Cayetana Álvarez de Toledo tropezó dos veces con la misma piedra del PP. Fue fulminada como portavoz parlamentaria por Pablo Casado, cuando el virus campaba a sus anchas por nuestros pulmones. Cada vez que esta diputada, nacida en Madrid en 1974 e hija de aristócrata francés y madre argentina, es maltratada por la derecha los que más lo celebran son los de la izquierda. Aquel agosto de 2020 el exlíder popular cayó en la trampa de Pedro Sánchez, al que gusta presentar como radical al que no se pliega a sus políticas populistas. Él se autoinstala en la moderación y a partir de ahí, los que no comulgan con su pseudocredo wok, son fascistas. Una de las razones que se esgrimió para sustituir a Cayetana por Cuca Gamarra es que a los barones de Génova les rechinaba su discurso sin complejos contra el nacionalismo, algo que a veces se echó en falta en el PP y que explica en parte la llegada de Vox. Por eso, Álvarez de Toledo siempre ha defendido que el PP no puede ser una alianza de barones sino un partido con sustrato ideológico. Desde esa convicción, terminó enfrentada al entonces todopoderoso Teodoro García Egea, partidario de la política de apaciguamiento. De él apuntó que ostentaba un «mando testosterónico».
CAT, tras doctorarse en Historia en Oxford y vivir en Buenos Aires, aterriza en Madrid en 2000, cuando ingresa como redactora en El Mundo, primero como editorialista y luego como reportera de Economía. De ahí salta a las tertulias de Jiménez Losantos en la COPE hasta que recala en el PP como jefa de gabinete de Ángel Acebes. Es elegida diputada por Barcelona, con un pírrico resultado, y empieza a significarse por su rechazo al independentismo catalán desde un estilo incisivo, a veces trufado de un talante altivo. Hasta que en 2015 anuncia que abandona la política por desacuerdos con Mariano Rajoy; fue su primer portazo a Génova. Harta de que el expresidente gallego no diera la batalla cultural y solo ofreciera gestión en sus siete años de mandato –«la idea de que a la gente no le importan las ideas, sino solo su cartera, es despreciar a las personas»– se justificó, volvió al periodismo. Además de plumilla es marquesa de Casa Fuerte tras el fallecimiento de su padre, y fundadora del movimiento Libres e Iguales. Cuenta con las nacionalidades argentina, francesa y española y es madre orgullosa de dos niñas.
Tras sus idas y venidas, Feijóo le acaba de nombrar portavoz adjunta en el Congreso donde ya las ha tenido tiesas con la ministra Pilar Alegría a la que se dirigió esta semana como «la portavoz de la humillación». Su reincorporación a la Cámara promete devolver mañanas de gloria al hemiciclo. Sin pelos en la lengua, ha cantado todas las verdades a cuantos barqueros ha colocado la izquierda en su camino. A Carmena le recordó que no le perdonaría jamás que pervirtiera la cabalgata de Reyes para decepción de su hija de seis años (el tuit con su denuncia se convirtió en un fenómeno viral); a Sánchez le espetó este miércoles que su dignidad personal es irrelevante; a María Jesús Montero le preguntó, a propósito del debate sobre la ley del ‘solo sí es sí’, «¿ustedes van diciendo sí, sí, sí, hasta el final?» y a la otra Montero, Irene, la afeó que «ha llevado el feminismo a una lucha desquiciada entre hombres y mujeres».
Sus polémicas con la izquierda han sido mayúsculas, pero su gran logro (según sus propias palabras) ha sido ganar en los tribunales a Francisco Javier Iglesias Peláez, el padre de Pablo Manuel, que la acusó de intromisión en su honor por llamarle «terrorista». La Audiencia de Zamora acaba de confirmar que las palabras que la diputada popular pronunció en una entrevista de prensa se encuadran en la libertad de expresión. En mayo de 2020, CAT ya le había dicho a Pablo Iglesias en su cara desde la tribuna del Congreso que «es usted el hijo de un terrorista» (por la militancia en el FRAP de su padre, una organización terrorista responsable de seis asesinatos en los años 70). El exvicepresidente quiso vengarse llamándola cada vez que intervenía en el hemiciclo como «señora marquesa», y la madre de Pablo, y esposa del interfecto, también terció para tildarla de «marquesa de pacotilla con lengua bífida», extremo que solo pudo provocar carcajadas en Álvarez de Toledo.
No cree que la violencia tenga género
Cayetana, liberal en lo económico, pero menos firme en lo trascendente, impugna casi todos los paradigmas del populismo y la izquierda, en clara sintonía con José María Aznar, del que es amiga: no cree que la violencia tenga género, ni que los hombres sean violentos por naturaleza, ni que ser mujer la defina (dice que tiene mucho más en común con Feijóo o Moreno que con Belarra o Irene Montero), ni que a la izquierda le ampare ninguna superioridad moral. A su favor opera que no se siente condicionada por el instinto de poder ni necesita el dinero público para vivir (su historial académico y profesional es apabullante, donde destaca su magnífica tesis doctoral sobre Juan de Palafox, bajo la dirección del ilustre profesor Elliott), por lo que, sin hipotecas personales, contrapone la batalla épica de las ideas a las luchas internas de los partidos.
Gusta más del papel de prensa y de los libros (su último ensayo Políticamente indeseable es un sólido alegato contra las falsedades de la izquierda y su adhesión a los nacionalistas, y un recorrido por sus difíciles años en el PP) que el papel cuché, donde Iglesias le quiso recluir por su procedencia aristocrática. Hasta que el líder en la sombra de Podemos tomó de su medicina: «La aristocracia a la que pertenece usted es a la del crimen político», le descerrajó Cayetana.
Gran defensora de Albert Rivera en los albores de la «nueva política» que nos iba a arreglar la vida, CAT vuelve a la primera página de los periódicos mientras Albert es hoy ya solo un exitoso abogado y Pablo solo gestiona la pyme familiar de Podemos.