Irene enciende velas, Igor una linterna. Son las 6:09 pm en Kyiv y, como estaba previsto, la electricidad acaba de ser cortada en el edificio de la pareja, en un barrio del norte de la capital ucraniana.
Desde el 10 de octubre, el sistema eléctrico ucraniano se ha visto afectado por múltiples ataques rusos contra la infraestructura energética.
Para evitar un apagón total, el operador nacional Ukrenergo aplica cortes de electricidad programados en la capital y otras ciudades y regiones de Ucrania.
En el sitio web del operador, basta indicar su dirección y aparecen los cortes programados para la semana, por rotación de distritos.
En el edificio de Irene Rozdobudko e Igor Juk se produjeron tres cortes eléctricos el sábado de cuatro horas de duración a partir de medianoche.
«Me gusta la penumbra cuando está tranquilo, oscuro y nadie me molesta para pensar», dice Irene, una escritora y artista de 60 años, mientras prepara un «borsch», una sopa ucraniana a base de remolacha.
«A ciegas»
«Puedo preparar ‘borsch’ a ciegas. La cocina (de gas) siempre funciona. Tengo agua (aunque) el caudal es bajo. Hay repollo en la nevera, zanahoria y otros productos necesarios», agrega, mientras señala que la calefacción también funciona.
Para iluminar, la pareja utiliza velas decorativas que tenían desde hace mucho tiempo y linternas de bolsillo. En el baño hay una lámpara de camping.
Afuera, el vecindario está sumido en la oscuridad.
En las fachadas oscuras de los edificios aparecen luces tenues en las ventanas de algunos apartamentos.
Por las aceras oscuras, los habitantes usan linternas o teléfonos móviles.
Pero los apagones programados no bastan para aliviar al sistema eléctrico. El sábado, Ukrenergo anunció restricciones adicionales con cortes de emergencia.
El domingo en Kyiv, incluso en barrios cercanos a la presidencia ucraniana en el centro, que antes estuvieron a salvo, hubo cortes momentáneos de electricidad, constató AFP.
También se dieron cortes de agua a inicios de la semana en algunas zonas de la capital tras nuevos ataques de misiles rusos.
A la luz de las velas, Irene hace ropa para una muñeca. «Nunca haría esto si hubiera luz», dice la mujer originaria de Donetsk, en la región homónima anexionada en septiembre por Rusia.
Los ataques desde octubre en la capital, que no había sido golpeada desde junio, son un duro recordatorio de la guerra que se libra desde hace ocho meses en los frentes oriental y sur del país, donde los bombardeos son cotidianos en muchas localidades.
Para Igor, un científico de 70 años apasionado por la música, los bombardeos contra infraestructuras civiles son la marca de «la agonía y la impotencia del ejército ruso», tras perder en septiembre miles de kilómetros cuadrados en el noreste.
Maidan en la oscuridad
«Cuando ven que no pueden luchar contra el ejército (ucraniano), empiezan a luchar con la retaguardia del ejército: los civiles», explica.
En el centro de Kyiv, donde anochece hacia las 17H00, la plaza de la Independencia (Maidan, en ucraniano), lugar simbólico de la revolución de 2014, suele permanecer en la oscuridad.
Solo los focos de los vehículos iluminan las calles de los barrios donde no hay electricidad. Los restaurantes también están usando velas.
En la noche de jueves a viernes, cerca de 4,5 millones de personas en Kyiv y 10 regiones del país están temporalmente sin electricidad, indicó el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, quien denunció un «terror energético».
Al acercarse el invierno, el alcalde de Kyiv, Vitali Klitschko, dice que teme el peor escenario en caso de nuevos ataques a instalaciones energéticas: «uno en el que no habrá electricidad, agua ni calefacción».
El responsable anunció la preparación de «más de mil puntos de calentamiento» por si acaso. «Hemos comprado generadores eléctricos, agua almacenada y todo lo necesario para que estos puntos de calefacción puedan acoger a la gente», declaró.
Con su linterna frontal, Igor pone las cosas en perspectiva: «probablemente será un poco más difícil en invierno, o quizás mucho más. Pero ahora no estamos en la peor situación».
En un rincón del apartamento, Irene sostiene una emotiva carta de sus nietos refugiados en Marsella, Francia. «Hola abuelo y abuela, quería saber si la vida va bien en Ucrania. Y si no, vengan con nosotros a Francia. Los queremos mucho y los apoyamos».
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