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La historia del emperador que se implantó una nariz de oro para volver al trono

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Hace 1.300 años vivió un emperador que pasó por el infierno al ser mutilado y verse obligado a ponerse una nariz de oro para reclamar el trono del Imperio Bizantino. Se trata de Justiniano II, quien luego de  una destitución y 10 años en el exilio encontró la forma de volver a su puesto. De esta forma, logró sortear la máxima bizantina que impedía que personas con «defectos» se consagraran monarcas.

Justiniano nació en el año 669. Era hijo del emperador Constantino IV y la emperatriz Anastasia. Con apenas 12 años de edad vivió lo que luego le sucedería a él: vio cómo su padre sentenció una rhinokopia (corte o amputación de la nariz) a sus dos tíos para privarlos de sus títulos imperiales.

Con ese accionar el progenitor logró allanar la carrera al trono a su hijo, dado que los bizantinos creían que solo hombres sin «imperfecciones físicas» podían ser emperadores.

«La historia de sucesión de los emperadores bizantinos es un cuento de terror», sintetiza Ofelia Manzi, exinvestigadora de historia medieval de la Universidad de Buenos Aires. La experta aclara que en Bizancio se llevaban adelante diversos tipos de mutilaciones como cortarle la nariz o una mano a determinadas personas para que no pudieran acceder al trono. También había formas «piadosas» para imposibilitar el acceso al poder, como ingresarlos a un convento y consagrarlos a la religión. De todas, la más extrema, aunque habitual, era la sentencia de muerte.

De la cara perfecta al rostro mutilado

Sin ninguna «imperfección» física, el camino de Justiniano estaba libre. Luego del fallecimiento de su padre, fue el heredero indisputado. Tenía solo 16 años de edad cuando accedió al poder total del Imperio Romano de Oriente, pero su reinado no fue popular. El salvajismo con el que ejecutaba a poblaciones enteras fue clave para que se orquestara un golpe de Estado en su contra.

En el año 695 estalló una revuelta en la capital imperial Constantinopla (actual Estambul), y la rebelión le costó a Justiniano no solo el poder, también su nariz.

A la mañana siguiente del golpe, lo capturaron y llevaron junto a dos de sus ministros al hipódromo donde lo esperaban los conspiradores. Sus dos secuaces recibieron la pena más dura: los ataron por los pies, los arrastraron por las calles y luego los quemaron hasta la muerte.

El depuesto emperador estaba tan desacreditado que las multitudes lo abucheaban. Sin embargo, su sucesor decidió una solución más «misericordiosa» y permitió que Justiniano viviera. Pero, sabiendo que podía haber futuros reclamos, decretó que lo desfiguraran de tal forma que nunca más pudiera aspirar a la grandeza imperial.

Tenía 26 años cuando le cortaron la nariz, la mitad de la lengua y lo exiliaron en Quersoneso, ubicado en la costa de la actual Crimea. Este acto llevó a que Justiniano pasara a la historia como «Justiniano Rhinotmetos» o «el emperador de la nariz cortada».

La carrera para volver y su venganza

A pesar de no ostentar más «la púrpura imperial», Justiniano nunca dejó de considerarse el monarca. Al cabo de siete años en el destierro, huyó y pidió asilo a los jázaros (o kázaros), donde fue recibido por el khan. La bienvenida fue tal que forjó una alianza con ellos y se casó con la hermana del jefe en 703, describe el historiador Augusto Bailly en su libro Bizancio.

Al poco tiempo, Justiniano se enteró de que desde la capital bizantina había intenciones de asesinarlo. Entonces decidió volver a escapar y cruzó el Mar Negro. Se iba acercando a Constantinopla.

Hijo de emperador y monarca él mismo, sabía bien que no podía volver al trono con su actual aspecto, así que decidió crearse una prótesis. Si bien no está del todo claro cuándo logró fabricarse una nariz de «oro puro», para ese momento ya era conocido como el de «la nariz cortada”.

En 705, Justiniano llegó fuera de las murallas de Constantinopla, acompañado de un ejército leal que se había conformado en el exilio. Pero las defensas de la capital del imperio eran demasiado fuertes. Por fortuna para Justiniano, su experiencia palaciega le brindaba un gran conocimiento arquitectónico y logró ingresar a Constantinopla a través de sus acueductos.

Una vez dentro, tomó el control y derrocó al emperador, pero su sed de venganza no tenía límites. Quería castigar de forma vehemente a sus enemigos.

La represión comenzó con la ejecución de todos los que habían desempeñado un papel en la ciudad durante su ínterin. Para quienes lo habían sucedido en el trono, los emperadores Leoncio y Tiberio, estipuló la venganza más sangrienta que pudo concebir. Los hizo recorrer las calles atados con cadenas mientras la población los injuriaba y lanzaba piedras. Luego los llevó al hipódromo, donde los arrastraron a lo largo de la pista y finalmente los decapitaron.

Ningún hombre desfigurado podía reinar como emperador, sin embargo, Justiniano Rhinotmetos lo hizo y nadie se atrevió a contrariarlo. Pero su brutalidad no fue soportada y en el año 711 volvió a organizarse una conspiración en su contra.

Su segundo reinado también terminó con un golpe de Estado y en esta ocasión, en vez de mutilarlo, decidieron degollarlo. Su cadáver lo expusieron en la ciudad y luego lo llevaron a Italia, donde lo exhibieron por las calles de Roma y Rávena.

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