Los migrantes de la comunidad LGBT, considerados de los más vulnerables entre quienes buscan una mejor vida en Estados Unidos, encuentran alivio en México, en albergues habilitados especialmente para protegerlos de la discriminación.
De Ciudad de México a la fronteriza Tijuana (noroeste), activistas mexicanos acogen a estas personas que huyeron de sus países por la estigmatización y la pobreza; y que en el camino sufren nuevas agresiones de autoridades y delincuentes.
«Migrar es decidir volver a crear otra vida en otro lugar», dice Victoria Dávila, mujer trans de 23 años, quien abandonó su natal Venezuela por situaciones de riesgo que enfrentaba cotidianamente.
«Por ejemplo, la transfobia, los ataques en la calle y el rechazo a nuestras identidades. Incluso no nos daban ni siquiera trabajo», explica Dávila en Casa Frida, un refugio de Ciudad de México creado en 2020 en pandemia para atender el creciente arribo de migrantes LGBT.
La joven llegó a México hace cinco meses y desde hace dos vive en el albergue, que tiene sucursales en Tapachula, puerta de entrada de miles de migrantes en la frontera sur con Guatemala, así como en la norteña Monterrey.
Los responsables del hospedaje capitalino comentan que los migrantes de la diversidad suelen ser víctimas de persecución, racismo, xenofobia o explotación sexual y laboral.
Artista del drag, Victoria fue sometida por un empleador mexicano que le quitó los documentos y la forzó a hacer trabajo sexual sin pagarle.
Por eso, llegar al refugio fue una redención, asegura que halló una familia donde es recibida, abrazada, y respetada.
«Casa Frida es un espacio de paz. Un espacio de libertad para ciertas personas, para poder expresar lo que realmente son», afirma Angélica Guzmán, abogada de 24 años y trabajadora social del albergue.
Morir «por ser gay»
El apoyo que halló en Ciudad de México ha animado a Victoria a quedarse. A diferencia de la mayoría de migrantes cuyo objetivo es Estados Unidos.
«La escena drag aquí en Ciudad de México es muy buena y muy bien recibida», celebra.
Otros migrantes como Shirlei Vázquez, mujer trans guatemalteca de 27 años, acumulan años de sinsabores.
«Fui víctima de agresión en mi país, me decían que me iban a quemar por ser gay, que me iban a golpear. Tuve dos opciones. O muero en mi país o salgo buscando refugio», recuerda.
Hoy está en Tijuana, a un paso de Estados Unidos, en Casa Arcoíris, un espacio creado en 2019 que brinda techo, comida, atención médica y psicológica a migrantes LGBT.
Para Shirlei y otros miembros de la misma colectividad, el paso por México estuvo marcado por el miedo a policías y agentes migratorios que los extorsionaron, o la amenaza de delincuentes que los abusaron sexualmente.
Andrea González, directora de Casa Arcoíris, recuerda que durante las grandes caravanas migrantes de 2018, las personas LGBT preferían avanzar solas hacia Tijuana pues eran discriminadas dentro del propio grupo.
«La discriminación incide también en las opciones económicas, en las posibilidades que tienes de educación, de acceder a un trabajo. Generalmente en nuestra comunidad, la familia es la primera que te expulsa», explica.
Un grupo de expertos de la ONU concluyó en 2022 que las vulnerabilidades que enfrentan las personas LGBT se ven intensificadas por su estatus como migrantes, solicitantes de asilo, refugiados o desplazados internos.
Construir futuro
Sandy Montoya, mujer trans hondureña de 23 años, sostiene que la conservadora sociedad centroamericana es un espacio de mucha discriminación contra chicos y chicas trans.
«Hay varias muertes, el gobierno no hace nada para hacer justicia», reclama Sandy, quien llegó al albergue en mayo y solicitará asilo humanitario ante autoridades estadounidenses.
El tiempo de espera para recibir una cita de asilo pasó de dos a nueve meses. Por lo que muchos han optado por conseguir empleo en Tijuana.
Mientras tanto, en Ciudad de México Victoria dice contar con toda la valentía para construir su propio futuro. «Tengo que demostrar que soy y que existo y pues al que no le guste que mire hacia otro lado».