En la escuela de moda Bunka de Tokio, en un silencio roto por tijeretazos y máquinas de coser, los estudiantes sueñan con París y la fama mundial obtenida por sus gloriosos predecesores, ahora envejecidos o desaparecidos.
La muerte de Kenzo Takada en octubre de 2020 y la de Issey Mirake en agosto marcaron el fin de una época tras la revolución iniciada en los años 1970-1980 por los diseñadores de moda japoneses en Francia y el mundo.
Esto refuerza las expectativas hacia una nueva generación de modistas como Takuya Morikawa, exalumno de Bunka de 40 años, cuyas estilosas prendas inspiradas en la moda urbana debutaron en los desfiles parisinos hace dos años.
Antes de lanzar su marca TAAKK en 2013 pasó ocho años en el estudio de Issey Miyake, trabajando en la famosa línea Pleats Please (Pliegues, por favor) y explorando métodos artesanales tradicionales.
Moriwaka quedó afectado por el deceso de su mentor, pero pidió a los jóvenes diseñadores «dar lo mejor para que la muerte de estos creadores no impacte en el mundo de la moda». «Si esto ocurre, significa que hacemos mal nuestro trabajo», asegura.
Otro en tomar el testigo es Nigo, de nombre real Tomoaki Nagao, que se dio a conocer en los años 1990 con su marca urbana A Bathing Ape. También estudió en Bunka y el año anterior fue nombrado director artístico de Kenzo.
Sacai, otra marca de moda nipona con éxito internacional, fue fundada en 1999 por la diseñadora Chitose Abe, que colaboró entre otros con el costurero francés Jean Paul Gaultier.
«Piel de gallina»
Tanto Kenzo como Issey Miyake conquistaron el mundo desde París, el mismo recorrido que la pionera en la alta costura japonesa Hanao Mori, fallecida en agosto a los 96 años.
Yohji Yamamoto, de 79 años, y Rei Kawakubo, de 80 años, fundadora de la marca Comme des Garçons, simbolizan todavía esta generación dorada.
La moda de vanguardia japonesa «sacudió el mundo», dice la presidenta de Bunka, Sachiko Aihara, que recuerda cómo sus estudiantes vestían de negro después del lanzamiento de la primera línea de ropa monocromática de Yamamoto.
Sin embargo, «los días en que un creador presenta una colección que todo el mundo lleva se han terminado», dice.
No es por un declive del talento, estima Aihara, sino por la multiplicación de la oferta que hace ahora imprescindible tener conocimientos comerciales antes de lanzar una marca competitiva.
La diseñadora Mariko Nakayama, que trabaja desde hace tiempo en Tokio y prevé introducir su marca en Francia, recuerda que se le puso «la piel de gallina» al vestir por primera vez la marca Comme des Garçons.
Ahora cree que la industria es distinta, dice desde su tienda en el barrio acomodado de Omotesando en Tokio.
«Al mirar Virgil Abloh para Louis Vuitton por ejemplo, tengo la impresión de que hemos entrado en una era de edición» en la que los diseñadores aportan retoques modernos a formas y motivos clásicos.
«Nuevas oportunidades»
Trabajar en París, Londres, Nueva York o Milán siempre se ha considerado la clave del éxito para los creadores japoneses, explica Aya Takeshima, de 35 años, que estudió en la Central Saint Martins de la capital británica.
El reciente desfile de Takeshima en la Fashion Week de Tokio para su marca Ayame presentaba blusas transparentes y vestidos estampados en relieve, con prendas elegantes para los modelos masculinos.
Ella decidió estudiar en el extranjero para «aprender lo que necesitaba para ser una creadora independiente».
Esto le permitió tener distintas perspectivas: «En Japón, la técnica es inculcada desde el principio, mientras que las ideas y los conceptos (…) son secundarios». En Londres, es al revés, explicó.
Consciente de la necesidad de abrirse al mundo de sus estudiantes, Bunka cuenta con ofrecer una oferta de estudios en el extranjero para celebrar su centenario el próximo año.
Para una de sus alumnas, Natalia Satoo, de 21 años, Miyake y la vieja guarda nipona «aportaron al mundo muchos valores japoneses y orientales», incluidas las técnicas inspiradas en una artesanía tradicional rica y sutil.
«Me preocupa que las bases que construyeron se puedan destruir con su desaparición», pero «al mismo tiempo es un punto de inflexión» para ofrecer nuevas oportunidades creativas, opina.
«Es una oportunidad para mí de reflexionar la forma en la que podemos crear nuevos valores», dice.