El hombre ha anhelado la paciencia desde épocas remotas. Esta virtud permite a quien la posee mantener la templanza incluso en los momentos más difíciles.
Pero no siempre es fácil ser paciente: en algún momento todos sucumben a la desesperación, hasta las personas más preparadas. Un mal día en la oficina puede hacer que se descargue la ira con los compañeros de trabajo o, más tarde, en casa.
El papa Francisco, por ejemplo, un ícono de la espiritualidad, perdió los papeles con una feligresa el pasado 30 de diciembre. Más allá de la discusión sobre si su reacción fue adecuada o no, situaciones como estas evidencian que cualquiera puede perder la paciencia en determinado momento.
Sin embargo, es evidente que no todas las personas controlan sus impulsos de la misma manera, ¿qué hace, entonces, que algunos pierdan la paciencia más rápido que otros?
Para responder aquella interrogante, primero hay que entender en qué consiste esta virtud.
Tranquilo ante la adversidad
Para Diana Díaz Moreno, profesora de Psicología de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, la paciencia es aquella capacidad para poder reaccionar de manera tranquila ante ciertas situaciones. Se puede definir también como una actitud que permite gestionar las dificultades.
Cuando se es niño no se sabe esperar ni se es consciente de que se debe hacerlo, eso es algo que se aprende a medida que se crece.
«Los niños no tienen un filtro emocional, ellos sienten y hacen: tienen hambre y lloran, se mojan el pañal y lloran. Lo que se espera es que cuando crezcan esas necesidades primarias no salgan de manera brutal, sino que pasen por el filtro de la gestión emocional o raciocinio», comenta la psicóloga.
Los adultos deberían conocer los efectos emocionales que producen determinadas situaciones y, por lo tanto, poder manejarlos, pero esto no siempre pasa. Entonces, al sentir que se pierde el control de las cosas, se siente desesperación.
Díaz recalca que las personas se cargan a lo largo del día, por eso, es importante que se desahoguen, ya sea conversando o escuchándose a sí mismo. Esto último es una capacidad de reflexión que poseen los adultos.
«Hay que tener empatía por uno mismo. De esta manera, si estamos cansados o tuvimos un mal día, sabemos que tenemos que tomarme un tiempo a solas, dormir más o hablar con alguien con quien nos haga bien. Tiene que ver con una escucha propia», puntualiza la especialista.
¿Qué hace a una persona más o menos paciente?
Para Rocío Carranza Moreno, psicóloga y coach sistémico, que una persona pierda la paciencia rápido o no se relaciona con la madurez emocional. Esto no está ligado necesariamente a la edad, ya que hay gente joven que puede manejar bien sus emociones.
«Que uno sea más o menos paciente tiene que ver con nuestra historia personal, con lo que llevamos como carga en nuestra mochila. Ahí están nuestras experiencias de vida y las estrategias para lidiar con momentos difíciles», dice.
Y agrega: «Depende de nuestro pasado, de si desde muy jóvenes nos dieron la oportunidad de aprender a afrontar los problemas y a tener confianza en que podíamos superarlos por nosotros mismos».
Entonces, el aprendizaje que se haya obtenido en el camino determinará la capacidad de control emocional y el nivel de autodominio. Si alguien se domina a sí mismo sus reacciones serán cautas.
La buena noticia es que todos pueden cultivar la paciencia. Los adultos deben aprender a manejar las emociones. Para ello hay que ser empáticos consigo mismos, escuchándose, reconociendo lo que se siente ante determinadas situaciones que puedan disgustar.