Medio año después de la declaración del Estado de Alarma y cuando llevamos ya casi cuatro meses de desescalada, las noticias sobre la aparición de nuevos brotes del SARS-CoV-2 en España no cesan.
Si al comienzo de la pandemia las residencias de ancianos fueron el foco de atención mediática, política y sanitaria, durante el verano, y ante la dificultad para controlar la expansión del coronavirus, los chivos expiatorios han sido, entre otros, los jóvenes y el ocio nocturno; una combinación vista como potencialmente peligrosa en tiempos de especial susceptibilidad al contagio, reavivando así ciertos discursos criminalizadores de la juventud en amplias capas de la sociedad.
Dichos discursos insisten en presentar a la juventud española como sujeto moral, social y sanitariamente peligroso.
Jóvenes y noche
Asociar la noche con comportamientos percibidos como subversivos, desviados o peligrosos no es nuevo. Si a esta ecuación incorporamos la variable juventud, con su dosis de rebeldía e insatisfacción, el resultado nos devuelve la imagen en espejo de una sociedad adulta temerosa por la desintegración de los valores tradicionales de la familia y la pérdida de autoridad. El cine norteamericano de Hollywood y la cultura popular se han encargado de alimentar este imaginario.
Del Punk y la New wave como banda sonora de una generación insatisfecha a la música enlatada de los chiringuitos de Magaluf, los espacios de ocio nocturno frecuentados por jóvenes han sido vistos tradicionalmente con desconfianza.
Al mismo tiempo, algunos de estos lugares han sido escenario de algunas de las revoluciones culturales y musicales más importantes de las últimas décadas. Pensemos en las escenas de Detroit, Manchester, Berlín o Nueva York, pero también en las de Madrid o Barcelona, como catalizadores de géneros musicales innovadores.
El actual discurso estigmatizador de la juventud y la noche demuestra la incapacidad de una sociedad adultocéntrica para proponer escenarios de futuro y posibilidad que puedan contrarrestar el hastío de una generación marcada por la precariedad y la incertidumbre real de una nueva crisis.
Para los amantes de la noche, sea esta formal o informal, “salir” no es solamente un acto de diversión hedonista, sino de evasión de una cotidianeidad cada vez más precarizada y de una extrema fragilidad, cuya incerteza les impide atisbar un horizonte de esperanza individual y colectivo.
Entre la formalidad y la informalidad
Las distintas medidas propuestas hasta ahora para minimizar el impacto de la pandemia en el sector del ocio nocturno han negado la importancia y el valor de estos espacios-tiempos de ocio para los estilos de vida urbanos contemporáneos.
Tal vez por eso, no debería extrañarnos que, durante las cálidas tardes de este verano, las terrazas, plazas y parques de nuestras ciudades estuvieran ocupadas por grupos de personas sedientas de socialización en torno a una cerveza, o que los espacios privados se convirtiesen en alternativas para la convivencia entre amigas y amigos. Tampoco debería escandalizarnos que tras meses de confinamiento las y los jóvenes volvieran el “botellón” como la única alternativa real de ocio.
El aumento de la alarma social en torno a los eventos autogestionados en lugares secretos y las reuniones de jóvenes durante la noche no se ha hecho esperar. De esta forma, una vez más recae sobre la noche el viejo estigma que la define como un espacio-tiempo marginal, peligroso y de riesgo. Además, se subraya el carácter desviado e irresponsable de determinadas formas de socialización juvenil.
Por otro lado, la actual displicencia frente al ocio nocturno contrasta ampliamente con su promoción y apoyo institucional durante el boom turístico, y pone en evidencia la marginación, precarización y menosprecio de su valor económico y cultural.
Un sector obligado a reinventarse
Por su parte, el propio sector de la restauración y del ocio nocturno se han visto obligados a reinventarse para responder a estas necesidades. Surgen ahora Dj sets o pequeños conciertos en terrazas al final de la tarde; algunos bares y empresas de organización de eventos apuestan por la entrega de bebidas alcohólicas a domicilio, mientras que otros establecimientos se han especializado en la organización de fiestas privadas para pequeños grupos, entre otras iniciativas.
En este nuevo escenario, la noche formal ya no es lo que era, pero aún no sabemos lo que es ni lo que será.
Sabemos que, muy posiblemente, esta actividad económica reducirá drásticamente su dimensión y que solo algunos negocios sobrevivirán: aquellos con una mayor robustez económica o los que mejor se adapten a las nuevas exigencias. Podemos también anticipar que el ajuste a las necesidades de distanciamiento físico implica una fuerte reducción de la capacidad de los establecimientos, quienes tendrán necesariamente que aumentar los precios para garantizar su sostenibilidad económica.
Por ese motivo, tal vez la noche bajo el signo de la pandemia se convierta en un espacio-tiempo que oscile entre lo informal, lo clandestino y lo underground y lo formal, lo privado y lo elitista. En definitiva, un espacio-tiempo aún más segregado si cabe.
¿Y si la noche fuera parte de la solución?
Cierto es que buena parte del sector no ha cumplido con sus deberes, e incluso en algunos casos se ha actuado con negligencia. Pero ello no justifica la ausencia de un plan de apoyo y de recuperación sectorial como el que existe para otros sectores productivos. Según datos de la Federación de Asociaciones de Ocio Nocturno de España, en este país el sector del ocio nocturno está constituido por 25 000 empresas, genera más de 200.000 puestos de trabajo, representa 1,8% del PIB –no muy lejano de 2,7% del sector primario nacional– y en 2019 facturó 20.000 millones de euros.
Más allá del impacto económico, el cierre de la noche supone además la pérdida de un espacio-tiempo de socialización imprescindible tras un periodo prolongado de confinamiento y aislamiento social. En este sentido, “la noche”, y su capacidad para tejer complicidades, afectividades y redes de relación, puede constituir un mecanismo eficaz de bienestar socio-emocional, inclusión y construcción de comunidad.
Iniciativas dentro y fuera de España dan cuenta de este potencial. Por ejemplo, el proyecto Global Nighttime Recovery Plan, la plataforma Space of Urgency, la recién creada Comisión Nocturna de Barcelona o nuestro propio trabajo en Lisboa a través de la red de investigación LXnights y de la asociación Kosmicare.
Por tanto, es urgente promover una plataforma de diálogo entre los distintos niveles de la administración (nacional, regional, municipal), las autoridades sanitarias, representantes del sector y organizaciones que investigan e intervienen en ambientes de ocio nocturno. Esta discusión se antoja fundamental para el ajuste del sector del ocio nocturno a las recomendaciones de distanciamiento físico, pero también para una negociación conciliada de alternativas con el objetivo de amortizar los impactos económicos de la COVID-19 y prevenir así, de forma pragmática, su inminente desaparición.
Iñigo Sánchez-Fuarros, Investigador Ramón y Cajal, Instituto de Ciencias de Patrimonio (Incipit -CSIC); Cristiana Pires, Researcher, Research Centre for Human Development (CEDH), Universidade Católica Portuguesa y Jordi Nofre, Investigador Principal FCT en Geografía Urbana., Nova School of Business and Economics
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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