El mundo de la moda no ha quedado exento del tema de conversación por excelencia de las últimas semanas. El coronavirus se sienta como un invitado más en las primeras filas de los desfiles de París, donde el pudor y la psicosis se propagan como la pólvora: «No te saludo, que vengo de Milán».
Las conversaciones que se escuchan entre desfile y desfile han pasado del absurdo a la paranoia, que se revela en una sonrisa incómoda cada vez que toca saludar.
«¡No me beses, vengo de Milán!», dice una estilista suiza; «Mejor no nos damos la mano, ¿no?», dice otra periodista. Una escena digna de los hermanos Marx. El recelo y las risas incómodas acompañan el aguado saludo, mientras se intenta guardar en vano la cautelosa distancia de seguridad de dos metros.
El sector esperaba encontrarse en París con una singular Semana de la Moda, a juego con las de Nueva York y Londres, medio vacías. Pero Milán desató el temor, especialmente después de que Giorgio Armani decidiera celebrar su desfile a puerta cerrada.
La Federación de Alta Costura y Moda, organizadora de la pasarela parisiense, descartó anular el calendario a principios de la semana porque no se hablaba de epidemia en Francia, pero, cinco días después, con casi 40 casos en el país y con la mitad de los periodistas y compradores procedentes de Milán, algunos eventos han sido cancelados por precaución.
Entre ellos, el cocktail de nominación de jóvenes diseñadores que organiza el conglomerado de marcas de lujo LVMH, auspiciado por Delphine Arnault, lo más llamativo de la semana junto a las seis marcas chinas que habían anulado sus presentaciones.
«Tu máscara es horrible»
El gel desinfectante se distribuye a la entrada de los desfiles en dispensadores y, el miércoles y jueves, en los de Dries Van Noten y Paco Rabanne daban también mascarillas.
Pocos son quienes las llevan y algunos, como la crítica de moda francesa Sophie Fontanelle, que también estuvo en Milán, reconoce que el remedio parece peor que la enfermedad: «Me la pongo inmediatamente sobre el rostro. Miradas estupefactas entre la gente que cruzo como si estuviera loca por tomármelo en serio», cuenta en la revista L’Obs.
«A una persona que me mira levantando la vista al cielo le digo que me fui de Milán el día que estalló todo y que, por precaución, sigo las consignas de higiene. ‘Tu máscara es horrible’, me dice. La exaspero. Para ella soy absurda», añade.
Al final, narra, decidió quitarse la mascarilla en los desfiles y ponérsela a la salida. Una práctica indecisa no del todo recomendada en estos casos.
En los corrillos de la moda, la conversación, ya sea para bromear o para atizar el pánico, no se aleja del virus: «Oh, dios mío, aquí el coronavirus está por todas partes«, dice una invitada de Dior a su llegada al desfile, mucho más vacío de lo habitual.
Pero no hay mal que por bien no venga y quienes rara vez consiguen invitaciones para estas solicitadísimas citas dan las gracias a la enfermedad que les ha permitido entrar en estos restringidos círculos y presumir de ello en Instagram, aunque sea tapándose la boca y la nariz con una bufanda.
Y hay quien aprovecha la ocasión, como la joven diseñadora Marine Serre, que incluyó mascarillas a juego con sus estilismos en la pasarela.
En el desfile de Loewe, una trabajadora de la empresa reconoce a varios invitados que la organización ha sido un rompecabezas: «Falta muchísima gente, sobre todo chinos».
Aun así, los reducidos asientos obligan a los invitados a apretarse y, lo peor de todo, a compartir el aire, y no todos parecen tan dispuestos a disfrazarse como la actriz Gwyneth Paltrow, que adelantó este miércoles en Instagram su «modus operandi» para la semana: mascarilla negra y sobre todo nada de apretarle la mano a nadie.