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«Viví mi propio infierno»: la práctica sexual que enciende alertas sanitarias en España

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Fernando, de 41 años de edad, describe su época de chemsex como “una noche oscura”. Las drogas que empezó tomando para mantener relaciones sexuales más intensas y prolongadas -sobre todo metanfetamina (la de la serie Breaking Bad) y GHB (o éxtasis líquido)- arruinaron una época de su vida.

“Mi vida empezó a destruirse: tus vínculos familiares, tu trabajo, tus amigos… Llega un momento en que te encuentras solo y muy hundido”. Prácticas como las que él consiguió dejar -después de mucha terapia- no paran de crecer, especialmente en la comunidad de hombres que tienen sexo con hombres.

Lo atestiguan varios indicadores, por ejemplo las consultas de enfermedades infecciosas. En la del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, en un solo año se han multiplicado por cinco los pacientes que se reconocían habituales de las sesiones de chemsex.

Los centros madrileños dedicados a la atención a la drogadependencia (CAD) atendieron ese 2017 a 50 personas con problemáticas vinculadas al chemsex; en 2022, la cifra de pacientes se había multiplicado por 10 (hasta los 512), según datos del Área de Seguridad y Emergencias del Ayuntamiento. En 2017, los ayuntamientos de Barcelona y Madrid declararon esas prácticas un problema de salud pública. En esas urbes lo practican, respectivamente, un 11% y un 9% de los hombres que tienen sexo con hombres, según el último estudio publicado por la organización Stop Sida (Homosalud 2021).

A falta de datos más completos y recientes (los del crecimiento de enfermedades de transmisión sexual del Ministerio de Sanidad van con un par de años de retraso), los de un gran hospital de la capital sirven como muestra representativa, al menos de lo que puede estar pasando en las grandes ciudades.

Maricela Valerio, especialista en enfermedades infecciosas en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, explica que el chemsex no deja de aumentar entre sus pacientes. En 2021, pasaron por sus consultas unas 600 personas con infecciones de transmisión sexual. Esta cifra creció el año pasado hasta rozar el millar; del 2% que afirmaba practicar chemsex hace dos años, aumentó al 6% en 2022 (lo que en términos absolutos supone multiplicarse por cinco). “Esto son solo los que lo dicen, muchos no lo hacen por sentirse enjuiciados, estigmatizados”, explica la médica. También piensan que “no se comprende su situación”, agrega.

Las apps de citas, con la facilidad que aportan para buscar parejas sexuales, tienen un papel importante en esta explosión de relaciones con desconocidos y bajo el efecto de las drogas. Y simultáneamente con este fenómeno se ha producido una relajación generalizada en toda la sociedad del uso del preservativo. “Se nos ha olvidado por completo. Ya no tenemos miedo a las infecciones y enfermedades de transmisión sexual: como podemos prevenir el VIH, las otras se nos olvidan. Pero la sífilis, la gonorrea… no les tenemos respeto”, opina la doctora Valerio.

Culpar a estas prácticas del crecimiento de las enfermedades de transmisión sexual, que están disparadas en España desde hace una década, sería simplista. Pero los expertos las señalan como uno de los factores que están contribuyendo a aumentarlas y ven con preocupación como crecen. Son el paradigma de las prácticas de riesgo: con personas desconocidas, varias a la vez, y a menudo sin protección. “En este ambiente no es muy normal que se use el preservativo”, afirma Fernando.

Lo que dicen las cifras es precisamente que el VIH es la única ITS que no está al alza, seguramente en parte gracias a la Prep, tratamiento profiláctico con prescripción médica que evita el contagio, y que también tiene una versión para casos de emergencia, de postexposición a una situación de riesgo, similar a una pastilla del día después aplicada al VIH. El resto están disparadas. En los últimos 10 años, en España los diagnósticos de gonorrea se han multiplicado por seis (12.359 casos) y los de sífilis se han más que duplicado (5822). En los únicos cuatro años de los que el Ministerio de Sanidad tiene datos, el linfogranuloma venéreo ha subido un 82% (453 infecciones) y la clamidia, única mayoritariamente femenina, ha crecido un 144% (17.718 diagnósticos). Sin contar esta última, las ITS diagnosticadas son predominantemente masculinas: un 82% de los pacientes son hombres.

Soledad, vergüenza y adicción

A lo largo de su vida, Fernando había coqueteado con las drogas. “Nada especial: fiestas, bodas… lo típico. En un momento dado, emocionalmente todo empezó a derrumbarse. El chemsex era una herramienta”. Encaja en el perfil de usuario tipo: hombres mayoritariamente gays, de entre 31 y 39 años de edad, con estudios universitarios, alta tasa de empleo y que residen en poblaciones de más de 100.000 habitantes. “Al principio lo utilizas asociado al sexo. Al final terminas sin poder tener sexo, solo consumes. No puedes interactuar con nadie”, explica.

El cóctel químico en estas sesiones es un policonsumo protagonizado por metanfetamina (o tina), GHB, mefedrona (3-MMC) y ketamina. Todas son NSP (nuevas sustancias psicoactivas) o drogas emergentes, pues han sido sintetizadas en los últimos años con pequeñas variaciones de su estructura química para intentar eludir la etiqueta de estupefaciente. Aunque escasas, hay muertes asociadas a ellas, principalmente por sobredosis con el GHB y la tina.

¿Qué le llevaba a drogarse? “Eso es una maraña. Hay mucha soledad, juicio hacia mí mismo, vergüenza… Emociones que no nos gustan, que intentamos evitar. En mi vida no conseguí las herramientas para gestionarlas y ahora me está tocando atenderlas”.

Fernando también habla de homofobia y de adolescencia: “Cuando empiezas a tener deseo, a experimentar, percibes que eso está mal. Eso es un muro. El miedo a no ser aceptado, la agresividad… se quedan. Todo eso forma parte de la adicción”.

“Eso se denomina estrés de la minoría”, explica Iván Zaro, psicólogo de Imagina MÁS, que lo relaciona con el chemsex. “Los hombres homosexuales hemos visto como se intentaba devaluar nuestra masculinidad; se nos imponía un canon físico; se atacaba nuestra actitud, la pluma, o se nos hipersexualizaba”, insiste. “Muchas veces los hombres que lo practican solo buscan alejarse de una realidad machacante a través de experiencias sexuales”.

“La metanfetamina es una droga tan fuerte que puede con todas las demás adicciones. Estuve consumiendo tres años. Llegó un momento en que las quedadas eran continuas”, narra Fernando.

Comenzó a inyectarse tina: “Eso duró un año. Mi mente se destruye, mis pensamientos son locuras, tengo crisis, alucinaciones, violencia. Se convierte en un infierno”. Cuando empezó el proceso de rehabilitación, hace cuatro años, no se abordaba toda la problemática que opera en el chemsex. “Sabían tratar a alcohólicos, cocainómanos o heroinómanos”, recuerda. Nada que ver con lo que defienden ahora los expertos: abordarlo con un enfoque integral; es decir, valorar no solo las sustancias, sino también los condicionantes homófobos transversales al chemsex.

“La mayoría de los usuarios viene demandando atención psicológica. Se trata de pacientes que llevan tiempo queriendo reducir la cantidad de consumo o que no tienen otro ocio en fin de semana”, explica Alba Alonso, psicóloga de Imagina MÁS y que ha trabajado con Fernando, pues a esta organización recurrió el joven para desintoxicarse. “También hay asuntos relacionados con la vida sexual: algunos no recuerdan la última vez que tuvieron sexo sobrios”, agrega Alonso, que advierte que la salida de la adicción lleva tiempo, a menudo, años.

“El proceso ha sido lento”, insiste Fernando, que aún acude a terapia una vez al mes. “Ahora estoy trabajando. También conociendo a alguien. He recuperado mi vida”. “Viví mi propio infierno. Ese sufrimiento y salir me ha llevado a respetarme y a quererme más. Me he convertido en una persona que me gusta más”.

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