Después de 2 años del estallido de la pandemia, Chile ha contabilizado cerca de 3 millones de contagios y más de 41.800 decesos asociados a la enfermedad pese a imponer una de las políticas de restricciones más duras y estrictas del mundo y ser uno de los países con un ciclo de vacunación más amplio, ya en la cuarta dosis.
Datos del Ministerio de Salud publicados este viernes indican que se han inyectado 54 millones de dosis de las vacunas en una nación con apenas 19 millones de habitantes, lo cual supone que cerca de 94% de los chilenos tienen la pauta completa.
De ese total, 14 millones responden a la dosis de refuerzo mientras que 80,41% de los chilenos entre 3 y 17 años de edad tiene igualmente su esquema completo.
Las olas de la enfermedad
Un esfuerzo que sin embargo no ha servido para frenar las olas de la enfermedad, que han sacudido a Chile.
Especialmente este mes, cuando el pico de la cuarta ola marcó una tasa de positividad superior a 39%, con 38.500 nuevos contagios el 13 de febrero y 200 muertes una semana después, pese a que siguen en vigor medidas restrictivas polémicas como el uso obligatorio de las mascarillas en exteriores.
«Tenemos 80% de las UCI ocupadas y ha subido la hospitalización de niños, aunque la mayor parte de los enfermos graves no tenía la pauta completa. Esto nos dice que la vacunación no es la solución para todo, pero es un factor esencial», explicó a Efe Marcelo Alarcón, bioquímico de la Universidad de Talca.
«La vacunación, con dosis de refuerzo cada seis meses, es la medida más efectiva que tenemos por ahora para frenar el virus. Aunque igualmente hay que poner en la mesa otros elementos, distanciamiento, mascarilla», insistió el experto.
Política sanitaria dura
Iniciada la pandemia, Chile optó por una de las políticas de aislamiento más duras del mundo, asentada en un sistema de fases en el que la primera, que duró duró meses, no permitía más que salir a una persona de casa -con permiso de la policía- e impedía cualquier tipo de circulación los fines de semana.
Solo a lo largo de 2021 comenzó a abrir la mano en el interior -no así a los viajeros procedentes del exterior- pero bajo premisas igualmente estrictas: limitación de reuniones, restricción de aforo, uso obligado de mascarillas, cuarentenas, inspecciones reiteradas del Ministerio de Sanidad y acceso a lo locales con «pase de movilidad», documento que solo se logra con el esquema de vacunación completo.
Los requisitos para los viajeros que llegan del exterior siguen siendo estrictos: solo pueden ingresar al país aquellos que tengan todas las vacunas, siempre que presenten un PCR negativo realizado con 72 horas de antelación a la entrada en Chile.
Al llegar deben someterse a una segunda prueba PCR en la propio área internacional del aeropuerto, donde reina el caos y el contagio parece más posible.
Cada día, miles de pasajeros se apiñan en pasillos estrechos y soportan largas colas -con una media de espera superior a las cuatro horas- que según expertos muestran que la reglamentación no ha evolucionado de igual manera que los efectos de la pandemia y que además de poco efectiva en ciertos casos, parece sobredimensionada frente a la capacidad del Estado.
«Países como Dinamarca han dicho que la pandemia ha terminado y han suspendido todas las restricciones basándose en que su población está vacunada en más de 80%. Bajo ese criterio, en Chile podríamos hacer lo mismo», opina Alarcón.
Y añadió: «Se puede ir levantando restricciones y medidas si la población asume la responsabilidad que le toca. Pero aquí tenemos factores culturales, la gente no hace caso, sale igual a la calle, se quita la mascarilla… y claro, las autoridades no confían».
Una gestión de la pandemia que ahora deberá manejar el nuevo gobierno del presidente electo Gabriel Boric, que no parece proclive a introducir mayores cambios.
“Acá hay un cambio de gobierno, pero el tema de salud que es tan importante para todos los habitantes de Chile es un tema de Estado”, aseguró esta semana la futura ministra de Sanidad, Begoña Yarza, al inicio del traspaso de poder.