El mundo entero está observando la erupción de La Palma. Es un reflejo excepcional de la naturaleza viva del planeta en el que vivimos y del avance de las redes de vigilancia volcánica y la protección de las zonas afectadas.
Con miles de evacuados, graves pérdidas económicas y lavas avanzando hacia la costa, ¿cómo podemos leer lo ocurrido y realizar pronósticos de lo que puede suceder?
¿Qué muestran las imágenes de la erupción en La Palma?
La erupción de Cumbre Vieja ha generado dos fisuras eruptivas con varias bocas que emiten fuentes de lava de hasta 400 metros de altura. Es decir, fuentes de lava más altas que la Torre Eiffel en París. La erupción es moderada en explosividad y fragmenta la roca fundida, lo que genera piroclastos –fragmentos de roca volcánica solidificada–.
Los piroclastos de mayor tamaño se enfrían durante su caída y se acumulan alrededor de las bocas eruptivas, lo que produce “conos de escoria”. El cono principal tiene unos 130 metros de altura y hace dos noches sufrió un derrumbe debido a la actividad violenta del volcán.
Los piroclastos más pequeños generan nubes de ceniza mezclada con los gases que emanan del volcán, que se elevan varios kilómetros sobre las bocas eruptivas. El jueves 23 la interacción del magma con un pequeño acuífero generó una columna de gas de casi 10 kilómetros de altura.
Además, se han generado millones de metros cúbicos de coladas de lava. Su composición es basáltica, es decir, pobre en sílice, rica en magnesio y de poca viscosidad. Este tipo de magma suele generar erupciones efusivas (hawaianas), o moderadamente explosivas (estrombolianas) como las que vemos en La Palma.
La temperatura de la lava supera los 1.000 grados centígrados y arrasa todo lo que encuentra a su paso. En contacto con el aire, la lava se enfría rápidamente. Se forma así una costra de aspecto rocoso, áspero y desmoronado que aísla al interior de la colada, que sigue fluyendo y generando pequeños incendios. Este tipo de colada se describe con el término hawaiano ‘a’ã, o “malpaís” en Canarias.
Cuando se enfríen por completo, estas coladas dejarán alfombras rocosas negras sobre el paisaje de la isla como otras tantas que se observan en el archipiélago, transformándose en suelos fértiles con el paso del tiempo.
La principal lengua de lava tiene un frente de casi 600 metros y un espesor de hasta 12 metros. En los últimos días, su avance hacia la costa se ha ralentizado. Si llega al mar, se esperan explosiones relacionadas con la vaporización y expansión del agua fría en contacto con la lava caliente, la fragmentación violenta de la lava y la liberación de gases tóxicos.
- Se detiene una colada de lava del volcán de las islas Canarias
- Volcán de Fuego entra en erupción en Guatemala
¿Cómo se sigue la evolución de la erupción en términos de vigilancia?
El Instituto Geográfico Nacional, el Instituto Volcanológico de Canarias y el Instituto Geológico y Minero de España han desplegado personal e instrumentación en La Palma y proporcionan información científica oficial sobre el desarrollo de la erupción. La vulcanología es una ciencia multidisciplinar y sus datos son esenciales para la protección de la población.
Los datos sísmicos de terremotos y las medidas de deformación de la superficie (obtenidas con sistemas GPS y satélites) permiten seguir el movimiento del magma en el interior del volcán.
Esta información se une al estudio de la química de los productos del volcán, incluyendo las lavas, los piroclastos y los gases emanados de las bocas eruptivas.
La primera descripción de las lavas, una vez enfriadas en roca, revela cristales milimétricos de plagioclasa blanca y de piroxeno negro en una matriz microcristalina. Estos minerales son habituales en magmas basálticos y podrían proporcionar información sobre los procesos internos del volcán antes de la erupción.
Las lavas se pueden analizar químicamente para monitorizar la llegada de nuevo magma a los reservorios profundos, que continuaría alimentando la erupción. En este caso, esperaríamos un aumento del contenido en magnesio, como ocurrió durante la última erupción Canaria en El Hierro 2011-12 y en la erupción hawaiana del volcán Kilauea en 2018.
El incremento en el contenido en gases volcánicos también puede indicar la llegada de nuevo magma y la continuación o aumento de la actividad volcánica. Por ejemplo, los picos en dióxido de azufre, muy abundante en esta erupción, pueden reflejar un episodio de recarga de magma en profundidad, tal y como se ha observado en otros volcanes basálticos como el Etna.
También necesitamos un control de la meteorología. En particular, los cambios en la dirección e intensidad del viento pueden redireccionar las nubes de ceniza y gas, que son nocivas, afectan al tráfico aéreo y cubren viviendas, campos e infraestructuras.
¿Podemos establecer pronósticos eruptivos?
Los vulcanólogos no predecimos cuánto van a durar las erupciones, ni cuántas bocas eruptivas se van a abrir, ni qué grado de explosividad van a alcanzar. Lo que hacemos es establecer un pronóstico de qué es lo más probable que ocurra. Esto lo hacemos combinando la información del pasado del volcán con los datos de la vigilancia volcánica.
Los incrementos drásticos de la sismicidad, deformación, contenido en gases, temperatura de la lava y su contenido en magnesio pueden revelar la llegada de nuevo magma desde las profundidades del volcán. Si, por el contrario, el magma disponible se va agotando y enfriando, veremos que los indicios de actividad se van apagando y la erupción puede llegar a su fin.
Las últimas décadas han sido testigo de una mejora exponencial en la vigilancia volcánica, así como un avance sin precedentes en nuestra comprensión de los procesos volcánicos. Las observaciones y datos de La Palma añaden piezas a un puzle que no deja de crecer, y debemos seguir resolviendo para mejorar la respuesta a las erupciones y minimizar su impacto.
Teresa Ubide, Senior Lecturer in Igneous Petrology/Volcanology, The University of Queensland; Carlos Galé, Geología, Universidad de Zaragoza; Laura Becerril, Geóloga, vulcanóloga. Profesora Asistente, Universidad de O’Higgins (Chile); Patricia Larrea, Geóloga. Profesora Asistente, Dpto. Geología y Centro de Excelencia en Geotermia de los Andes, Universidad de Chile y Stavros Meletlidis, Vulcanólogo, Instituto Geográfico Nacional
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.