Pablo Emilio Escobar pasó sus últimas días en La Casa Azul. En ella, se despidió de su familia antes de ser acorralado por los cuerpos de seguridad.
«Mi padre nos llevó hasta La Casa Azul como una manera de despedirse sin que lo supiéramos. Hasta lo vimos llorar por primera vez», dice a Infobae su hijo, Juan Pablo Escobar.
Para el momento, era agosto de 1992, y el imperio de Escobar se descascaraba y derrumbaba como las paredes de su primera casa, rememora el medio de Argentina.
Pablo Escobar tenía una obsesión que solo los suyos conocían: el color azul claro. Ese color lo acompañó como el juguete que nunca se abandona. Usaba ese color en su ropa. Tenía autos azules. Nunca dijo qué le producía ese color.
Además, los días en La Casa Azul mostraron otro rasgo suyo poco conocido: no era el patrón, era Pablo Emilio.
«Mi marido se había quedado prácticamente solo, pues su otrora poderoso ejército había desaparecido», recordó años después Victora Eugenia Henao, «Tata», su viuda.
Había pasado menos de un mes del escape de su marido de la cárcel de La Catedral. Sus aliados, los pocos que sobrevivieron, lo entregaron a la justicia.
«Solo contaba con Gladys y su esposo, el Gordo; una pareja de confianza que colaboraba en algunos menesteres de la casa. Así como con Alfonso León Puerta, el Angelito, uno de los sicarios que lo acompañaba y quien hacía las veces de guardaespaldas y mensajero”, contó.
En el centro de Medellín, Victoria y sus hijos, Juan Pablo y Manuela, aguardaban las indicaciones del capo de la familia. Junto a ellos estaba Andrea, la novia del hijo de Escobar.
El hombre más buscado del mundo se las ingenió para esconderse a pocos kilómetros, en una casa que ocupó un año antes de llevar a los suyos. Pero antes de hacerlo, tomó una decisión que podría haberlo hecho caer, pero en su desesperado presente valía más que cualquiera de sus tesoros.
«Pablo se empecinó en contratar a un obrero para que pintara las paredes del azul claro que tanto le gustaba. El afán de que la casa estuviera impecable y con sabor a hogar lo llevó a descuidar su propia seguridad y a correr el riesgo de permitir que un extraño hiciera el trabajo durante dos semanas, mientras él permanecía encerrado en una habitación», escribe Henao en su libro Pablo Escobar, mi vida, mi cárcel.
Mientras el albañil cumplía, sin saberlo, una de las últimas órdenes del patrón, Escobar le dio instrucciones claras a Angelito: «Ahora sí, me los traes para acá«.
Su esposa, sus hijos y su nuera llegaron a La Casa Azul con vendas en los ojos, luego de permanecer escondidos durante varias semanas en una caleta cercana. «Una vez que estuvimos en el nuevo refugio, me sorprendí cuando Pablo hizo un relato de la manera como había sido pintada la vivienda».
«Pablo, estás loco, ¿cómo hacés eso? Por Dios», le recriminó Victoria. «Fue lo único que supe decirle y él me miró con una risa socarrona». Los Escobar todavía no lo sabían, pero la cuenta regresiva ya había comenzado.
A Escobar le quedaban solo 16 meses de vida y había decidido pasarlos con ellos, lejos de los lujos, los matones y refugiado en su última fortaleza.
«Todo era azul para él. Cuando ya era muy adinerado, hizo pintar de azul claro un sector de la hacienda Nápoles. Obviamente, en su ropero no podían faltar las camisas y camisetas de ese color. También recuerdo que le encantaban los tonos azul claro del cuadro La marina, pintado por el artista Francisco Antonio Cano, que yo había comprado y expuesto en una de las paredes del edificio Mónaco», contó en su libro Henao.
«La Casa Azul se convirtió en museo. Estaba escondida. A mi padre lo vi muy golpeado. Traicionado. Pero conectó mucho con nosotros. Lo que más le dolió fue que hizo un despliegue magnífico de seguridad para traer a su madre, la necesitaba, pero ella no quiso quedarse. Adujo que debía ver a su hijo Roberto, que estaba preso. Pero mi padre le dijo que a Roberto podía verlo cualquier día, pero a él no. Mi abuela se fue y él quedó dolido. Le cambió la cara. Era de desilusión», cuenta a Infobae Juan Pablo Escobar, autor de dos libros reveladores: Pablo Escobar, mi padre y Pablo Escobar, in fraganti.
Despojado de poder y desesperado por la seguridad de su familia, Pablo se hacía tiempo para añorar su viejo Jeep Nissan Patrol con el que solía trasladarse durante sus estadías en la Hacienda, custodiada por una decena de hombres armados. Ahora, solo lo cuidaban Angelito, un perro y un ganso, al que nombró «Palomo».
La Casa Azul fue el último escondite de Escobar y su familia.
La despedida
La realidad había ingresado a la casa y el universo azulado se deshacía. Firme en su decisión, Escobar se despidió de su familia. La acompañó al portón azul y luego vio cómo salía por el verde, bajo la atenta mirada del ovejero alemán y del ganso. A Escobar le quedaban 74 días de vida.
«Vayan a donde vayan, y estén a salvo, yo los buscaré. Tomaré un barco y los encontraré», prometió Escobar, pero el destino era imposible de burlar.
En una vivienda cercana a La Casa Azul, en Medellín, Escobar esperó a sus enemigos. Su hijo está convencido de que se mató antes de que lo hicieran sus captores. Murió sobre un tejado. Estaba descalzo y con barba. Los últimos que lo vieron con vida decían que le dolía más perder a su familia que el poder, reseñó Infobae.
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