Desde hace unos años, el semblante del príncipe Carlos cambió para siempre. De los rasgos serios surgieron sonrisas, miradas luminosas y gestos de cariño. Si bien es posible que parte de su transformación se deba al matrimonio con Camilla, ella no fue la única variable.
Una biografía del heredero publicada en 2017 asegura que Carlos invirtió 14 años de su vida en terapia para sobrellevar primero la frustrada relación con Diana y también para superar una infancia difícil repleta de ausencias emocionales. A este escenario se refiere parte del nuevo libro sobre el duque de Edimburgo que se publicará en octubre.
«Diana me aseguró que lo único que su exesposo aprendió sobre el amor de parte de sus padres fue a estrechar las manos», cuenta Ingrid Seward, periodista británica especializada en realeza del Mail on Sunday, en la nueva biografía del príncipe Felipe que se conocerá en un par de semanas cuando cada vez falta menos para su centésimo aniversario el próximo junio de 2021.
En uno de sus capítulos, revela el periódico Daily Mail, se enfoca en la complicada relación que tuvo con Carlos. «Felipe estaba jugando squash cuando nació su primogénito el 14 de noviembre de 1948. Cuando lo vio por primera vez dijo que parecía un budín de ciruelas», detalla la escritora como para revelar el perfil de un vínculo frustrado desde el principio.
De hecho, cuenta la biografía, el duque solo estuvo presente en dos de sus primeros ocho cumpleaños. «Para Carlos, el amor de sus padres, así como la comida y la ropa en esos años de posguerra, era racionado. Las continuas separaciones por viajes arruinaron su infancia y crearon un patrón de comportamiento que continuó hasta la edad adulta con todas sus famosas nefastas consecuencias», asegura Seward en el adelanto publicado por el Daily Mail.
En 1950, cuando todavía era princesa, Isabel dejó a Carlos de dos años y a Ana de cuatro meses con sus niñeras para reunirse en Malta con su esposo y pasar la Navidad con él. Consultado para la investigación de la biografía, Godfrey Talbot, el vocero oficial de la corte de la época, aseguró que «las largas separaciones de sus padres resultaron muy perturbadoras y desconcertantes para el niño».
Tal como lo retrata The Crown, la serie de Netflix sobre el reinado de Isabel II, a pesar de sus ausencias continuas, era Felipe quien tenía la última palabra sobre el modo de crianza de sus hijos. Su deseo, señala Seward, era que Carlos fuese un hombre como él. Cuando se dio cuenta de que en realidad su primogénito se había convertido en un niño tímido, el duque ordenó que fuera a un gimnasio a aprender boxeo.
Respecto de la educación, Felipe decidió que su hijo fuera a su mismo colegio: Gordonstoun, en el norte de Escocia, una institución conocida por su formación en la austeridad y por su intensa exigencia atlética. La cuestión fue que Carlos odiaba el lugar debido a que allí todo lo hacía sufrir, incluso la posibilidad de hacerse amigos.
Un vínculo difícil
«Felipe toleraba a Carlos, pero no era un padre cariñoso», asegura Eileen Parker, quien fue esposa de Mike Parker, uno de los más íntimos amigos de Felipe. «Carlos le tenía miedo. Siempre se mantenía quieto y en silencio cuando su padre estaba cerca. Mi hija Julie solía preguntarme por qué el padre de Carlos siempre estaba enojado con él, por qué no lo trataba bien».
El príncipe de Gales fue el hijo del matrimonio que más sufrió la ausencia de cariño. «La relación del duque con la princesa Ana es completamente diferente: a ella le prestó más atención porque se entendían. Ana era capaz de lidiar con sus comentarios y de responderlos», afirma la biografía.
«Una persona fuerte como Felipe, que encontró en la dureza la forma de sobrevivir, quiso transmitirle lo mismo a su primogénito que, al contrario de su padre, era muy sensible. Creo que no fue fácil para ninguno de los dos, aunque Felipe era demasiado sarcástico con sus comentarios», cuenta en el libro Lady Kennard, una amiga de la infancia de Isabel.
Seward relata una conversación que tuvo con la princesa Diana: «Carlos sufre de una retención emocional que le viene de la infancia. Si hubiera sido educado con algo más de cariño, habría sido capaz de manejar sus emociones. Es como si sus sentimientos hubieran sido sofocados al nacer».
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