La doctora suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross recibió a lo largo de sus 40 años de profesión 28 títulos doctor honoris causa. Sus libros -el más conocido es el bestseller Sobre la muerte y los moribundos– han sido traducidos a más de 25 idiomas. Una parte de su reconocimiento mundial se debe a que la médica psiquiatra se dedicó durante décadas a acompañar a enfermos terminales, aplicando modernos cuidados paliativos para que afrontaran el fin de su vida con serenidad e incluso con alegría. Mientras estudiaba sus comportamientos, a partir de los cuales desarrolló su teoría sobre las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), conocida mundialmente como el “modelo de Kübler-Ross”, hoy considerada la base teórica de los cuidados paliativos.
Pero lo que más la distinguió entre sus colegas fueron sus estudios sobre la vida después de la muerte o el “más allá”. A partir de la recopilación de miles de casos de pacientes con muerte clínica que vivieron experiencias extracorporales y luego volvieron a la vida, Kübler-Ross llegó a la conclusión de que la muerte no es más que un nuevo comienzo, y uno feliz. “El instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia”, ha declarado en numerosas ocasiones. A lo que también ha agregado: “La muerte es solo un paso más hacia una forma de vida en otra frecuencia”.
Sus investigaciones sobre el tema han trazado una línea divisoria entre sus colegas: hay quienes la critican y discuten sus hallazgos con contraargumentos racionalistas, como también quienes la admiran y la respetan como una eminencia en su especialidad, la muerte, o como ella la llamaba: “el mayor misterio para la ciencia”.
Umbral de la muerte: el primer caso que cambió su vida
Kübler-Ross se dedicaba a acompañar enfermos terminales en hospitales de Estados Unidos cuando trató por primera vez a una paciente que vivió la experiencia del umbral de la muerte. Se trataba de la señora Schwartz, que llegó a un hospital local de Indiana con un estado de salud extremadamente delicado. Al poco tiempo de internada, dejó de tener signos vitales.
“La señora Schwartz se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y luego flotó a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada. Nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No solo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa, puesto que se encontraba bien, pero cuanto más se esforzaba en explicarles más la atendían solícitamente, hasta que comprendió que los demás no la oían. Decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia, como nos dijo textualmente. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más”, detalló la médica psiquiatra en una de sus conferencias sobre el tema, hoy recopiladas en el libro La muerte: un amanecer (1984).
Este caso representó para la psiquiatra el principio de una investigación que duraría décadas. “Nunca había oído hablar de tal experiencia de muerte aparente, aunque era doctora en medicina desde hacía tiempo. La señora Schwartz produjo un cambio en mí”, recordó Kübler Ross en la misma conferencia.
Desde entonces, la especialista y su equipo se dedicaron a reunir experiencias extracorporales de pacientes con muerte clínica que volvieron a la vida en Estados Unidos, Canadá, Australia y algunos otros países. La persona más joven tenía 2 años y la mayor, 97. Recabaron casos de personas de diferentes orígenes culturales -hasta esquimales y aborígenes de Australia- así como de diferentes creencias religiosas: hindúes, budistas, musulmanes, cristianos, e incluso también a agnósticos y ateos. “Era importante poder hacer el recuento de los casos en ámbitos religiosos y culturales tan diferentes como fuese posible, con el fin de estar bien seguros de que los resultados de nuestras investigaciones no fuesen rechazadas por falta de argumentos”, explicó años más tarde.
Cuanto más casos conocía y más profundizaba sobre el tema, más se sorprendía. “Ha habido personas que incluso nos han precisado el número de la matrícula del coche que los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. No se puede explicar científicamente que alguien que ya no presenta ondas cerebrales pueda leer una matrícula”, ha comentado.
En varias ocasiones, tanto en notas periodísticas como en seminarios y en conferencias, Kübler-Ross ha mencionado a una paciente en particular, que sentó un precedente en sus investigaciones sobre la vida después de la muerte. “Tuvimos el caso de una niña de 12 años que estuvo clínicamente muerta. Independientemente del esplendor magnífico y de la luminosidad extraordinaria que fueron descritos por la mayoría de los sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que ella relató que su hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura. Después de haber contado todo esto a su padre, ella le dijo: ‘Lo único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo un hermano’. Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto, ella había tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento”.
A partir de los casos recopilados -todos con grandes similitudes-, Kübler-Ross llegó a la conclusión de que la muerte es casi idéntica al nacimiento, porque implica el paso a un nuevo estado de conciencia, donde las personas ven, escuchan, se ríen e incluso en algunos casos bailan.
“Los ciegos pueden ver, los sordos o los mudos oyen y hablan otra vez. Una de mis enfermas, que tenía esclerosis en placas, dificultades para hablar y que solo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡yo podía bailar de nuevo!». Las niñas que a consecuencia de una quimioterapia han perdido el pelo, me han dicho después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis rizos’, detalló la psiquiatra.
Muchos de sus colegas la han cuestionado, argumentando que lo que ven los enfermos terminales en estas circunstancias no son más que proyecciones de deseo creadas por su inconsciente. Pero ella les respondió con más ejemplos, casos de personas ciegas que no tenían percepción luminosa desde hacía al menos diez años cuando tuvieron una experiencia extracorporal. “Estos ciegos pueden decirnos con detalle los colores y las joyas que llevaban quienes los rodeaban en aquel momento, así como el detalle del dibujo de sus jerséis o corbatas. Es obvio que en estos casos no puede tratarse de visiones”, afirmó en una conferencia.
Según sus propias estadísticas, recabadas en terapias intensivas de distintas partes del mundo, del total de enfermos con paros cardíacos graves que han vuelto a la vida después de una reanimación, solamente el 10% recuerda las experiencias vividas durante el cese de sus constantes vitales.
La muerte, tres etapas
Kübler-Ross dividió la experiencia de muerte en tres etapas. La primera ocurre a nivel físico y está ligada a la consciencia normal de la persona y a su cuerpo. En ese momento, el “yo real” emerge de su cuerpo físico y se traslada al segundo nivel, el psíquico, en el que la persona está completamente alerta, atenta a todo lo que está sucediendo a su alrededor, como un observador. Luego viene la etapa final: “La persona atraviesa algo que para ella representa una transición hacia el tercer nivel, o nivel espiritual. Este símbolo puede ser un pasaje de una montaña, el río Ganges, un túnel… la percepción de cada individuo de la transición será determinada culturalmente. En cualquier rango, al final del túnel o lo que sea, usted verá una luz. Una vez que la has vislumbrado, no tendrás temor de la muerte. Cuando finalmente falleces, experimentarás la luz que te dará un inmenso sentimiento de amor y felicidad. Este nivel es el Reino de Dios y no puede ser manipulado por ningún ser humano”, sintetiza la psiquiatra.
“Nadie muere solo”
Kübler Ross aseguró hasta el día de su propia muerte, en 2004, que nadie muere solo: “Una vez que estás fuera de tu cuerpo físico, podrás ver a tus familiares y amistades que te precedieron. Los encontrarás, reconocerás y estarás rodeado por más amor del que puedas imaginarte”.
No es una opinión, dice, es una realidad. Ella misma investigó varios casos de tragedias familiares en las que un niño seriamente lastimado recobró la conciencia un tiempo largo después del accidente. “Una vez, un niño que había tenido un accidente de auto con la familia me dijo: ‘Todo está bien, mi mamá y Peter me están esperando’. Yo sabía que su madre había muerto. A Peter, su hermano, lo habían enviado a otro hospital, de quemados. Era la primera vez que un chico en esas circunstancias mencionaba a alguien que no había muerto. Pero como soy investigadora, tomé nota, aunque lo que decía contradecía mi teoría. Cuando salí de la habitación y pasé por cuidados intensivos, me informaron que tenía una llamada del hospital de quemados. Peter había fallecido hace 10 minutos”, relató la psiquiatra en Buenos Aires (1991) durante una entrevista con el diario La Capital, minutos después de su conferencia en el aula magna de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Luego sumó: “En 15 años no he visto casos de niños que no nombraran personas que los hayan precedido en la muerte”.
A los niños, Kübler-Ross les explicaba la muerte con una metáfora, la de la mariposa. “La muerte física del hombre es idéntica al abandono del capullo de seda por la mariposa. El capullo de seda y su larva pueden compararse con el cuerpo humano. Desde el momento en que el capullo de seda se deteriora irreversiblemente, ya sea como consecuencia de un suicidio, de homicidio, infarto o enfermedades crónicas (no importa la forma), va a liberar a la mariposa, es decir, a nuestra alma”.
Durante su carrera, Kübler-Ross dictó cursos sobre muerte y agonía a más de 125.000 estudiantes en universidades, facultades de medicina, hospitales e instituciones de trabajo social. En 1970 pronunció The Ingersoll Lectures on Human Immortality en la Universidad de Harvard, sobre la muerte y los enfermos terminales.
La psiquiatra dedicó los siguientes 10 años a fundar más de 50 hospicios en todo el mundo. Se retiró finalmente a los 70 años de edad, pero nunca abandonó su vocación: desde su casa, en Arizona, escribió cuatro libros más, incluyendo Sobre el duelo y el dolor, coescrito con David Kessler, experto en duelo. Su filosofía, expresada en sus libros, se convirtió luego en la base del actual Movimiento Hospice, que se dedica al cuidado de personas con enfermedades terminales en el final de sus vidas.
Más allá de sus logros, Kübler-Ross debió lidiar en todo momento con las críticas de colegas que consideraban que sus estudios sobre el “más allá” manchaban su integridad científica. Por eso dedicó las primeras líneas de su libro, La muerte, un amanecer, a cuestionar estas mismas críticas: “Hay mucha gente que dice: «La doctora Ross ha visto demasiados moribundos. Ahora empieza a volverse rara». La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo, no tuyo. Saber esto es muy importante. Si tienes buena conciencia y haces tu trabajo con amor, se te denigrará, te harán la vida imposible, y diez años más tarde te darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así transcurre ahora mi vida”.
Pocos años antes de fallecer, en un reportaje, un periodista le preguntó si la proximidad de su muerte le generaba miedo. Su respuesta fue contundente: “No, de ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano”. En la misma entrevista declaró que la vida en el cuerpo terrenal solo representa una parte muy pequeña de nuestra existencia. Ella siempre repitió la misma frase: “Morir es mudarse de casa, a una más bella”.
Luego de su muerte, Ken Ross, uno de sus dos hijos, creó la Fundación EKR en honor de su madre. La fundación tiene 11 filiales en el mundo. Una de estas es la Fundación Elisabeth Kübler-Ross Argentina-Uruguay, conformado por un equipo interdisciplinario, que surgió a finales de 2020. “Nuestra misión es difundir en estas latitudes la obra de Elisabeth Kübler-Ross y continuar con su legado”, dice Cynthia Frahne, su coordinadora, a La Nación. “Ofrecemos charlas gratuitas sobre diferentes temáticas y un encuentro llamado “Un té con Elisabeth”, que sería como un Dead Café , donde se conversa sobre la muerte, porque en nuestra sociedad ese es un tema del que no se habla. En breve vamos a estar ofreciendo grupos de apoyo en duelo, también formaciones sobre acompañamiento en duelo y para el modelo hospice”, resume Frahne.