Al mismo ritmo que los migrantes haitianos llegan a México, aumentan sus problemas en el país: solo se resuelven el 5% de sus solicitudes de asilo y el 90%, según un estudio de la ONG International Rescue Comittee (IRC), no tiene acceso a necesidades básicas como información confiable, alimentos o una vivienda segura.
De las 37.606 peticiones de asilo que recibió la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) durante el primer trimestre del año, 13.631 (36,25 %) fueron de personas haitianas, la nacionalidad qué más solicitudes acumula.
«Este año, según cifras oficiales, solo el 5 % de las solicitudes de asilo de haitianos han sido reconocidas. La tasa de reconocimiento es mucho más baja que en otras nacionalidades», explicó en entrevista con EFE Lisa McMunn, directora adjunta de programas de IRC en México.
Solo se han resuelto positivamente 681 casos
Mientras muchos realizan los trámites para asentarse en México y encontrar el trabajo y la seguridad que perdieron en su país, otros buscan un documento que les otorgue la seguridad de que podrán seguir transitando hacia Estados Unidos sin peligro a ser deportados.
Noemí Raya, trabajadora social del albergue de migrantes Cafemin, en Ciudad de México, achacó la ínfima cifra, en parte, a los motivos que alegan para solicitar el asilo.
«Puede ser por las situaciones en las que las personas haitianas dejan su país, que muchas veces son cuestiones socioeconómicas y no de amenaza o riesgo, dijo Raya.
Haitianos en México
Haití es, según el Banco Mundial, el país más pobre del hemisferio occidental, donde la inseguridad alimentaria afecta a 4,9 millones de las 11 millones de personas que habitan la mitad haitiana de la isla La Española.
«También hemos visto casos por la situación del idioma. Cuando llegan a las entrevistas con la Comar no tienen claridad de qué les estuvieron diciendo y se complica la resolución», agregó la trabajadora de Cafemin, donde cerca del 80 % de los 200 migrantes que acogieron esta semana eran de Haití.
El idioma es, precisamente, una de las principales barreras que encuentran los haitianos en su camino por México, y que deriva en el resto de problemas: a diferencia de la mayoría de migrantes que recorren el país, ellos suelen hablar portugués, francés o criollo.
Así, el 73 % de los 450 migrantes haitianos en México consultados por IRC declararon no tener acceso a información en su idioma, lo que les afectó a la hora de conseguir alojamiento, alimentos o permisos migratorios.
«La desinformación incrementa la vulnerabilidad», incidió McMunn.
A su paso por México, todos los migrantes se enfrentan a recurrentes violaciones de derechos humanos, pero los haitianos tienen un problema añadido: su piel negra.
«Padecen mucho la cuestión del racismo. A los haitianos los identifican con más prontitud y son víctimas de situaciones que los vulneran», lamentó Raya.
«El que no habla no sabe nada»
Nicolás Clauzius, carpintero de 43 años, salió de Haití por falta de trabajo y seguridad. Probó suerte en Chile durante seis años, un país, junto a Brasil, al que muchos haitianos migraron después del terremoto que sacudió la isla en 2010.
Ahí aprendió el español que se ha esforzado en hablar durante la semana que lleva en México. «Hablo un poco, pero el que no lo habla no sabe nada, y no tiene información», lamentó.
Nicolás se refiere a personas como Kesnick Valeus, que pese a no hablar una palabra de español, busca las maneras de hacerse entender.
«Quiero quedarme en México para trabajar. He pedido asilo, ya hice la entrevista y estoy esperando», aseguró Kesnick en portugués.
Cuando se atora en la conversación, llama a su compatriota Musso Gabriel y le pide ayuda. «Dice que quiere aprender español», tradujo éste.
Una historia de esperanza
Aunque ejerce de intérprete espontáneo, Musso realmente es el cocinero de Cafemin. Llegó en septiembre de 2021, en el que se conoce como el primer éxodo haitiano a México, fenómeno que dista de llegar a su fin.
«Tengo compañeros que me dicen que les ayude diez minutos con el español y hago de traductor», subrayó.
Después de dos años en el país ha conseguido un permiso de residencia permanente: «Me quedé aquí y cocino para todos los inmigrantes», explicó mientras vigilaba de reojo una olla.
Ya establecido, ahora intenta traer a sus cuatro hijos a los que, sumando los cuatro años que pasó en Brasil, hace seis que no ve.
La suya, pese a todo, es una historia de esperanza en medio de un mar de rechazos, carencias y violaciones de derechos.
El pasado viernes fue el 39 cumpleaños de Musso y agasajó a sus compañeros migrantes con uno de sus platos favoritos: plátano frito, pollo y arroz con frijoles.
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