años en Estados Unidos. Especialmente en grupos de población que hasta ahora disfrutaban de los frutos de una clase media cada vez más amenazada.

En primavera los muertos eran tantos, que se acumulaban en camiones fuera de los hospitales y el olor acre de la muerte era difícil de disimular. Este diciembre los cadáveres vuelven a acumularse en los hospitales de El Paso (Texas) o en Wisconsin. Otra prueba más de la mala gestión de la pandemia por parte de la Casa Blanca de Trump en Estados Unidos.

La escasa acción del Gobierno estadounidense, pese a los ruidosos de las mascarillas, golpeó a familias en todo el país. Dejó además la economía al borde del colapso y llevó a muchos de los fieles de Trump a las colas del hambre o a los cuidados intensivos. Inevitablemente, le pasó factura en las urnas.

La pandemia en Estados Unidos llevó hasta a los blancos más pobres a repensarse su amor por Donald Trump. Si se analizan los grupos demográficos ya solo los más ricos aumentaron su apoyo, según datos recopilados durante las elecciones por la consultora Edison Research.

«Creo que muchos votantes con altos niveles de educación, liberales y moderados llegaron a la urnas pensando: la mala gestión está afectando mi vida. No puedo permitirme que este señor siga siendo mi presidente, pese a que en otra situación habrían votado por él», asegura Baer.

El fin del sueño

Probablemente una de las grandes contribuciones de Trump al mundo post-2020 es levantar el velo sobre la existencia del «Sueño Americano». El mito de la nación indispensable y excepcional que premia al que trabaja duro y que reparte justicia en nombre de la democracia.

Ese descontento se vio en las calles de todo el país tras la muerte de George Floyd a manos de la policía en mayo y la brutalidad exhibida ante tantos otros negros, hispanos o blancos pobres. También se vio en el movimiento contra los desahucios y por un Estados Unidos más inclusivo.

El malestar, mezclado con la crisis ocasionada por la pandemia, se exacerbó hasta tal punto que muchos temían un enfrentamiento armado.

Aunque la sangre no llegó al río y la crisis de identidad de las dos Américas no se generalizó, puso en evidencia el descontento. Las personas demandan poner fin al estado policial en el país y dar oportunidades enajenadas a negros e hispanos, durante los últimos 400 años.

La maquinaria del Partido Demócrata se puso detrás de Joe Biden, un político con escasez de carisma y exceso de años. El líder prometió sanar las heridas del país. También prometió devolver la ilusión sobre un «Sueño Americano» que está ausente para decenas de miles que esperan en las «colas del hambre». Diez millones de estadounidenses perdieron su trabajo por la pandemia. Hay muchos más que no tienen esperanzas de construir una familia en una economía cada vez más desigual.

Estados Unidos cierra un 2020 convulso, para olvidar, y se enfrenta a un futuro incierto con millones de personas sin esperanzas. Hay otros tantos afilando los cuchillos del conflicto civil, sirviéndose de la maquinaria de la desinformación creada por Trump.

El futuro aclarará si el experimento estadounidense promoverá lo que el escritor E.J. Dionne describía como una nueva «democracia a la desesperada» o simplemente una desesperación con vías de expresión más oscuras. Más oscuras incluso, que la que ha representado Trump.