Tareas, tareas, tareas. Suele ser más fácil odiarlas que amarlas. Sobre todo cuando son miles. Sobre todo cuando son aburridísimas y son para mañana. Pero de todos modos hay que hacerlas lo mejor posible. ¿Cómo? Jugando. La psicopedagoga Ximena López explica que el juego es una excelente herramienta para que el niño se involucre a fondo en la experiencia educativa y para que el conocimiento se afiance con menos esfuerzo. “La idea es que la tarea sea un momento que el niño disfrute también, no una penitencia”. Si bien reconoce que las de algunos colegios pueden considerarse tediosas (responder cuestionarios infinitos, hacer planas), siempre se les puede dar la vuelta para convertirlas en experiencias lúdicas.
Lo primero es lograr que el pequeño tenga la disposición suficiente para hacerla. “En cada casa es distinto”, expone la educadora Adriana Quintas. “Hay hogares en los que se hace la tarea después de reposar del almuerzo y bañarse. En otros, puede ser antes o después de las actividades extracurriculares. Es cuestión de probar varios esquemas por un par de meses y ver cuál funciona mejor porque cada niño es distinto”. Quintas recomienda empezar la hora de las tareas con un juego relacionado con el tema en cuestión. “Si estamos trabajando la tabla del tres, podemos ponernos a hacer con él un collar con tres pepitas azules, sumar tres pepitas rojas, luego tres pepitas amarillas y así sucesivamente, y después de eso, completar la asignación que le hayan pedido”. López coincide. “Lo ideal es que ese juego sea la entrada. Una vez que se asimila y se practica ese conocimiento, para el niño va a ser más fácil y más rápido resolver la tarea porque es algo que ya entiende”.
Esto puede aplicar para cada materia. Para estudiar historia, López sugiere ejercicios de dramatización que invitan al pequeño a entender el hecho histórico para poder representarlo. Los papás pueden interpretar a otros personajes para acompañarlo y orientarlo. “Si es algo que él mismo ha replanteado, es difícil que se le olvide. Eso es más útil que ponerlo a repetir como un loro sin entender o a cortar y pegar sin mayor propósito”, ilustra López. Para las ciencias, hacer experimentos es sin duda una herramienta que los pequeños adoran. “Todo lo que es vivencial ayuda a que se involucre y a que eso que está aprendiendo no resulte una cosa ajena. Si estamos hablando de las plantas, podemos ir a un jardín o a un vivero a ver cómo son y escoger la que más les guste para que la estudien y la cuiden”, apunta Quintas.
Las visitas a museos, zoológicos o lugares históricos también son un buen refuerzo. Aún si no se hacen el mismo día de la tarea, contribuyen a reforzar la información. Incluso rutinas sencillas como cocinar con los hijos puede servir como una experiencia educativa, pues seguir una receta implica contar, aplicar distintas destrezas manuales, observar cómo se modifican las propiedades físicas de los ingredientes y así sucesivamente.
¿Cómo se hace? Carla Candia es periodista y tiene dos hijos pequeños: Alana (5 años) y Joaquín (21 meses). Desde su cuenta de Instagram, @agobiosdemadre, comparte continuamente lo que aprende de sus lecturas y experiencias de crianza. Es de la opinión de que los niños no deberían hacer tareas por lo menos hasta los siete años y que su única obligación debe ser jugar. “Escogí el colegio de Alana justamente porque no las mandan. Todo se hace allá y tienen clases hasta las 3:00 pm. Hay proyectos especiales para la casa, pero son cada cierto tiempo y por lo general lleva un dibujo, unas frases o algo que hayamos hecho juntas. Lo que sí hago con mis dos niños son muchas actividades lúdicas y les leo cuentos todas las noches”. Está convencida de que el aprendizaje tiene que ser divertido. “Trato de que sean cosas en las que trabajen destrezas y habilidades desde el juego. Si el colegio mandase a llenar un cuaderno, va a haber niños a los que eso les va a gustar y para otros va a ser un reto porque cada uno es diferente. Eso de sentarme y decirles: ‘Tienes que hacer esta página de ma-me-mi-mo-mu’ no lo hago”.
Para reforzar el aprendizaje de los números, Candia hizo con su hija una rayuela con cartulina de colores para ir contando en inglés. “Para las letras, usamos tarjetas tipo memoria o fichas con sílabas para unir palabras. Son ideas que se les ocurrieron a las maestras”. Otro de sus juegos educativos favoritos es “viajar por el mundo”: juntas escogen un país, lo ubican en el mapa, ven videos alusivos en YouTube, leen un cuento o algún material sobre ese país y hacen una manualidad o receta relacionada, para practicar la motricidad fina.
“Me gusta despertar su curiosidad y también enseñarles resiliencia. Aprender es importantísimo, pero no puede ser una obligación porque le quita lo divertido. Yo aprovecho los intereses de mis hijos y por ahí me les meto”. Lo que procura es consolidar lo que están viendo en la escuela: cuando su hija estaba aprendiendo sobre los planetas, la llevaron a las proyecciones del Planetario del Parque del Este. “Eso le encantó. Y cuando le hablaron del mundo marino, hicimos con ella un mural con papel: mientras pintábamos, íbamos conversando sobre las criaturas que viven en el mar y sus características. Con Joaquín, que es más pequeño, contamos los animales que habíamos pintado. No siempre es posible, pero trato de integrarlos a los dos haciendo adaptaciones. En Pinterest hay una cantidad enorme de ideas para jugar con cosas que tienes en la casa y que ellos disfrutan mucho”.
Errores adultos. El acompañamiento de un padre o representante es crucial para el éxito de una tarea, sobre todo en las primeras etapas. Pero ¿qué es lo peor que ese adulto a cargo puede hacer para convertir la hora de la tarea en un momento miserable? “En primer lugar, ser demasiado perfeccionista. Hay papás que quieren que la hoja esté impecable, sin un borrón, sin un detalle, y después de que el niño pasó una hora haciendo su escrito o su dibujo a su manera, se lo hacen repetir de cero otra vez. Eso frustra a cualquiera”, afirma la docente Adriana Quintas. En lugar de eso, la experta recomienda que los padres animen al niño a hacer la tarea lo más bonita posible como una de las instrucciones antes de comenzar, e inculcar gradualmente buenos hábitos de trabajo según su grado de desarrollo lo permita.
Si aun así el resultado final no es inmaculado, no hay que recriminárselo. “Esa parte de motivarlo a reforzar la limpieza o el orden al trabajar podemos hacerla nosotras las maestras también en clases. Lo que más ayuda es que los padres lo motiven, le muestren su evolución entre las tareas anteriores y las recientes y felicitarlo por lo mucho que ha mejorado”. López agrega que más que el resultado lo que vale es el esfuerzo que el niño haya puesto en la ejecución. “Los papás deben estar claros en que la tarea es del niño, no de ellos. Los adultos pueden ayudarlo hasta cierto punto, pero no hacérselo todo”. Del mismo modo, ambas especialistas coinciden en que “salvar” a los hijos continuamente en un momento de necesidad también puede ser un error costoso. ¿Caso en cuestión? Las legendarias láminas/maquetas/trabajos sorpresa del domingo en la noche. Si bien el impulso suele ser ayudar al niño a salir del apuro, el resultado a largo plazo no siempre es positivo.
“En principio, lo ideal sería que los papás siempre pregunten con tiempo y lo animen a revisar si la tarea está completa para ayudarlo a que eso no ocurra. Si de todos modos pasa, los adultos son completamente libres de tomar la decisión que quieran, pero yo, en lo personal, no saldría corriendo a comprarle la cartulina antes de que cierren”, opina Quintas. “Cuando lo hacemos la primera o la segunda vez, es probable que el niño se confíe y luego suceda varias veces más. Lo que yo haría, a pesar de que ni a él ni a nosotros nos guste, es explicarle con mucha ecuanimidad que un olvido efectivamente lo tiene cualquiera y que esas cosas pasan, pero que si él no tiene los materiales o el tiempo para hacer esa tarea o no estuvo atento, lamentablemente le toca asumir su responsabilidad y explicarle él mismo a la maestra con la verdad, sin excusas inventadas, que se le olvidó o que hizo lo que pudo con lo que tenía, así nos parezca duro o nos duela que le pongan una mala nota”. Al aprender de su error y prestar mayor atención –tanto propia como los padres en el seguimiento de las tareas– es más probable que el niño en lo sucesivo sea más proactivo para ahorrarse el mal rato.
¿Para qué sirven?
“En principio, las tareas para la casa están diseñadas para que el niño refuerce lo que aprendió en el colegio y corroborar que se comprendió ese objetivo. Algunas tienen cierta complejidad porque precisamente la idea es que los padres se involucren y lo orienten en su ejecución, porque ellos también son parte fundamental del proceso”, explica la docente Adriana Quintas. Idealmente, esos deberes deben promover en el niño el desarrollo de la disciplina, la responsabilidad, los buenos hábitos de trabajo y la proactividad en su educación. “Nunca debe asociarse la tarea como una forma de castigo, sino como una oportunidad más para que ese alumno siga ampliando sus horizontes y avanzando en su aprendizaje”.
Sin sufrimiento
Las expertas Adriana Quintas y Ximena López ofrecen algunas guías para hacer tareas sin contratiempos:
- Descansar, ir al baño, tomar agua, lavarse las manos y tener todos los implementos a mano antes de empezar ayudará al niño a concentrarse mejor. Los padres deben revisar con él los enunciados de la tarea previamente para estar claros en los pasos a seguir.
- El lugar de las tareas debe ser limpio, cómodo y tener buena iluminación, ventilación y espacio suficiente para trabajar, preferiblemente fuera del dormitorio infantil.
- A medida que el niño madura tiene derecho a elegir por cuál materia quiere empezar. También se le puede motivar invitándolo a escoger qué quiere merendar o qué desea hacer al terminar la tarea: bajar al parque, ver una película, leer un cuento.
- Una vez que se inicia la tarea, hay que terminarla. Pueden hacerse pausas entre las asignaciones de una materia y otra, de unos 20 minutos de actividades tranquilas antes de retomar. No deben pasar horas entre una y otra para que no se pierda la continuidad.