El rezo del rosario es una de las devociones marianas más extendidas por todo el mundo. Para referirnos a su origen, muchas veces se habla de santo Domingo de Guzmán. Sin embargo, esta práctica es el producto de una evolución que nace, probablemente, en el siglo X.
En el año 910 se fundó la Orden cluniacense, bajo la regla benedictina. Cluny quería ser una imagen del Reino de los Cielos, tal y como se expone en el Apocalipsis, en la que todos los ángeles y los santos están constantemente cantando alabanzas a Dios. Para ello, dividen a sus frailes y monjas en dos tipos: los que se dedican al trabajo manual o legos y los que encargados de la oración coral. Estos últimos recitaban a diario el salterio, los 150 salmos, número que variaba dependiendo de la festividad litúrgica.
Sin embargo, para que los legos pudieran participar de esta práctica en su tarea, se les encargó rezar 150 Padrenuestros diarios.
El Salterio de María
En el año 1098, aparece la Orden cisterciense como resultado de una reforma de Cluny. Ellos también se rigen por la regla de san Benito, pero dedicaban más tiempo al trabajo y menos a la recitación de los salmos, reduciendo así, como pedía el santo, a que se completaran semanalmente y no diariamente.
El Císter fue una orden profundamente mariana desde sus inicios, dedicando todos sus conventos a la Virgen María. Dentro de ella surge la figura de quien se convertiría en san Bernardo de Claraval, quien predica al Jesús de los Evangelios y a la Virgen María como Madre de Dios y de todos los hombres, inventando el título de «Nuestra Señora».
La devoción a María empieza a extenderse en los conventos, comenzando a sustituir el Padrenuestro por la Salutación del Arcángel a María, la primera parte de lo que conocemos como Ave María sin la conclusión «Jesús». A lo largo del siglo XIII los monjes recitan 150 salutaciones, popularizándose como el Salterio de María, continuando con la referencia a los salmos. Ahora se añadiría la conclusión «Jesús» y se extiende el uso de los contadores.
Santo Domingo de Guzmán
Un sacerdote español, llamado Domingo de Guzmán, en 1208 se localizaba al sur de Francia para combatir la herejía albigense. Estos creían en dos dioses: uno, el origen del bien y lo espiritual; y el otro, como origen del mal, de lo material. El cuerpo, al ser material, es malo, por lo que Jesús no puede ser Dios al haberse encarnado. Tampoco creían en María como Madre de Dios y negaban los sacramentos.
Pasaron los años en esa ardua labor, consiguiendo convertir a unos pocos que, por miedo a ser señalados, volvían a caer en el error. Junto a un grupo de mujeres conversas, Domingo fundó una orden religiosa, cuya capilla del convento estaba dedicado a la Virgen. Allí, el sacerdote le pidió ayuda en su tarea, de la que sentía que no había frutos. Se cuenta que la Madre se le apareció, sosteniendo unas cuentas de rosario y, tras enseñarle a recitarlo, le pidió que extendiera la práctica bajo promesa de conversión de muchos pecadores y de derramar muchas gracias.
Con la aprobación del Papa, los hombres que se unieron a la misión de Domingo de Guzmán formaron la Orden de Predicadores, los dominicos, quienes promulgaron esta piadosa práctica por los países a los que llegaba su misión.
La Devotio Moderna
En el siglo XIV se extiende el Salterio de María por los conventos europeos, que no había sido estandarizado aún. Durante este siglo surgen los beaterios, conformados por beguinas, en la zona del río Rin, quienes buscan una relación mística con Dios. En ellas aparece una herejía, en la que dicen no necesitar de misa o los sacramentos, ya que tienen esa relación íntima con Dios. Por ello, se suprimen y la Iglesia pide a las órdenes mendicantes – franciscanos, dominicos, carmelitas y agustinos – que les enseñen a orar, transmitiéndoles el Salterio de María.
Aparece la Devotio Moderna en esta zona de Europa, en Holanda, quienes buscan acercar al pueblo a Dios a través de la imitación de los actos de Jesús, meditando su vida; y de la oración, indicando el cómo, cuándo y qué se debe rezar. Precisamente esto es lo que combina el rosario, popularizándose en estas comunidades su devoción. Aquí aparece la terminación para la primera parte de la Salutación mariana. Sin embargo, cada una de las 150 es diferente, añadiendo pasajes de la vida de Cristo («… y bendito el fruto de tu vientre, Jesús, que murió en la Cruz»). Es en el siglo XV cuando aparece la actual segunda mitad del Ave María, sin conocerse el autor, permitiendo que el rosario se rece a dos coros, reemplazando la Salutación.
Además, el dominico Alano de la Rope, funda en 1470 la Cofradía del Salterio de la Gloriosa Virgen María, difundiendo la devoción, pidiendo la intercesión de la Virgen y fomentando la espiritualidad en torno a ella. Esta sería el germen de las cofradías del rosario. A su muerte, cinco años después, el prior dominico de Colonia funda la primera, que fue replicada en los conventos dominicos hacia el sur, llegando a Roma. Allí se encontraba la Curia Generalicia de la Orden de Predicadores, quienes pidieron a El Vaticano fundar una en cada uno de sus monasterios.
La estandarización con san Pío V
Fue el Papa san Pío V quien fijó la forma del rezo del rosario: serían 15 misterios en tres grupos de cinco: gozosos, dolorosos y gloriosos. También fue quien la extendió por toda la Iglesia. Con ocasión de la Batalla de Lepanto, en 1571, el Santo Padre pidió a toda la cristiandad su recitación para obtener la victoria. Tras vencer, proclamó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias. Dos años después, su sucesor, Gregorio XIII, le cambiaría el nombre a la de Nuestra Señora del Rosario, estableciéndola el primer domingo de octubre. Por último, en 1716, san Pío X la movió al 7 de octubre en recuerdo de la gesta.
Llegado el siglo XIX y la Revolución Francesa, iglesias y conventos quedaron en manos del Estado, suprimiéndose la celebración de la eucaristía. Ante la imposibilidad de recibir el sacramento, los fieles pasaron a rezar el rosario, contribuyendo a su universalización. Al restablecimiento de la misa, quedó como costumbre en muchas parroquias su recitación comunitaria antes del comienzo.
En el año 2002, el papa san Juan Pablo II añadió los misterios luminosos, alcanzando las 200 Avemarías.
La aparición de las letanías
Lo que estandarizó san Pío V fue la oración del rosario, es decir, el número de Padrenuestros, Avemarías, y Gloria, así como la organización de los misterios. En cuanto a las fórmulas previas y finales, se permite una variación. Las letanías no forman parte del rosario como tal. Esta fórmula aparece en el año 400 en Oriente para pedir auxilio y más tarde llega a Europa.
Las más importantes fueron las letanías venecianas, que empezaron a decaer en el s. XIX. Las más divulgadas fueron las lauretanas, recitadas por los que peregrinaban a la Virgen de Loreto. Están relacionadas con elementos y pasajes bíblicos. Se popularizaron porque los papas Sixto V y Clemente VIII promulgaron indulgencias a quienes las recitasen. Algunos papas han añadido algunas, haciendo referencia a los dogmas que se aprobaban o acontecimientos históricos que sucedían.
En diferentes lugares, la misma Virgen María se ha aparecido pidiendo siempre el rezo del rosario. Los santuarios de Lourdes y de Fátima son los grandes símbolos en Europa de esta práctica, donde se dan cita a diario miles de peregrinos para continuar la misión que la Señora dejó encomendada.