En el año 2016 el Ayuntamiento de Leipzig, Alemania, organizó su concurso anual de literatura. Más de 600 obras fueron recibidas, algunas provenientes de tierras lejanas, como nuestra Duaca.
Una noche lluviosa aquella mujer cruzó el océano para adentrarse en las profundidades germánicas. Su mágica presencia de hermosa hembra tropical, revestida en atuendos de letras profundas, logró impactar con su trama. Luego de 10 meses de espera, una madrugaba nos levantamos alterados por una llamada telefónica. El jurado nos informaba que nuestra obra estaba entre las 10 mejores del concurso. Una gran emoción nos llenó de regocijo. Al final mi novela Aquella mujer lograba el quinto lugar entre 600 obras. Fue la única no alemana que estuvo entre las finalistas. Me imaginé la ciudad con sus coquetos edificios rojos y calles esplendorosas bajo el efluvio medieval encantados con la morena de ojos profundos. La noche seducida por una mujer distinta a su horizonte de armaduras de piedras.
La cautivadora historia
Una mujer regresa ocho años después, buscando al amor de su vida, al que conoció en un autobús. Pasión de cinco minutos con un nombre y un beso que fue su eternidad. Una niña es vendida por su supuesta abuela, violada a los 13 años en su casa de Cartagena, se convierte en prostituta y distribuidora de drogas hasta que un buen hombre descubre su destino; con gran esfuerzo logra surgir del abismo convirtiéndose en un ejemplo mundial al llegar a coronar cuatro carreras universitarias y una maestría en La Sorbona de París. En su alma no quedaron cicatrices ni amarguras. Salió del infierno personal; decidió no quedarse hundida en el estiércol de la miseria, se lamió las heridas y a punto de arrojo logró vencer todos los obstáculos comenzando por sus demonios. Una metamorfosis que la llevó de la lágrima cruel a la sonrisa de triunfo. Desde el fondo de las profundidades una hermosa chica emerge después de quinientos años para amar al peor criminal de Europa. Es la misma mujer que en 1550 fue el fugaz romance del rey Felipe en su viaje con destino a Portugal. Un albur de mujeres fascinantes expuestas en escenarios extraordinarios de países de ensueño.
¿Quién puede olvidar el perpetuo amor de Ivo Leroux y Laurent Stival? Laurent Estival murió en el pecho de su eterno caballero; este cruzó Estrasburgo llevándola en sus brazos, le dio un beso en la frente y la colocó en un barquito lleno de las flores más hermosas que recuerde la ciudad. Fue paseándola por todas las amplias vertientes; se detenía y le hablaba al oído con la dulzura de sus domingos de noviazgo. Después de cremarla toda la comunidad lo acompañó con música y aplausos. Los niños de las escuelas se pararon en los márgenes del bajo Rin; entonaban los coros que le gustaban a Laurent en las noches de concierto en el Palacio Rohan.
El amor nace en un autobús…
El amor quedó danzando en aquella mirada. Fueron apenas instantes de un chispazo mágico del obstinado destino. Sus desafiantes ojazos fueron como lanzas ardientes, un extraño encuentro de dos historias que apenas pudieron cruzar algunas palabras. Los kilómetros intermitentes fueron bostezando por aquellos predios de arboledas y serranías; un desfiladero de pequeñas cuestas que se colgaban sobre otras, mientras trascurrían instantes que descubrían nuevos horizontes, que eran como abrir los brazos para recibir la calidez de un clima distinto. Azul profundo en el cielo que terminaba de desparramar un aguacero, que convirtió la vía en espejos de agua sobre la tez amarillenta del terraplén. Aquella era una mujer exuberante de magníficas formas, senos firmes con la dulzura en flor en cada rictus de su tierno rostro de ébano puro. La recorrió detalladamente. Su belleza sobresalía en aquel autobús atestado de muchísimas personas, el sudor rodaba por sus límpidas mejillas; quedó atada en sus anhelos al sentir su respiración tan cerca de su corazón. Fue preguntándose: ¿quién sería la preciosa mujer sentada a escasos centímetros? ¿Cuáles sus sueños y expectativas de vida? En un instante, cuando ella tímidamente le sonrió, pensó en el destino como premonición de una vida junto a ella. El tiempo prosigue devorando los kilómetros. Volvió a sonreír e iluminó cada espacio del colectivo, todos tenían que ver con ella. Se consideraba afortunado al tenerla en la proximidad del deseo, casi hipnotizado al descubrirla en sus ojos profundos y eternamente hermosos. Fue adentrándose en el fulgor de aquella dulce mirada; la inquirió en sus profundidades, para descubrir un ser sumamente encantador. En su interior era tan bella como el capullo que coleccionaba suspiros. Una vida entre sus océanos infinitos de ninfa encantada. Casi por arte de magia le confirió su corazón. Fue una cesión imperecedera, en una ojeada explicita del amor eterno. Se desbordó aquel amor como si el agua estuviese corriendo desde hace tiempo por las vetas del molino. Un hechizo indescriptible que lo liaba con la historia que avanzaba al lado suyo. De pronto paró el autobús y ella bajó con otro destino. La vio descender de aquel autobús que con precisión se detuvo a dejar no solo a la hermosa mujer, con ella una parte de su corazón se iba entre sus enredaderas de hembra magnífica. Antes de marcharse ella le entregó una hojita. Un pequeño papel con un dato que le daba alas a la ilusión. La joven colocó su nombre en letras grandes. La atractiva morena se llamaba Juribeth Melisa, la página con sus datos la guardó celosamente en su bolsillo. Ya comprendía que aquel ángel tenia nombre, solo que ella no colocó dirección ni teléfono. Cuando le preguntó, ella le contestó: “Te toca averiguarlo y como penitencia tienes que escribirme un poema que dure toda la vida. Solo te queda encontrarme como quien busca una aguja en un pajar. Quizás, si tienes suerte, podremos conseguir la manera de llegar hasta el fondo de todo esto. Te toca buscarme, yo estaré esperándote con ansiedad. Todo queda en tus manos”. Le dio un beso en la boca que le supo a gloria. No tuvo tiempo de seguir conversando, cuando se dio cuenta la mujer se había ido. El autobús prosiguió su marcha y se quedó mirándola por las ventanillas hasta que las distancias los fueron convirtiendo en lejanía. Durísimo fue sentir que ya no estaba, un asiento vacío con su aroma aún impregnándolo todo quedó flotando en el soporífero ambiente. Las horas fueron consolándolo hasta llegar a su destino con el ánimo hecho trizas. Dos destinos contrapuestos, tan disímiles como insólitos. Es increíble sostener que solo puede bastar un segundo para entregarle el alma a quien se convirtió en la reina del hombre profundamente enamorado. En la noche, al pensar con claridad, le escribió “Eres un encanto”, como epígrafe del primer poema que trazaba en su vida. Con el corazón ardiente de querer tenerla entre sus brazos. De repente sus dedos se deslizaron entre las palabras para honrarla de manera definitiva en aquella declaración de amor. Verla es contemplar danzar la lluvia. Es una mujer con nombre de amerindios; altiva, con los ojos más refulgentes que el cielo. Camina soñando en viajes celestiales que marcan su derrotero definitivo. Tiene cuerpo de sirena, del mar Adriático o pez irredento del Mediterráneo. Parece haber escapado de una isla en donde la dorase el sol con los compases marciales del chapuzón; ¿será un serafín que buscó romper el curso de las coordenadas históricas para hacernos beber de la fuente inagotable de la felicidad? Quizás en definitiva no sea parte de este mundo. Tiene la frente de la madre Europa. Sus labios con todo el rocío de los valles americanos. Donde yacen los barcos hundidos perseguidos por los viejos piratas cartageneros. Su cabello agreste y retador; como los músculos del negro al sentir el latigazo sobre el resplandor de la carne. Es en definitiva un delicioso ser humano ¿Qué se habrá hecho? ¿Cuáles sus anhelos?, despunta el alba con la música de sus ojazos. Cautivadores como la tierna brisa que recoge al medanal henchido de emoción para quien pronuncia su nombre. Tú lo tienes todo: eres todas las flores con su candor y aroma; reflejan en cada mirada el mágico instante en donde no estás. Eres una princesa y reina; bella por siempre. Quien fuera la plaza para volverte a mirar; o dulce de melocotón para saber a qué sabe tu vida. Esa sonrisa tuya iluminó todo el momento. Ojalá la vida nos siga encontrando en el sendero…
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