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Foto: Pixabay

“Herido grave un bebé de 14 meses tras morderle en la cabeza un perro de raza potencialmente peligrosa”, titulaba un periódico de España hace algunas semanas. La información es impactante, y nos hace reflexionar sobre si existe una relación real entre raza y la aparición de conductas violentas en los perros.

La agresividad es el problema de comportamiento canino más importante en cuanto a frecuencia y consecuencias. Aunque sólo un pequeño porcentaje de los ataques de perros a personas acaban con un resultado fatal, las consecuencias de las heridas, los gastos de tratamiento y el impacto sobre la opinión pública hacen que estos sucesos se consideren un problema de salud pública relevante.

Por otro lado, es el problema de conducta que deriva con mayor frecuencia en el abandono del animal, con las implicaciones éticas que conlleva.

Pequeños pero agresivos

A la hora de estudiar el nivel de agresividad en función de la raza se han utilizado principalmente cuatro enfoques: el análisis de las estadísticas de agresiones a humanos, los casos comunicados por clínicas de comportamiento, las opiniones de expertos –como veterinarios y educadores caninos– y los resultados de test de conducta.

El principal inconveniente de estos métodos tradicionales es que muchos de los casos declarados corresponden a las razas más grandes, debido a la gravedad de las lesiones que provocan. No es comparable la mordedura de un perro chihuahua con la de un American Staffordshire Terrier.

Un chihuahua (izquierda) y un staffordshire terrier americano (derecha).
Shutterstock / McCann Michelle

Esto hace que se subestime la agresividad en los ejemplares de menor tamaño. Precisamente, un trabajo publicado en la revista Nature, realizado por investigadores de la Universidad de Helsinki, puso de manifiesto que los individuos de razas pequeñas presentan más problemas de conductas violentas que los de mayores dimensiones.

Todos tenemos en nuestra cabeza la imagen: un perrito se encara a un congénere mucho más grande, con el consiguiente escándalo, mientras el dueño del segundo intenta apaciguarle para evitar el enfrentamiento.

Según la investigación mencionada, la explicación residiría en que los ejemplares de razas pequeñas suelen recibir un trato distinto: acuden menos al educador canino, son sobreprotegidos por sus propietarios y acostumbran a ser más miedosos. Por tanto, es el ambiente, a través del aprendizaje, lo que moldea su conducta. Pero, realmente, ¿cuál es el peso de la genética y del entorno en el comportamiento canino?

Sólo 9% de la variación del comportamiento se explica por la raza

Un estudio publicado el pasado mes de abril en la revista Science concluyó que, si bien la mayoría de los rasgos de la conducta son hereditarios (heredabilidad superior a 25%), la raza posee un escaso valor predictivo para el comportamiento. Solo explica 9% de su variación.

Tras secuenciar el ADN de más de 2.000 ejemplares, los investigadores han observado que ciertos genes favorecen la aparición de determinados comportamientos, pero la selección genética ha sido muy anterior, evolutivamente hablando, a la aparición de las razas actuales.

Así, los expertos han encontrado en el genoma canino 11 regiones claramente asociadas con la conducta –frecuencia de aullidos, socialización con los humanos…– y otras 136 sugerentes, mientras que las áreas del ADN asociadas a la estética del animal (capa, morfología externa, etc.) son claramente diferentes entre razas como consecuencia de la selección artificial.

Los autores proponen que los comportamientos percibidos como característicos de los perros se derivan de miles de años de adaptación. Esto significa que las razas modernas se diferencian fundamentalmente por rasgos estéticos, no de conducta.

Ante estos hallazgos objetivos, fundamentados en técnicas genómicas, ¿tiene cabida una ley de perros potencialmente peligrosos que excluya a los animales en función de su raza?

El propietario no sólo debe conocer las necesidades físicas del animal, sino también las emocionales.
Shutterstock / Cristina Conti

La nueva legislación promueve la tenencia responsable

El problema de la violencia canina afecta también a la esfera política, y varios países del mundo han regulado la tenencia de perros con el fin de limitar y prevenir los episodios de agresiones.

En este sentido, se han desarrollado dos tipos de normativas. La primera modalidad, denominada legislación específica de raza, suele prohibir la cría y la posesión de determinadas razas o tipos de perros categorizados como “peligrosos” o “agresivos”. Por su parte, la legislación no específica de raza incluye medidas reguladoras para promover la tenencia responsable, independientemente de la raza.

En España, por ejemplo, se vive un momento de transición. Todavía sigue vigente el Real Decreto 287/2002, que establece un listado de perros potencialmente peligrosos. La ley marca los requisitos para obtener las licencias que permiten ser dueño de uno de estos animales, así como fijar unas medidas mínimas de seguridad.

Sin embargo, la aprobación del anteproyecto de Ley de protección animal y derecho de los animales el pasado 18 de febrero abrió un nuevo horizonte. La nueva normativa elimina claramente la alusión a razas potencialmente peligrosas y se centra fundamentalmente en la tenencia responsable y la importancia de la formación en materia de educación canina.

Podemos concluir que, más que razas potencialmente peligrosas, existen ambientes potencialmente peligrosos que condicionan la conducta de los perros. El propietario no sólo debe conocer las necesidades físicas del animal, sino también las emocionales.The Conversation

Álvaro Olivares Moreno, Profesor Titular de Etología, Bienestar y Producción Animal. Facultad de Veterinaria., Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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