Fabián Gerardo Tablado no sufre una enfermedad mental, ni alteraciones neurológicas. Sabía perfectamente qué estaba haciendo cuando con tres cuchillos y una herramienta de carpintería le asestó 113 puñaladas a Carolina Aló, una adolescente de 17 años de edad, la noche el 27 de mayo de 1996.
Eran novios y compañeros en la Escuela de Educación Media N° 7, de Tigre. Con diferentes excusas, ambos lograron escaparse de las clases y fueron hasta la casa en la que Tablado, que tenía 20 años, vivía junto a su padre, su madre, dos hermanas y tres hermanos. Antes de cruzar la puerta del colegio, el feminicida le dijo a uno de sus amigos que iba a matar a la chica.
Tenía un plan, y lo ejecutó -según información judicial a la que accedió La Nación– en el lapso de una hora: persiguió a la joven por distintos ambientes de la casa; la golpeó con salvajismo y luego la apuñaló hasta quebrar las hojas de tres cuchillos diferentes. Cuando uno se rompía, él buscaba otro.
Finalmente, tomó un formón para tallar madera -Miguel Ángel, su padre, es carpintero- y asestó las últimas estocadas, con las que terminó de arrebatarle la vida a Carolina. La joven intentó defenderse, pero sucumbió ante la violencia y la profundidad de los cortes que había recibido en el tórax y en el cuello.
Cuando la chica yacía muerta en el piso, Tablado se sacó los pantalones y la camisa, y dejó ambas prendas tiradas. No muy lejos del cadáver, que luego encontró la policía. Después caminó hasta el baño y se duchó. Se puso ropa limpia y se dirigió a la casa de Luis María Vallejos, aquel compañero de la escuela al que le había anticipado su pulsión homicida, con Carolina como objetivo del arrebato violento y letal.
«La maté, ¿qué hacemos?», preguntó el feminicida a su único confidente. Vallejos le sugirió a Tablado que escondiera el cuerpo debajo del puente de la calle Tedín, que él enviaría un taxi para facilitarle la fuga… Pero lo que finalmente hizo Vallejos fue alertar de lo sucedido a la policía. El homicida tuvo que entregarse allí mismo, sin oponer resistencia.
Tablado fue condenado a finales de 1998 a 24 años de cárcel por homicidio simple. en 2013 sumó otros dos años y medio de prisión por amenazas a su ex mujer, a la que había conocido ya estando preso y con quien tuvo unas mellizas. En aquellos años el feminicidio no era un concepto judiciable; aún no se consideraba un crimen que merecía solo una pena, la máxima: prisión perpetua. Esta semana se confirmó que, en virtud del nuevo cálculo de la pena -la aplicación del 2×1 por el tiempo que pasó preso sin sentencia, vigente en aquellos días, y una reducción de seis meses por estudios cursados intramuros- el asesino de Carolina Aló tendrá cumplida la pena y el 28 de febrero de 2020 será un hombre libre.
Según dicen en su entorno, espera dejar atrás el pabellón evangelista del penal, donde reza cada mañana, para «irse a una isla en el Tigre, pescar y trabajar la madera, para hacer piezas de ebanistería que le permitan vivir y darles algo de dinero a sus hijas», las mellizas que tuvo cuando ya estaba en la cárcel. Su padre espera que siga solo, como hasta ahora, y que no conteste a ninguna de las proposiciones que siguen haciéndole mujeres que le mandan cartas y objetos al penal, intentando un acercamiento.
El padre de la víctima, Edgardo Aló, había prometido sobre la tumba de su hija que él sería el cancerbero que vigilaría que el homicida cumpliera la pena que merecía. Dijo a La Nación: «Yo no tengo miedo. Quien debe tener miedo es Tablado, porque la sociedad lo tiene identificado. Todos saben que sus manos están manchadas de sangre. Este asesino no podrá caminar por la calle. Esto no es una amenaza, sino la realidad».
Indicios tempranos
Fabián Gerardo Tablado nació y creció en una casa ubicada sobre la calle Albarellos 348, en pleno centro de Tigre; ahí todavía viven sus padres. Los documentos judiciales indican que sus conductas antisociales comenzaron cuando todavía era un niño y se agudizaron con el paso del tiempo. Nadie hizo nada para detenerlo, a pesar de que, antes del feminicidio, fue expulsado de dos escuelas y ya había molido a golpes a Carolina, con la que estuvo de novio tres años.
Su padre, carpintero, y su madre, ama de casa, vivían bajo un sistema de normas que hoy ha quedado disuelto. Los investigadores descubrirían tras el crimen que el feminicida fue educado por una familia conflictiva, cuya cotidianidad se sostenía por un sistema de creencias donde solo había un desprecio sistemático por las mujeres y maltrato físico hacia los niños.
Se gestaron así, durante los primeros años de su vida, sentimientos poco nobles como el odio, los celos, la competitividad desmedida y la sed de venganza, que terminaron por configurar la identidad frágil de un niño incapaz de hacer frente a la frustración, según se describió en documentos judiciales.
De hecho, concurrió a su primera consulta psicológica porque -cuando tenía apenas ocho años- nació su hermana menor. Este suceso despertó en él actitudes de ira extrema; de hecho, años más tarde esta niña sería la primera víctima de sus ataques físicos, cuando Tablado comenzó a convertirse en un adolescente que mezclaba alcohol con al menos dos teatralizados intentos de suicidio para dar paso, finalmente, al joven adulto que mezclaba cocaína con la elucubración de planes que incluían pulsiones homicidas.
El 31 de diciembre de 1994, según consta en el expediente, luego de una pelea con Carolina Aló, enloqueció y tomó una pistola que era de su padre para suicidarse, pero lograron detenerlo. No lograba adaptarse en las escuelas, no podía ni siquiera trabajar en el taller de carpintería de su padre. En esa época Tablado terminó gobernado por fantasías omnipotentes y actos sádicos y perversos, pero también por una gran inseguridad personal.
Varios años después de asesinar a Carolina, ya refugiado en un pabellón evangelista para evitar que otros presos lo extorsionaran o lo asesinaran, Tablado recordaría como los únicos momentos gratos de su infancia un puñado de horas compartidas en la vereda con amigos del barrio, en su infancia. Pero nada más allá de eso. Él mismo confirmó que, cuando era niño, pasaba meses sin hablar con su padre y que su madre lo golpeaba.
Reiteradamente intentó convencer de su arrepentimiento y de su sincera reflexión a todos los especialistas con los que dialogó durante su vida carcelaria; dijo haber encontrado allí, en «la tumba», el perdón de Dios.
Fue en estos pabellones evangelistas donde, según él mismo explicó, comenzó a vivenciar alucinaciones místicas y a entablar diálogos con supuestas divinidades. Nadie le creyó. Tampoco lo calificaron, a pesar de sus supuestas alucinaciones, como enfermo mental. Más allá de que hablaba despacio -e intentaba transmitir tranquilidad- siempre resultó evidente que, cuando no logra imponerse, reacciona de forma deliberadamente inadaptada.
De hecho, diferentes estudios realizados luego del crimen para comprender su motivación criminal dejarían en claro que en él pervive una intrusiva inmadurez emocional: para él, las personas son instrumentos. Como en un espejismo, se aferra a ellos para encontrar en el amor un sostén y un significado para su vida; por eso, cualquier desequilibrio emocional lo convierte en un chacal hostil.
El 28 de mayo de 1996, un día después del asesinato de Carolina Aló, el padre de la adolescente dijo: «Hace un año mi hija llegó a casa con el tabique roto. No se animó a contar la verdad. Un día llegué a mi casa y vi cómo él la golpeaba. Le pedí que lo dejara, pero ella tenía miedo de romper la relación».
Casi 15 años después, también durante un reportaje con este diario, Edgardo Aló denunció que recibía amenazas telefónicas desde el entorno del feminicida. «Me mandó a decir que no me metiera con él, que me iba a tirotear la casa. Tuve custodia policial durante cuatro años.
Durante su estadía de casi 24 años en la cárcel, Tablado estuvo en las unidades de Sierra Chica, Florencio Varela, Campana, Baradero y Florencio Varela. Durante su peregrinaje por esas prisiones entabló vínculos con dos mujeres.
En 2011, G.P., una de esas chicas, aseguró que Tablado había intentado lastimarla dentro de la prisión con un vidrio. Dijo que él había reaccionado así porque ella llevaba puestos pantalones que, a criterio del feminicida, eran «demasiado ajustados».
De este vínculo surgió un intercambio de cartas en el que el asesino decía que la cárcel -a la que definió como «la facultad del crimen»- lo estaba transformando «en un asesino perfecto»; allí también decía que «iba a poner a todos de rodillas» cuando volviera a Tigre.
Luego, en 2013, otra mujer -llamada R.V- denunció por amenazas al feminicida, que perdió por aquellos días el beneficio de las salidas transitorias. Esta acusación fue hecha por una docente con la que Tablado contrajo matrimonio en prisión, y con la que tuvo dos hijas.
Por estas amenazas, un juez de San Isidro lo declaró reincidente y sumó dos años y seis meses a su condena. Según consignó La Nación en noviembre de 2013, desde el entorno de R.V, dijeron que Tablado se contactaba desde la cárcel con ella para asegurarle que, si la mujer decidía cortar la relación, él iba matarla durante una salida transitoria: «Yo voy a ver a mis hijas, y, si vos llamás a una asistente social, te voy a sacar el corazón y me lo voy a comer antes de que puedas pedir ayuda».
Nadie sabe, hoy, cuál es el estado psicológico de Tablado ni cómo se reinsertará en la sociedad. «Tiene que salir como cualquier persona que cumplió la condena. Yo nunca salí a defender. Pienso como la sociedad. Pero una persona que cumplió la condena, ya está», sostuvo estos días Miguel Ángel, su padre. En la vereda opuesta, Edgardo Aló, que prometió a la memoria de su hija que sería «la sombra» del asesino, hará todo lo que esté a su alcance para evitar que lo que parece inevitable se cumpla.