Emmanuel Macron montó en cólera al enterarse del proyecto de viaje del papa Francisco a la Isla de Córcega el próximo 15 de diciembre para asistir a un coloquio sobre religiosidad popular. Así lo afirma el semanario satírico –pero que suele beber de las mejores fuentes–, Le Canard Enchaîné en su edición de ayer. La reacción del presidente de Francia se explica por la voluntad del Papa de pisar suelo galo apenas una semana después de los actos de reapertura de la catedral Notre Dame de París, tras permanecer más de cinco años cerrada debido al incendio que la devastó el 15 de abril de 2019. Macron pretendía que el Santo Padre presidiera la Misa en presencia de unos 160 jefes de Estado y de gobierno.
La razón oficial esgrimida por la Santa Sede para rechazar la invitación –pese a las agobiantes presiones procedentes del palacio del Elíseo– es la coincidencia de los actos de Notre Dame con el consistorio en el que el Papa impondrá el birrete a 21 cardenales, entre los que figura el francés Jean-Paul Vesco, actual arzobispo de Argel. Sin embargo, cuando se anunció la celebración del consistorio, el pasado 6 de octubre, la fecha de reapertura de Notre Dame ya estaba fijada desde hacía tiempo; lo cual no fue óbice para que el Papa reafirmara, y por dos veces, su negativa a viajar a París durante la rueda de prensa que ofreció en su vuelo de regreso a Roma tras su gira asiática, que le llevó por Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur. Un mes antes, por cierto, del anuncio del consistorio.
Resulta, por lo tanto, claro que el Papa nunca contempló su presencia en París, teniendo que ver los motivos reales de su ya irreversible ausencia con una decepción relacionada con iniciativas de Macron. La primera ha sido incitar al Parlamento francés para elevar el aborto al rango de «derecho» de categoría constitucional –fue aprobado a principios de este año, incluso por muchos diputados lepenistas– o el apoyo al proyecto de ley actualmente debatido sobre la «ayuda a morir», en realidad un intento de disfrazar la legalización de la eutanasia sin tener que pronunciar, o su nombre.
Demasiado para el Papa en tan corto plazo de tiempo: celebrar la Eucaristía en Notre Dame con Macron sentado en primera fila podría derivar en una situación incómoda, no solo para él, sino también para la jerarquía episcopal francesa y, por supuesto, para la mayoría de los fieles. Por otra parte, es de sobra conocida la reticencia del Santo Padre a convertir la liturgia en elemento de un show de dimensiones gigantescas. Teniendo en cuenta, además, que según se desprende del programa, es muy probable que Macron lo convierta en un evento a su propia gloria para intentar relanzar un mandato lastrado y una imagen pública hecha trizas.
El Papa no quiere, por lo tanto, participar en esa operación de comunicación a gran escala. En cambio, sí que está empeñado en viajar una semana después a Ajaccio, capital de Córcega, para honrar con su presencia el encuentro sobre religiosidad popular que congregará a varios obispos de diócesis mediterráneas, entre ellos varios españoles. La presencia del Papa en Córcega, aunque solo sea por unas horas, obligaría a Macron, o en su caso, al primer ministro Michel Barnier, a viajar a la isla para recibirle a pie de escalerilla cuando aterrice. Si la Francia oficial rebaja el rango de su representación, será considerado como un desaire al Papa. Si Macron se desplaza, podría interpretarse como una pequeña cura de humildad diplomática. En todo caso, la semana que viene llegarán a Córcega representantes de la Gendarmería vaticana y de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas Pontificias para ir reconociendo los lugares que pisará el Papa.