El sacramento de la Penitencia es la única forma por la que se puede obtener el perdón de los pecados. Sin embargo, la confesión solo elimina una de las dos partes de las que se compone el pecado: la culpa, es decir, la ofensa hecha directamente a Dios. Lo que resta es la pena: el mal que se padece por los actos malos cometidos, la deuda que se contrae.
La pena se cumple en el purgatorio, donde la ausencia de la fuerza de Dios genera sufrimientos – en ningún caso es Dios quien los produce-. Además del estado temporal del purgatorio, hay otra forma de librarse de la pena y es obtener una indulgencia.
Existen tres tipos de pena:
- El cargo de conciencia. Se da cuando la persona ve con claridad el daño que ha hecho y sufre ante el dolor que ha causado.
- Ser consciente de la distancia con Dios. Este se da cuando morimos, ya que sabemos exactamente que debemos padecer para llegar al encuentro con Dios en el cielo.
- Sufrir un dolor, representado con el fuego. Esta es la parte más complicada de comprender.
Según el Código de Derecho Canónico (c.992 y 993) la indulgencia es «la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos. La indulgencia es parcial o plenaria, según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente».
Tres condiciones
El Catecismo de la Iglesia Católica, en su apartado 1478, declara que «las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras de piedad, de penitencia y de caridad».
Las indulgencias pueden ser aplicadas por uno mismo o por otra persona ya difunta, siendo esta la única manera en la que los fallecidos pueden obtenerla. Para alcanzar una indulgencia plenaria hay que cumplir tres requisitos:
- Tener la disposición interior de desapego total del pecado, incluso venial.
- Confesarse 20 días antes o después de comulgar.
- Rezar por las intenciones del Papa.
Igualmente, se pueden obtener en cualquier momento o en ocasiones especiales. Las diarias son la recompensa de adorar media hora al Santísimo, rezar el Vía Crucis o el rosario en familia o comunidad y leer la Biblia durante media hora
Indulgencias plenarias en ocasiones especiales
- Rezar un Padrenuestro y un Credo en un santuario o basílica, se da una vez al año por santuario.
- Recibir la bendición Urbi et Orbi.
- Hacer ejercicios espirituales de tres días.
- Rezar un Te Deum el 31 de diciembre o un Veni Creator el 1 de enero en una iglesia.
- Rezar un Miradme oh mi amado y buen Jesús ante un crucifijo cualquier viernes de cuaresma después de comulgar.
- Rezar en Jueves Santo un Tantum ergo ante el Santísimo tras los oficios.
- Asistiendo a los oficios del Viernes Santo.
- Renovando las promesas bautismales en la Vigilia Pascual.
- Rezar el Veni Creator en una iglesia el día de Pentecostés.
- Participando en la procesión eucarística del Corpus Christi.
- Rezando un Padrenuestro y un Credo en una catedral o parroquia el 2 de agosto.
- Visitando un cementerio y orando por los difuntos entre el 1 y 8 de noviembre, solamente aplicable a las almas del purgatorio.
Indulgencias parciales
Por su parte, las indulgencias parciales borran parte de la pena del pecado. Se pueden alcanzar si no se cumplen todos los requisitos para obtener una indulgencia plenaria. Para recibirla hace falta estar en gracia de Dios, realizar una de las obras con las que se obtiene y tener la intención de recibirla.
Existen varias formas en las que se pueden alcanzar. Algunas son el rezo del Ángelus, el de la Salve, el Magníficat, las Letanías u otras oraciones a la Virgen, rezar a san José o al ángel custodio, recitar el Credo, orar por el Papa, así como antes o después de comer y al iniciar y terminar el día o el trabajo.
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