Mark McDonald, un ingeniero mecánico que vive en Portland, una ciudad del oeste de Estados Unidos, siempre supo que era adoptado.
Ese pasado, afirmó al programa de radio Outlook de la BBC, lo consideraba como una característica más de su persona. Algo así como “la altura, el peso o el color del pelo”.
Con su familia adoptiva fue feliz, cuenta. Recibió amor y todas sus necesidades fueron cubiertas.
Pero en su interior había un constante sentido de desconexión con su alrededor, como si no tuviera raíces.
“Yo soy muy visual. Cuando eres adoptado, nunca ves a alguien que se parezca a ti. No ves tu rostro reflejado en el de otros”, contó en la entrevista realizada en 2022.
Aun así nunca buscó a su familia biológica, hasta que se casó con Tina, a quien conoció en la universidad mientras hacían sus estudios de postgrado.
Rápido después de unirse en matrimonio, la pareja descubrió que no podía tener hijos, uno de los grandes deseos de vida de Mark.
“Cuando supe que no podíamos tener hijos, comencé a pensar en mi familia adoptiva. No en forma de arrepentimiento. Pero quería saber sobre mi madre biológica, quien era muy joven cuando nací. Solo tenía 16 años, lo que hace [la adopción] completamente entendible”, sostuvo.
“Siento que soy una buena persona y quería pasar mis genes. Que esta pequeña rama de la humanidad no se terminara. Pensé que si tenía hermanos biológicos, o algo por el estilo, eso resolvería mi crisis de desconexión”, agregó.
Al buscar a su familia biológica descubrió lo inesperado. Sus progenitores aún estaban juntos, y se habían casado. Además, tenía dos hermanos y una hermana menor que él, del mismo padre y la misma madre.
Y su hermana, Rachel Elliot, el mismo año que la conoció le ofrecería uno de los más grandes regalos: prestar su vientre para que él y Tina pudieran ser padres.
La búsqueda
Cuando Mark —un ingeniero nacido en Toronto, Canadá— se decidió a encontrar a sus padres, tuvo que sortear varias trabas y procesos burocráticos gubernamentales.
“La búsqueda debía ser hecha por ellos [el gobierno] para proteger la privacidad de ambas partes. Pero como suele pasar con los asuntos de gobierno, por el poco personal nos dijeron que podía tardar de cinco a siete años”, contó.
Sin embargo, a los tres años, un día en el que el también profesor universitario se encontraba en el aeropuerto por un viaje de trabajo, recibió una llamada de los servicios sociales. Al instante pensó que podía ser un error, pero no. En un tiempo mucho menor a lo esperado habían encontrado a su familia biológica.
Era 2007, Mark tenía 35 años, y la noticia fue una ola de información difícil de procesar. Sobre todo el hecho de que sus padres continuaran juntos, establecidos como una familia.
“No me permití pensar que podía tener una familia ajustada a lo que llamamos ‘normalidad’ de la cual yo fuese un miembro biológico”, señaló.
Lo que sintió él también lo vivió su hermana Rachel, pero años antes, en 1999 y a miles de kilómetros de distancia, en la ciudad de Raleigh, Carolina del Norte, en el este del país. Mark no lo sabía, pero desde ese entonces su familia biológica lo esperaba con ansias.
Rachel tenía 23 años y estaba embarazada de su segunda hija cuando su madre la invitó a un restaurante para contarle que tenía un hermano mayor.
Ella había crecido en un entorno cristiano, en el que el sexo fuera del matrimonio estaba mal y la abstinencia tenía un sentido importante. Así que quedó impactada por la historia de su progenitora, pero también sintió un hilo de felicidad.
No sabía cómo era el físico de Mark, tampoco su carácter, pero dice que al momento de conocer sobre su existencia “lo amó”, así como a sus otros dos hermanos.
“Estaba en el restaurante y las lágrimas caían sobre el plato. Por un lado, era una mujer embarazada abrumada por la experiencia de mi madre y cuán difícil es esa decisión [la adopción]. Por el otro, era una persona que ama a sus hermanos y siente una gran conexión con ellos, y ahora tenía uno más. Fue emocionante”, sostiene.
Pero Rachel y su madre no tenían permiso para contactar a Mark. Las autoridades exigían que fuese él quien diera el primer paso.
Esa conexión instantánea que se gestó en el interior de Rachel tuvo que esperar ocho años.
El encuentro
En ese mismo 2007, luego de Mark recibir la llamada del gobierno en el mes de marzo, se comunicó con su madre y hermanos. La rápida sucesión de eventos que vino después cambiaría para siempre la vida de toda la familia.
Comenzó a intercambiar correos electrónicos con ellos, a través de los cuales construyeron una relación de amistad.
Rachel aún recuerda el primer intercambio. “Casi muero de pura alegría”, dice.
Por semanas, conversaron sobre hobbies, aspiraciones, historias de su día a día. En mayo de ese mismo año decidieron conocerse en persona.
“Le escribí un email y le dije: ‘no quiero que te pongas un sombrero gracioso o una flor porque yo sé que puedo encontrarte en el aeropuerto, no necesito ayuda para eso”, comentó Rachel.
La mujer llegó al aeropuerto de Portland. Por su lado comenzó a pasar gente y se cuestionó si realmente reconocería a su hermano, a quien solo había visto en fotos.
“De pronto, en una esquina, veo a un chico alto de ojos azules que tiene un semblante como si quisiera vomitar”, continúa Rachel.
“No podía ver a Tina, porque era muy bajita. Pero vi a Mark y rápido pensé: ‘ese es mi hermano’. Le di un abrazo sin avisar, puse mis dos manos en su rostro y comenté: ‘eres real”.
No solo tenían un parecido físico, pues eran hijos de un mismo padre y una misma madre, sino que la conexión personal también era fuerte, comenta Mark.
“No perseguían los mismos intereses que yo, pero a la misma vez eran muy parecidos a mí [sus hermanos]. El sentido del humor, los manierismos, la manera en que procesaban los pensamientos. Yo podía anticipar lo que iban a decir o lo que iban a hacer en distintas situaciones”, agrega el ingeniero.
Pasaron un fin de semana juntos, en el que todos sintieron una especie de confort, como si fueran viejos amigos, aun cuando eran esencialmente extraños.
En los días posteriores continuaron las extensas conversaciones por correo electrónico. Páginas y páginas que se volvieron cada vez más personales, hasta que Mark contó que tenía el deseo de tener bebés, pero que él y su esposa no podían.
Luego de leer a su hermano, a Rachel le surgió un pensamiento espontáneo que a muchos le podría parecer extraño, y sin duda apresurado: ¿por qué ella, una mujer joven y saludable, no le prestaba su vientre a Mark y su cuñada, a quienes acababa de conocer para que pudieran tener los hijos biológicos que tanto soñaban?
El vientre
La idea rondó la cabeza de Rachel durante días. Pero tenía miedo de expresarla. Debía que discutir semejante proposición con su esposo, Curtis, quien es pastor.
“No dije nada porque todo lo que hacía era llamar a Mark, hablar sobre Mark, mirar mis correos y pensar en lo que estaba haciendo mi hermano. Pensé que estaba poniendo demasiada atención a todo el asunto familiar y no quería, sobre todo eso, decir que tenía la idea de la subrogación”.
Un día, en una reunión con amigos, surgió el tema de que Mark y Tina no podían tener hijos. Y también la idea de la subrogación. Para sorpresa de Rachel, su esposo no mostró ninguna resistencia a la propuesta de reproducción asistida. Por el contrario, lo consideró “un regalo”.
“Pensé: ‘¡¿qué?!’. Y dije: ‘¡vamos a hacerlo!’”, mencionó Rachel.
En agosto viajaron nuevamente a encontrarse con Mark y Tina. Llena de nervios, Rachel pensó que la última noche de su estancia en Portland le haría la propuesta a su hermano. Así tendrían tiempo para conversar, pero si la situación se tornaba incómoda, simplemente regresaría con su esposo a su casa.
“Estaba consciente de lo ridícula que era la idea. Pensé que iban a decir que no. O que si aceptaban, iba a ser algún tiempo después. Pero estaba dispuesta a enfrentar cualquier inconveniente”, relata Rachel.
Pero se equivocaba. Durante la cena, en medio de una especie de caos, mientras un perro ladraba al fondo y la música estaba a todo volumen, Rachel soltó su propuesta.
Mark pidió un minuto, subió al primer piso y regresó con una carpeta entre sus manos.
Allí guardaba todos los documentos sobre la investigación que él y Tina habían hecho sobre la subrogación. Y más aún, de forma tímida, ya habían pensado en la posibilidad de pedirle ayuda a Rachel si los lazos familiares seguían fortaleciéndose.
“Pensé que no se lo pediríamos a Rachel en el futuro cercano”, dice Mark. “Pero sí supimos inmediatamente que sería una candidata ideal, por su edad y por haber tenido embarazos exitosos y estar saludable”, comenta.
El regalo de Navidad
La decisión estaba tomada. Por las próximas semanas comenzaron los complejos procedimientos médicos que involucraron palabras y conceptos que no eran comunes en las vidas de Tina y Rachel: hormonas, óvulos, esperma, grandes agujas.
Todo esto mientras vivían a 3.000 kilómetros de distancia.
Justo la semana antes de Navidad, Rachel viajó a Portland. Le implantaron varios óvulos de Tina fecundados con la esperma de Mark.
Regresó a su hogar y unos días después se hizo una prueba de sangre para saber si estaba embarazada.
En Nochebuena sonó el teléfono. Rachel contestó la llamada mientras se duchaba: estaba embarazada. Posteriormente se enteraría que llevaba en su vientre gemelas.
“Hubo una gran felicidad, pero con precaución”, dice Mark, sobre la noticia.
Las semanas subsiguientes fueron complejas, sobre todo para Tina, detalla el ingeniero.
“Creo que el hecho de que alguien más cargue a tus hijos, pese a que sea un gran regalo y te permita tener una familia, es muy retador.Pensar que no lo pudo hacer ella misma”, dijo en una entrevista reciente con BBC Mundo.
También tuvieron que lidiar con los prejuicios de otros, por el hecho de que los procesos de reproducción asistida no son necesariamente aceptados por todos y pueden generar controversia. Y, además, porque el mundo no necesariamente está adecuado para las familias que deciden usarlos.
“Navegar físicamente fue difícil. Los cuartos no eran lo suficientemente grandes para tanta gente. Algunos técnicos de ultrasonido fueron de mucho apoyo, pensaron que lo que hicimos había sido maravilloso, pero otros estaban claramente incómodos”, afirma Mark.
Rachel dio a luz en agosto del año siguiente. Curtis, Mark y Tina entraron a la sala de parto tras insistirle al personal hospitalario. Las bebés nacieron y tanto la familia adoptiva como la biológica se reunieron por primera vez en torno al alumbramiento.
Pero con la llegada de las gemelas, también surgieron nuevos retos.
La Ley, Tina y las adolescentes
Bajo la Ley de Carolina del Norte, cuentan ambos, la madre de las niñas era Rachel, por haber sido la mujer embarazada. Además que Curtis, por ser su esposo, fue automáticamente considerado el padre, algo que también establece la legislación de dicho estado.
Por lo que tuvieron que presentar una demanda contra el pastor para que se reconociera la paternidad de Mark. Y más adelante Tina tuvo que adoptar legalmente a las gemelas para que fueran sus hijas ante el Estado.
Los abogados que les dieron la mano hicieron el proceso lo más sencillo posible, dicen, pero de todas formas fue “un mal sabor de boca”, que hoy día creen debe ser facilitado.
Las niñas ahora son adolescentes de 15 años. Tuvieron una infancia feliz, en la que Mark y Tina se compartieron equitativamente la crianza.
“Ambos trabajábamos a tiempo completo. Ella estuvo muy involucrada en las actividades de las niñas. Una de ellas es nadadora y Tina fungía como voluntaria en las competencias”, relata Mark.
Hace cuatro años, Tina fue diagnosticada con leucemia. Fue un shock para todos.
Comenzó un tratamiento contra la enfermedad, pero más adelante desarrolló un tumor en su cerebro y falleció.
Rachel, por su parte, comenta que siente un amor especial por esas dos personas que tuvo en su vientre durante nueve meses. No obstante, decidió no involucrarse en su crianza más allá del rol de tía.
“Vivo lejos, al otro lado del país, y he estado criando a mis propias hijas. También sentía la necesidad de dejar a Mark y Tina, que son los padres, cuidar de las gemelas. Soy fuertemente afectiva, pero desde la distancia, sin reclamar para nada a las niñas”, explica.
Después de todo este proceso, la relación familiar y de amistad entre Mark y Rachel sigue fuerte, aseguran.
Tanto es así que decidieron plasmar su historia en un libro que titularon «Amor y genética: una verdadera historia de adopción, subrogancia y el significado de la familia» (Love & Genetics: A true story of adoption, surrogacy, and the meaning of family)
Para ellos todo lo que vivieron infunde esperanza, no sólo en aquellas personas que no pueden tener bebés y recurren a la reproducción asistida, también entre quienes forman parte de familias adoptivas y tienen el deseo de vincularse de alguna forma con sus parientes biológicos.
Pero Rachel insiste en que la subrogación no es una decisión fácil. Debe ser tomada bajo estricta supervisión médica.
Para su familia, dicen ambos, “fue un regalo”.
El sentimiento de desconexión de Mark “desapareció”, asegura. Las niñas “me dieron lo que me faltaba”.