Trabajan todos a la par: chicos de 14 o 15 años y adultos de más de 60. Hombres y mujeres por igual. Unos con guantes, otras a mano pelada, sacan a la calle y apilan sobre la vereda pedazos de ladrillo y revoque, barras de hierro, trozos de aislante sonoro y chapas. Esta tarde no hay celebración religiosa sino mucho dolor y esfuerzo compartido para arrancar de cero y reconstruir el templo evangélico que el temporal del sábado por la noche destruyó en cuestión de minutos.
La edificación, que a lo largo de los últimos 30 años ganó en superficie cubierta y que entre otros servicios alberga un comedor escolar para los chicos del barrio, ahora es una literal caja de material a cielo abierto que contiene los restos de todo lo que vientos de más de 180 kilómetros por hora derribaron en ese lote de Brown al 2600.
“Sentí un estruendo y cuando miré, ya no había paredón, no había techo, no había nada”, recuerda Tomás Hernandorena, un vecino veinteañero que no podía creer cómo había desaparecido ese tinglado de casi cuatro metros de altura. Un gigante de ladrillos y chapas acanaladas rendido ante el fenómeno meteorológico más brutal y letal que se haya conocido en esta zona.
Los fieles que son parte de la comunidad de esta Iglesia, con fuerte presencia de la zona y de juventud, lamentan pero también respiran aliviados. “Estuvo la mano de Dios”, advierte Mabel, pastora de este templo, cuando recuerda que más de 50 adolescentes y jóvenes estaban cada sábado en ese templo a la hora en que se produjo el derrumbe.
“Gracias al cielo los chicos cambiaron su reunión y la hicieron por única vez un viernes”, contó a La Nación. “Los pibes decidieron anticipar su habitual encuentro porque el sábado iban a hacer despedidas de año en sus casas”, recordó sobre lo que siente como “una sensación de bronca, pero también de alivio” porque nadie allí resultó lastimado.
El temporal dejó su huella profunda en el corredor que representa la Avenida Brown, un acceso natural a Bahía Blanca en sentido al casco céntrico. Así como se desplomó el techo de este templo, en la mano de enfrente abundan árboles caídos, todos sobre la dársena parquizada.
“Habíamos terminado los baños nuevos en el fondo, los chicos estuvieron trabajando el sábado hasta media hora antes del temporal”, insiste la pastora para sumar situaciones llamativas pero bienvenidas, en todos los casos a favor de que todos en esa comunidad estén sanos y salvos.
Hasta este domingo por la noche, aseguró a La Nación, no habían tenido ningún tipo de respuesta ni asistencia oficial. Solo se dedicaron a retirar todo el material que se pudo. “Queremos reconstruir tan pronto como se pueda”, dijo.
Este temporal había sido advertido. Aunque nadie pudo prever la magnitud que tendría. Tuvo un primer tramo de tormenta, con lluvia intensa y granizo, y otro final con vientos de esos que meten algo más que miedo. “Me quedé abrazado a un árbol, me salvaron unos comerciantes”, explicó a LA NACION Néstor Ricciuti, que vive frente a la Plaza Almirante Brown y lo peor del temporal lo encontró en plena caminata deportiva. Afirmó que pudo regresar a su casa “casi tres horas después”.
Tragedia en el club
Alberto Peraza, encargado del club Bahiense del Norte donde se produjo el derrumbe que finalizó con 13 muertos y otros tantos heridos, contó a LA NACION que tenía franco este sábado pero se fue para la institución porque especulaba que vientos tan fuertes podían dañar el techo de la cochera de la sede deportiva. “Lo arrancó, no le erré”, dijo. No fue testigo del siniestro fatal pero describió que se cayó una pared sobre un sector de tribuna “donde había mayores, entre ellos varios padres”.
El gimnasio donde se produjeron las muertes quedó cerrado y reservado para que los próximos en ingresar sean los peritos que determinarán motivos y condiciones de derrumbe que costó 13 vidas. Antes pasaron por allí el presidente Javier Milei, algunos de sus ministros, y el gobernador Axel Kicillof. Todos prometieron ayuda para la reconstrucción.
Recordó que esa exhibición de patín “se hace todos los años” y que incluso este domingo había otra programada, con participación de alumnas y familiares de otro club. Peraza dice que el dolor por las pérdidas es aún mayor porque “es gente de la ciudad, conocida, que quiere a la institución”.
Este lunes, cuando en distintas salas velatorias de esta ciudad se esté despidiendo a los 13 fallecidos, se iniciarían peritajes ordenados por la Justicia. Se intentará determinar si en el marco de este evento climático pudo haber alguna circunstancia imputable al accionar humano.
La marcha de esta investigación acompaña la lenta recomposición de la fisonomía de esta dolida y golpeada Bahía Blanca, por estas horas con una postal alterada de punta a punta desde la presencia masiva de árboles caídos en la calle. En algunos casos, sobre autos.
Culto a la solidaridad
Vecinos han hecho un culto a la solidaridad frente a carencias derivadas de este fenómeno, como no contar con luz, agua o energía eléctrica. Tampoco internet, un servicio que se buscaba con desesperación para rastrear a familiares ante tamaña incertidumbre. Unieron esfuerzos, sumaron motosierras y recortaron árboles caídos, que obstruían calzadas desde el centro hasta los barrios de la periferia.
La otra preocupación estaba puesta anoche en esas horas ausencia de luz diurna que había en más del 70% de la superficie del distrito. Arribaron refuerzos policiales que se distribuían en distintos puntos de la ciudad. “Es una boca de lobo, de punta a punta”, dijo una comerciante, que se quejaba por la oscuridad suprema que tenía que afrontar y se acomodaba dentro de su local, al que le faltaba el vidrio de la fachada, hecho astillas por un cartel que se cayó de un comercio vecino.
Era un escenario amenazante por temas de seguridad y también de tránsito, ya que sin luminarias había riesgo de impactar contra troncos y ramas que abundaban en vía pública. Según la empresa EDES, que abastece de energía eléctrica, más del 30% ya tenía anoche la conexión domiciliaria normalizada. Había situaciones desesperantes por pérdida de mercaderías de comercios, medicación que necesita frío y asistencia a pacientes domiciliarios electrodependientes.
Mientras tanto, la comunidad intentaba adaptarse a esta nueva vida que parecía el día después de una guerra, con calles obstruidas y viviendas con techos que parecían caerse a pedazos. Había hasta esta madrugada casi un centenar de evacuados. Hoy no hay clases, bancos ni administración pública. Tampoco servicio urbano de colectivos.
Anoche había filas para ingresar a las unidades gastronómicas solo para cargar celular. También las luces de emergencia, alternativa en una ciudad donde no se conseguían velas. La actividad comercial era mínima y se abrieron puertas para dar una mano ante la emergencia. “Solo atendemos para que carguen celulares”, avisaban en una panchería de pleno centro.
También había filas frente a cajeros automáticos. “Estamos sin efectivo, y no hay otra forma de pagar si no hay luz”, dijo una joven de 20 años. “Ruego que cargue el celu porque los 5000 pesos que me quedan están en billetera digital”, contó su amiga, de 19.
Mientras tanto seguían problemas por falta de servicios esenciales, ya que la caída de algunos árboles dañó conexiones y la falta de luz complicó el bombeo. Tanto que, por ejemplo, uno de los problemas de este domingo por la noche era conseguir alojamiento, ya que mayoría de hoteles no tenían agua ni gas para dar servicio a sus huéspedes.
Por Darío Palavecino