Verduras, hierbas y frutas gloriosas que llegan directo de la huerta a la mesa para acompañar una abundancia de peces y mariscos recién capturados asados o a la parrilla, que se sirven con sabrosos cereales y legumbres, pan casero crujiente, vino…
Ese menú fresco y vibrante, aderezado con aceite de oliva, y consumido con admirable moderación, ha sido por décadas un ideal que no sólo conjura momentos memorables compartidos con seres queridos sino que promete bienestar físico.
Eso porque contiene muchos de los ingredientes de la famosa dieta mediterránea, aquella que constantemente recibe las mejores calificaciones de los profesionales de la salud por ser uno de los planes de alimentación más saludables y prácticos que existen.
Y uno de sus componentes cruciales no tiene nada que ver con comida.
Su nombre fue acuñado hace casi seis décadas, y desde entonces ninguna otra dieta tiene tanta evidencia documentada respaldando sus efectos positivos.
La investigación continúa mostrando una gama cada vez mayor de beneficios, incluyendo una mejor salud cardiovascular, menos posibilidades de desarrollar diabetes tipo dos y cáncer. El estudio más reciente muestra que esta forma de comer también puede proteger contra la demencia.
Pero la ciencia también muestra que aunque los alimentos del menú mediterráneo son imprescindibles, hay otros ingredientes no comestibles que son cruciales.
Y es que la mediterránea no es precisamente una dieta, es una forma de comer de manera que se extiende más allá de una lista de alimentos.
La comida es cultural y social, está cargada de historias personales, familiares y regionales.
Y dado que la dieta mediterránea no fue inventada de la nada sino basada en tradiciones desarrolladas con el tiempo por millones de personas, incluye componentes de estilo de vida.
Eso contribuye a que se logren los beneficios mencionados y varios otros, entre ellos la reducción del riesgo de depresión.
Prehistoria con 7 países
Cuando cesaron los combates de la Segunda Guerra Mundial, Haqvin Mamrol, un investigador de Suecia, demostró que la mortalidad por enfermedad coronaria disminuyó en los países del norte de Europa durante la guerra.
Su hipótesis fue que era el resultado de las restricciones impuestas durante la guerra a la leche, la mantequilla, los huevos y la carne.
Casi al mismo tiempo, un científico de Minnesota, Estados Unidos, llamado Ancel Keys, que había estado estudiando los efectos del hambre en un grupo de sujetos voluntarios, pasó a estudiar las dietas de los empresarios del Medio Oeste de su país.
Encontró que esos estadounidenses bien alimentados eran más propensos a las enfermedades cardíacas que los hombres privados de alimentos en el norte de Europa durante la guerra.
Keys sospechó que convenía reducir drásticamente las grasas saturadas.
Para comprobarlo, reclutó investigadores en varios lugares del mundo y se embarcó, a fines de la década de 1950, en un ambicioso proyecto que se conocería más tarde como el Estudio de los Siete Países o SCS, por sus siglas en inglés.
El equipo multinacional examinó las dietas y los estilos de vida de miles de hombres de mediana edad en Estados Unidos, Países Bajos, Finlandia, Yugoslavia, Japón, Italia y Grecia.
Al final de la década de 1970 se publicaron los primeros resultados confirmando asociaciones entre las grasas saturadas, los niveles de colesterol y la enfermedad coronaria.
Pero hubo otro resultado notable: los que vivían en el Mediterráneo y sus alrededores, en países como Italia, Grecia y Croacia, tenían tasas más bajas de enfermedad cardiovascular que los participantes de otros lugares.
Sus dietas, ricas en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos, semillas, proteínas magras y grasas saludables, parecían tener un efecto protector.
Keys, su esposa y sus colegas del estudio fueron fundamentales para el reconocimiento, la definición y la promoción del patrón de alimentación que se llamaría popularmente «dieta mediterránea».
Algo que, como dice incluso el sitio web del SCS, no existe.
«El mar Mediterráneo limita con 18 países que difieren notablemente en geografía, situación económica, salud, estilo de vida y dieta».
Pero no sólo es eso.
Diaita del Mar Medi Terraneum
En primer lugar, no es una dieta, en el sentido de que no hay reglas estrictas, abstenciones de grupos de alimentos, ni restricciones en los tamaños de las porciones ni recetas especiales a seguir.
Es más bien una diaita, la palabra griega para estilo o forma de vida, pues su magia no está sólo en sus nutritivos componentes sino en la manera de obtenerlos, y de crear y consumir platos coloridos y aromáticos, gustosos para el paladar y el espíritu.
Fue diseñada basada en la observación de comunidades en lugares como la isla de Creta hace unas seis décadas, cuando el quehacer cotidiano involucraba más actividad física.
Además, los únicos alimentos generalmente disponibles eran los que la naturaleza local proveía, así que tendían a ser frescos y de temporada.
De ahí una de las ventajas de la dieta: no se trata de comprar los alimentos que se producen en una región, sino de usar los de cualquiera al estilo mediterráneo.
Ni siquiera el aceite de oliva es indispensal; lo que importa es evitar grasas saturadas, así que pueden ser ciertos aceites de semillas (como canola, soya y linaza) y aceites de nueces (nueces, avellanas y almendras).
Pero quizás el ingrediente más mágico es que tanto cocinar como disfrutar lo cocinado es tradicionalmente un evento compartido, una celebración cotidiana con familiares y amigos sin más razón que el placer de hacerlo.
No se trata solo de qué comes, sino también de cómo y con quién lo haces.
Y sí, también hay estudios sobre los beneficios de esos otros factores para la salud.
En uno reciente, cuyos resultados fueron publicados en febrero de 2023, los investigadores se preguntaron cuál era la repercusión de acoger el enfoque de cenas relajadas y familiares, siestas por la tarde y fuertes lazos comunitarios en otras culturas.
Para ello, se alejaron 2.500 kilómetros del Mar Mediterráneo, y exploraron qué sucedería si adultos británicos adoptaran no solo la dieta, sino también el estilo de vida mediterráneo.
Los 110.799 participantes, de 40 a 75 años, no tenían cáncer ni enfermedades cardiovasculares cuando se inscribieron entre 2009 y 2012. Se les dio seguimiento hasta 2021.
Se examinaron cuestiones como si comían con familiares y amigos (convivencia); participan en actividades físicas con otros, por ejemplo, dando paseos juntos; con qué frecuencia se reunían con familiares y amigos (hábitos sociales); y cuánto dormían, tanto de noche como en siestas (descanso).
Y descubrieron que cuanto más se adherían a ese estilo de vida, menor era el riesgo de morir de cáncer, enfermedades cardiovasculares y otras afecciones de salud.
«Este estudio indica que adoptar un estilo de vida mediterráneo adaptado a las características locales de las poblaciones no mediterráneas es posible y puede ser parte de un estilo de vida saludable», dijo la investigadora principal del estudio, Mercedes Sotos-Prieto, de la Universidad Autónoma de Madrid, España, y la Escuela de Salud Pública TH Chan de Harvard en Boston.
De manera que, así como la dieta mediterránea es una guía que te permite incorporar los alimentos de tu tierra, el estilo de vida que refuerza sus beneficios es uno que puedes replicar aunque vivas muy lejos del que los romanos nombraron Mar Medi Terraneum.
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