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Yoga: ¿moda o práctica saludable?

por Avatar The Conversation

Hace varias décadas, la palabra yoga apenas se pronunciaba en occidente. En cambio hoy, ¿quién no conoce a alguien que lo practique? El yoga se ha instalado en nuestra sociedad a un ritmo vertiginoso, proliferan las salas donde practicarlo y los cursos de formación, e incluso hay quienes viajan a oriente a formarse con los maestros.

¿Cuál es la razón de que yoga tenga tanto éxito? El conocimiento que proporciona la práctica del yoga del cuerpo, la gestión de los pensamientos y emociones, así como su conexión con estados espirituales como paz y compasión, podrían estar entre los motivos.

Sin embargo, cabe la duda de si en occidente esta práctica no se está desvirtuando hasta el punto de realizarse con el único objetivo de lograr ciertas posturas para poder subirlas a las redes sociales, como cualquier otro logro deportivo, dejando a un lado los fundamentos del yoga.

Porque, al menos en origen, el yoga no es un deporte. Implica una filosofía de vida gracias a la cual, mediante el conocimiento del cuerpo y de sus movimientos, la persona es capaz de integrar todos sus procesos internos en silencio, a través del uso consciente de la respiración.

Lo que dice la ciencia sobre los efectos del yoga

Practicar yoga ayuda a que nuestra actividad cerebral sea más saludable. A priori puede parecer una declaración muy categórica, pero numerosos estudios en neurociencia comienzan a arrojar luz en este sentido. Mediante el uso de resonancia magnética y otras técnicas de imagen, se ha comprobado como la práctica de yoga mejora la estructura y la funcionalidad cerebral en diferentes poblaciones, mostrando beneficios en áreas como el hipocampo, la amígdala o la corteza prefrontal.

Por otro lado, teniendo en cuenta que en personas con enfermedades crónicas la esfera psicológica juega un papel fundamental además de la física, el yoga puede echar una mano. Un gran número de ensayos clínicos han evaluado si la práctica de yoga es eficaz para mejorar los síntomas de personas diagnosticadas con algún tipo de adicción, cáncer, dolor, ictus o párkinson, por destacar algunas condiciones. Los resultados de todos estos estudios son prometedores.

A esto se le suma un número importante de estudios emergentes en campos como la menopausia, en personas que han sufrido algún tipo de violencia por parte de otros individuos, en entornos escolares y laborales, además de en poblaciones de avanzada edad.

En estos ensayos clínicos, la práctica de yoga ha mostrado efectos beneficiosos en la mejora de la calidad de vida en general y aspectos específicos relacionados con la condición física, los niveles de estrés, el desarrollo de habilidades emocionales y sociales, así como el crecimiento personal.

¿Hacia dónde vamos?

Todos estos resultados animan a pensar que la práctica de yoga puede seguir jugando un papel importante en la sociedad en los próximos años. El camino es prometedor, pero ciertos interrogantes necesitan ser contestados para facilitar la transición de los resultados observados a nivel científico y su práctica regular en la sociedad.

¿Qué tipo de estilo de yoga (por ejemplo, Ashtanga, Hatha, Iyengar o Kundalini) podría ser el más apropiado para cada persona? ¿Todos los estilos son aptos para personas con cronicidad? ¿Sesiones grupales o individuales? ¿En salas específicas para ello o en la naturaleza?

Aunque estas y otras preguntas quedan pendientes de respuesta, lo que parece claro es que la práctica del yoga ha llegado para quedarse.The Conversation

Javier Martínez Calderón, Profesor Ayudante Doctor en Fisioterapia, investigador postdoctoral automanejo en cronicidad. UMSS Research Group, Universidad de Sevilla

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.