Hace 100 años existió un antiguo cementerio en Maracay, un tanto desconocido y olvidado por muchos de nosotros. En ese lugar se desarrolló uno de los mitos más aterradores de la época. Hoy les contaré la historia de La garra del diablo.
Para 1921 la ciudad tenía una vieja planta eléctrica ubicada en El Castaño y surtía solo a sus zonas principales, no obstante las zonas aledañas permanecían todavía a oscuras.
Por esos senderos estaba el antiguo cementerio, conocido en la actualidad como la calle Páez. En las noches, las penumbras reinaban y se podían ver extrañas sombras de seres humanoides rondando por las aceras y las tumbas solitarias. A mediados de ese año, surgió un mito urbano sobre una garra bestial que se llevaba a los transeúntes de la noche.
Entre el temor y el misterio, los maracayeros a las 6:00 pm se encerraban en sus casas y no salían hasta el día siguiente. Se cuenta que a unas casas y al frente de la entrada del cementerio, vivía la señora Matilde. Ella era viuda y tenía un hijo a quien le gustaba usualmente irse de parranda.
La señora Matilde tenía la costumbre de sentarse en la acera para averiguar la vida de sus vecinos y, por supuesto, esperar a su hijo hasta entrada la madrugada. Una tarde la visitó su vecina y entre una conversación amena, cafés y palmeritas, ella le hizo una advertencia a Matilde:
–Mire, están diciendo que por el cementerio sale algo. Como una garra gigante que arrastra a la gente y las desaparece. Hace varias noches, la vieron pasar por estas calles. Se lo digo con confianza porque a usted le gusta estar sentada en su silla de mimbre hasta tarde.
–No mija –respondió Matilde–, yo no creo en esos cuentos de camino. Además, usted sabe que espero a mi hijo. Cuando él llega, entramos y nos recogemos –recalcó.
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Una noche, la señora Matilde se sentó afuera como de costumbre. Pasó el rato tomando guarapo y viendo por todos lados. Al notar que casi eran las 2:00 am empezó a preocuparse porque su hijo no llegaba.
Las nubes cubrieron la luna, dejando todo en la sombra. Un sonido proveniente del cementerio comenzó a sonar. Era aterrador, similar a una excavadora. La brisa le cerró la puerta. Luego, Matilde sintió como ese sonido se acercaba súbitamente. Intentó abrir la puerta y en medio de la desesperación, no encontró la cerradura.
Los ruidos se volvieron ensordecedores. Intentó gritarles a sus vecinos, pero la voz no le salía. De pronto, una garra enorme y deformada salió entre la neblina. Aquella garra era similar a la de los Nefilim (bestias infernales, hijos de los caídos).
Con mucha dificultad, Matilde logró entrar a su casa. Cerró la puerta y en eso escuchó un grito que le heló la sangre: “¡Mamá, ayúdame!».
La señora Matilde enmudecida salió de nuevo. Intentó agarrarse de las columnas y salvar a su hijo del espectro. La garra era más rápida y la tomó por su cabello. La arrastró por toda la acera y la sumergió en la infinita oscuridad. Después de aquella terrorífica noche, nunca más se supo del paradero de Matilde y su hijo. La comunidad quedó consternada por la extraña desaparición.
Con el pasar de los meses, apareció alguien que se atrevió a desafiar a la garra del diablo. Gustavo Franco Dorta me contó cómo su abuelo se enfrentó a ese temible demonio: “Mi abuelo, Arturo Dorta, me relató su experiencia aterradora cuando en una ocasión desafió a la bestia. Él era un hombre incrédulo y desafiante”.
“Una noche decidió comprobar la existencia de la garra diabólica. Entró al cementerio antiguo y se puso a esperar pacientemente. A las horas, adormitado, lo despertó un sonido espeluznante. Alzó la mirada y vio la inmensa sombra cerca de él. El terror caló sus huesos, gritó y su voz no salía. Cuando estaba dispuesto a huir, no olvidó su objetivo y quiso ver con quién se enfrentaba. Detallando la sombra, buscó arriba el cuerpo de la criatura. Se arrodilló, sacó una vela del bolsillo para prenderla, pero el viento no lo dejaba. La garra se estaba acercando. Cuando logró encender la vela pudo gritar con fuerza: ‘¡Aquí respirando su oscuridad, le desafío y jamás le tendré miedo!’”.
“La garra se fue reduciendo para fusionarse con la niebla. Solo quedó la silueta de un hombre alejándose y detrás de él siete perros negros. Mi abuelo, dejó la vela encendida para irse corriendo entre las tumbas. En una de esas, se detuvo para acercarse a una luz en los mausoleos. Vio un extraño altar con cabezas putrefactas alrededor de varios velones. Él regresó a la casa con el sabor amargo de esa impresión y supo que hasta los demonios se alimentan de los miedos. Entrada la mañana, mi abuelo fue al cementerio y no encontró el altar de las cabezas. Con el paso de los días, nadie más desapareció y la historia de la garra del Diablo fue olvidada”, afirmó.
Cuando la ciudad esté en completa penumbra, evita caminar solo por la calle Páez. Tal vez, la garra del diablo reaparezca y quiera atraparte hasta la eternidad.