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Los insectos, una nueva fuente de proteínas seguras, saludables y sostenibles

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Las proteínas son el constituyente principal de nuestras células. Son necesarias para el crecimiento, la reparación y la continua renovación de los tejidos corporales. Por ello, es necesario incorporarlas a lo largo de la vida.

El aumento de la población humana ha generado la demanda masiva de proteína animal y ha creado la necesidad de buscar alternativas proteicas en un contexto de emergencia climática. Las principales fuentes de proteína que se consumen en Europa son los lácteos, las carnes, los pescados, los huevos, las leguminosas y los frutos secos.

Por eso, en la actualidad, existe un elevado interés a nivel global por introducir los insectos como nuevas fuentes de proteína para la alimentación humana.

Los insectos constituyen 80% del reino animal y hay más de un millón de especies distintas, de las cuales más de 2.000 son consumidas. Sin embargo, solo unas pocas clases de insectos se han criado especialmente para ello, incluidos los grillos, las moscas de los soldados negros y los gusanos de la harina.

Valores nutritivos de los insectos

En Europa el consumo de insectos (llamado entomofagia) no es popular como sucede en los continentes asiático, africano y en parte de América y Oceanía. De hecho, es una práctica muy tradicional en países como Tailandia, México y China.

Sin embargo, el valor potencial de los insectos para la dieta humana es importante, dado su rico contenido en proteínas, lípidos y micronutrientes. Estos valores varían según la etapa de desarrollo de los insectos utilizada.

El mayor contenido de lípidos se encuentra en las etapas de larva y pupa, mientras que el mayor contenido en proteínas se observa en adultos. Algunos insectos contienen todos los aminoácidos esenciales (que son aquellos que necesitamos incorporar a través de la dieta), lo que les da una gran calidad proteica.

Combinar las proteínas de los cereales consumidos habitualmente que no tienen todos los aminoácidos esenciales con el suplemento de insectos podría ser una estrategia útil para aquellas poblaciones cuya alimentación se limita principalmente al consumo de cereales y tiene una elevada prevalencia de deficiencias nutricionales.

Además, también pueden servir como suplemento proteico para una edad adulta avanzada, donde la malnutrición proteica es la más común.

Grasas más saludables que las de otros animales de granja

Los insectos son, a su vez, ricos en grasas que oscilan entre 8% y 70% de su masa. Además, menos de 40 % de estas son grasas saturadas, lo que los hace muy favorables en comparación con otros animales de granja.

Sus grasas son ricas en ácidos grasos monoinsaturados, poliinsaturados y frecuentemente contienen ácidos linoleico y alfa-linoleico, de gran interés para el desarrollo infantil y la prevención del deterioro cognitivo en personas mayores.

La calidad y cantidad de lípidos de los insectos están influidas por el proceso de reproducción y la dieta utilizada para producir insectos (en su crianza) para el consumo humano.

Por otra parte, la mayoría de los insectos son ricos en potasio, calcio y magnesio. También pueden ser una fuente importante de hierro, zinc, cantidades significativas de vitamina B1, B2 y, especialmente, vitamina B12. Además, aportan fibra que proviene de la quitina presente en su exoesqueleto.

Una fuente de proteínas más sostenible que la carne

Además de los beneficios para la salud, los insectos comestibles son también una fuente alternativa proteica sostenible.

De hecho, la cría de insectos para consumo humano parece ofrecer varios beneficios ambientales. Entre ellos destacan el uso de desechos orgánicos, su valor añadido y la reducción de la contaminación ambiental. Además, fomentan una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, un menor requerimiento de agua y una mayor eficiencia de conversión alimenticia.

Finalmente podríamos confirmar que los insectos podrían utilizarse en un futuro no lejano como alternativa proteica segura y sostenible para la salud. Nutricionalmente es un producto que nos ofrece macronutrientes y micronutrientes de gran valor.

Lista de insectos seguros para el consumo, según la UE

El 1 de enero de 2018 se publicaron los reglamentos de la UE 2015/2283 del Parlamento Europeo sobre nuevos alimentos, donde se incluyeron los insectos (enteros, parciales, como ingredientes de harina, en forma de extracto).

Esta lista de insectos comestibles incluye: grillo doméstico (Acheta domesticus), gusano de la harina (Tenebrio molitor), langosta migratoria (Locusta migratoria), langosta del desierto (Schistocerca gregaria), escarabajo del estiércol (Alphitobius diaperinus), abeja europea (Apis mellifera) y saltamontes (Grylloides sigillatus).

El hecho de que esta lista no incluyera todos los insectos habitualmente consumidos en otros países generó cierta incertidumbre. Como consecuencia, se pidió una revisión de las regulaciones de seguridad alimentaria para permitir a los países vender insectos de forma segura directamente desde la granja a la mesa.

En enero de 2021, la Comisión Europea finalmente otorgó al gusano de la harina el sello EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) y en julio 2021 al grillo común. Esta distinción los libera de cualquier riesgo para la alimentación humana. Sin embargo, en muchas sociedades el consumo de insectos es un tabú alimentario y existen muchos obstáculos sociales y culturales para su aceptación.

La actualización por parte de la EFSA de la lista de insectos aptos para el consumo humano puede generar una mayor seguridad y aceptabilidad por parte del consumidor, aunque se requieren más estudios en humanos que destaquen sus beneficios en la salud, así como sus formas de uso en la gastronomía.The Conversation

Marta Ros, Profesora colaboradora, UOC – Universitat Oberta de Catalunya; Anna Bach Faig, Profesora Estudios de Ciencias de la Salud, UOC – Universitat Oberta de Catalunya; Diana Diaz Rizzolo, Profesora Facultad Ciencias de la Salud UOC, Investigadora postdoctoral IDIBAPS, UOC – Universitat Oberta de Catalunya y Patricia Casas Agustench, Profesora asociada de los Estudios de Ciencias de la Salud, UOC – Universitat Oberta de Catalunya

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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