Desde que el médico David Owen, que fue ministro británico de Sanidad, publicó En el poder y la enfermedad conocemos de primera mano que las dolencias de los personajes públicos suscitan interesantes cuestiones, en especial cuando los dirigentes desarrollan el “síndrome de hybris” que parece atenazar a Donald Trump.
Según cuenta el documentado libro de Owen, 29% de todos los presidentes de Estados Unidos sufrieron dolencias psíquicas mientras ejercían el cargo, y 49% presentaron rasgos que indicaban trastorno mental en algún momento de sus vidas.
Hospitalizado “como medida de precaución” un día después de dar positivo por SARS-CoV-2, Donald Trump es el segundo presidente estadounidense en ser víctima de la enfermedad viral en el seno de una pandemia.
Cuando el presidente Woodrow Wilson contrajo la gripe de 1918, la Casa Blanca intentó ocultar la enfermedad presentándola como un simple resfriado.
Al parecer, Trump está recibiendo todo un cóctel de fármacos, entre los que, además de algunos medicamentos “convencionales” (remdesivir, vitamina D, zinc, melatonina, famotidina y aspirina), se incluyen dos innovadores anticuerpos monoclonales que está ensayando la compañía biotecnológica Regeneron.
No parece un caso leve
Que le estén administrando tanto fármaco pone de relieve que el nivel de gravedad de la enfermedad que está sufriendo Trump no es tan “leve”, como sostenía al principio el entorno presidencial, sino al menos “moderado”. Su hospitalización indica también que hay un riesgo mayor para la salud presidencial que el que se reconoce oficialmente.
Teniendo en cuenta lo que los médicos han aprendido durante los últimos ocho meses en el tratamiento de varias etapas del covid-19, quizás lo más correcto en este momento sería decir que la evolución de Donald Trump es impredecible y cuando menos “inquietante”.
En su caso, el de un varón de 74 años con un notable sobrepeso (110 kilos) y una trayectoria vital que parece la antítesis de la de un asceta, ¿cuáles son los mejores tratamientos probados?
Los párrafos que siguen son una síntesis de lo que lo que sabemos sobre la COVID-19.
Los varones tenemos una vez y media más probabilidades de morir por covid-19 severo, y una persona de 80 años tiene un riesgo veinte veces mayor de fallecer que una de 50 años. Además de la edad y del sexo, la obesidad, la diabetes, el diagnóstico reciente de un cáncer, las enfermedades crónicas que afectan al corazón, al hígado y a los pulmones, los derrames cerebrales y la demencia se asocian con un mayor riesgo de morir por covid-19.
Sexo, edad y sobrepeso
Aunque no conocemos en detalle su historial médico, atendiendo solo a los criterios de sexo, edad y sobrepeso, el presidente entra en la categoría de “gran” riesgo.
A principios de la pandemia, además de mantenerlos con respiradores, se conocían pocos tratamientos para los pacientes que mostraban síntomas graves de covid-19.
Varios meses después, hay algunos tratamientos, incluidos unos cuantos medicamentos, que brindan a los médicos herramientas mucho mejores para tratar a los pacientes, especialmente a los muy enfermos.
El enfoque de la terapia difiere según la etapa de la enfermedad y si la infección es asintomática o presintomática. Las infecciones asintomática y presintomática aparecen cuando se obtiene un diagnóstico positivo en una PCR sin que se presenten síntomas de infección.
Actualmente no hay tratamiento eficaz conocido para estos casos. Alguien con infección asintomática o presintomática debe aislarse en casa durante diez días para no exponer a los demás.
Síntomas de una infección leve
Los síntomas de una infección leve por covid-19 pueden incluir fiebre, tos, pérdida del gusto o del olfato, dolores musculares, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, diarrea, congestión y secreción nasal.
Alguien con covid-19 leve no tiene ni dificultades para respirar, ni dolor en el pecho ni muestra evidencias de neumonía en una radiografía torácica.
No hay tratamientos que hayan demostrado mejorar la salud de las personas con covid-19 leve. Sin embargo, estos pacientes deben conocer bien sus síntomas, porque la progresión al siguiente nivel, el de enfermedad moderada, puede ser rápida, por lo general de cinco a diez días después de los síntomas iniciales.
Enfermedad moderada o grave
La enfermedad moderada se caracteriza por la dificultad para respirar, el dolor en el pecho o cuando en una radiografía torácica aparecen evidencias de neumonía, pero sin niveles bajos de oxígeno en sangre. Actualmente no se conoce una terapia eficaz para la enfermedad moderada.
La enfermedad grave se relaciona con una frecuencia respiratoria rápida (más de 30 respiraciones por minuto) y con niveles bajos de oxígeno en sangre. Además, si en las radiografías aparecen signos de neumonía que afecten a más de la mitad de los pulmones, el pronóstico es también grave. El esteroide antiinflamatorio dexametasona reduce la mortalidad en pacientes graves.
El covid-19 se considera crítica cuando el paciente está tan afectado que los órganos vitales comienzan a fallar y requieren medicamentos u otras terapias para apoyar estas funciones vitales. Si la insuficiencia de los pulmones es lo suficientemente grave, los médicos pueden poner al paciente en un respirador mecánico o proporcionarle grandes cantidades de oxígeno.
No hay evidencia de que el tratamiento con remdesivir sea beneficioso durante esta fase crítica. La dexametasona se sigue recomendando en el tratamiento de este nivel porque se ha demostrado que disminuye la mortalidad.
Tratamientos ineficaces
Algunos tratamientos que han resultado ser ineficaces incluyen la cloroquina y la hidroxicloroquina, por las que mostró una enorme simpatía el propio Trump, a pesar de tratarse de unos remedios contra la malaria que, no se olvide, está producida por un protozoo y no por un virus; aunque introduce zinc en la célula y es precisamente el zinc uno de los medicamentos que está recibiendo Trump.
Otros tratamientos potenciales que aún se encuentran sujetos a ensayos clínicos para probar si son efectivos incluyen el plasma humano de convaleciente, que contiene anticuerpos que evitan que el virus penetre en las células.
También existen medicamentos para modular la respuesta inmunitaria, como los interferones y los inhibidores de IL-6, que en algunos casos pueden prevenir una tormenta de citocinas (una hiperreacción dañina del sistema inmunológico).
Lo último en covid-19
El parte emitido por el médico del presidente el 2 de octubre decía que, como medida de precaución, el presidente había recibido lo último en combatir el covid-19: un complejo inyectable basado en anticuerpos monoclonales de síntesis, que es parte de un tratamiento desarrollado en ensayos clínicos por las compañías biotecnológicas Eli Lilly y Regeneron.
El mecanismo de acción de estos fármacos es similar al del plasma de convalecientes. Los anticuerpos se unen a las glucoproteínas en forma de espiga que sobresalen de la superficie de la pared vírica, bloqueando su entrada en las células y, por lo tanto, su multiplicación intracelular.
Un tratamiento todavía sin aprobar
Trump está teniendo el privilegio (y también corriendo el riesgo) de recibir un tratamiento todavía sin aprobar que actualmente está sujeto a ensayos de alta prioridad por parte de los Institutos Nacionales de Salud para determinar si son seguros y efectivos.
Por el momento, el desafiante y soberbio Donald Trump está convertido en un modesto conejillo de Indias que, celosamente atendido en un hospital militar de Maryland, se arriesga al siempre peligroso “síndrome del recomendado”, y si no, que alguien le pregunte a algunas celebridades presuntas víctimas del celo de sus doctores.
José Miguel Sanz Anquela, Profesor Asociado en Ciencias de la Salud. Departamento de Medicina y Especialidades Médicas, Universidad de Alcalá y Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.