Desde muy pequeño me hacía sentir incomodo cualquier tipo de cambio, cosa que no era muy rara en mi vida toda vez que mis padres son arquitectos y nada estaba como debía ser, siempre era necesario mover muebles, cambiar colores o definir una nueva manera de movilizarse dentro de la casa. Creo que ésa era una de las razones más importantes para rebelarme y encasillarme en mi rutina, argumentando que ¡antes era mejor!
La razón que justificaba esta resistencia al cambio era minimizada con la excusa que había sido sometido a un programa de estimulación temprana, que traía como consecuencia ese apego a la rutina y negación del cambio, sin embargo, a lo largo de la vida no es posible evadir el cambio, aparece en todo momento y en muchos aspectos.
El cambio de empezar la educación, que en mi caso significó un recorrido arduo y largo. Empecé a ir al preescolar a la temprana edad de dos años porque “me aburría en la casa”, cosa que no era del todo cierta, pues hacia natación en la mañana y terapia motora, psicología y terapia ocupacional todas las tardes de mi vida, pero necesitaba desarrollar la vida social.
Allí empezó mi gran cambio, pasé por tres institutos educativos de preescolar, cada uno con una característica distinta, mejores o peores, pero la tragedia era la educación regular, pero tuve la suerte de entrar en un colegio que marcó el antes y el después de mi vida.
Cada año una maestra distinta, casi todas, solteras, sin experiencia como madres, pero con su mejor voluntad. Yo representaba un reto, no solo por mi condición especial sino porque soy el más chiquito de una familia, el más cercano 10 años mayor, lo que hacía que mi entorno no era de pequeños sino de adolescentes. Esto hacía que mi vocabulario fuera diferente.
Cuando tenía cuatro años, mi hermana se había graduado con honores de bachiller, y se había ganado una beca Galileo para estudiar en Francia, y yo hablaba de su tesis de grado, el diseño, a base de algas rojas, para desarrollar una pintura antioxidante o de los programas de mi hermano mayor, con quien dormía en el cuarto y el cual me sometía a todo tipo de bromas y me fastidiaba para que no fuera un consentido. Gracias a él mi primera palabra fue una palabrota para lograr que dejara de fastidiarme.
Estoy seguro de que una de mis fortalezas más importantes, es la de tener una autoestima elevada. Esto se debe al ambiente en el que crecí, donde mi familia me alimentaba, y a lo mejor sobre valoraba, mis logros generando en mí una seguridad que me permitía soportar las miradas piadosas, o las frases: tengo una piñata y no te invito por que no caminas y no vas a disfrutar de ella.
Todo esto afianzado en la seguridad que me proporcionaba mi colegio. Allí había más niños como yo, en clase eran 10 regulares y tres con dificultades, uno menos comprometido que yo, con parálisis cerebral pero caminaba con enorme dificultad y otro con espina bífida, pero también caminaba, en fin no era el único con diferencias visibles.
Cada año y cada nueva maestra significaba un reto. Me tocaron, maestras consentidoras pero también algunas que jugando a ser Dios, desde el primer día me plantearon que sus grados eran muy difíciles y yo no podría hacerlos. Me aconsejaron tener maestros especiales en casa, cosa que hube de hacer para que el colegio no fastidiara con el tema, sin embargo mis hermanos mayores me ayudaban dándome pautas pero nunca haciéndome la tarea, me exigían y vigilaban mis logros.
Toda esta explicación es para poder poner en contexto lo que quiero comentar sobre los cambios y la actitud ante ellos. Cursaba segundo grado y utilizaba para escribir una laptop, porque la escritura representa un esfuerzo importante y me genera un reflejo condicionado que altera mi postura, por lo que utilizaba esta ayuda. Mis compañeros morían por usar dicha computadora, creo que ello me hacía invulnerable y no sufrí los efectos de la burla o “bulling” escolar debido a ella.
El caso es que un compañero quería hacer uso de ella a la fuerza y me arrebató el computador, por lo que comenzó una fuerte discusión, le ofrecí “cercenarle el cráneo”, cosa que dejó en el sitio a la maestra. Ella, poco acertada para mí, decidió salomónicamente, que los dos éramos culpables, a el abusador por atrevido y a mí por insultarlo con ese lenguaje de películas de caballería y nos castigó a los dos sin recreo. Ante ello comenté, ¡esto es una ignominia!, y la maestra reaccionó diciéndome, ¿qué quiere decir eso? Y yo le dije, ¿usted no sabe?, ¡que ignorante! Dicho lo cual me sacaron de clase y llamaron a mi madre.
No hubo forma de poder explicarle que no la estaba insultando sino llamando la atención sobre su poca cultura, postura de la cual no logró sacarme y me hizo que me enviaran a casa por atrevido.
Eventualmente, el cambio de mayor importancia ocurrió con mi ingreso a la Universidad Católica Andrés Bello, debía estudiar el primer semestre y el trauma era total, tener que movilizarme a través de un ascensor donde todos luchaban por usar y solo el más aguerrido lo lograba, razón por la cual el primer día llegue tarde a todas las clases.
Buscar espacio en un aula muy grande con más de 45 alumnos, era un gran cambio, que se agravaba con mi ingenuidad de solicitar permiso para grabar la clase pues yo no escribía, ¡el primer día fue como una avalancha!
Lo menos que me dijeron fue usted es muy tecnológico para mí, trate de cambiarse de profesor, o nadie me avisó que venía un minusválido y no sé si estoy preparada para ello, en fin aquel alud me dejo aplastado, pero afortunadamente, mi madre me llevó a clases y me esperó trabajando en el jardín de la universidad. Sin embargo, en el regreso a la casa solo atiné a decirle, ante la pregunta ¿cómo te fue?, no sé cómo me fue, dentro de unos días te comento porque fue mucho para un solo día.
Tardé una semana en generar un mecanismo para montarme en el ascensor, muy poco ortodoxo por cierto, les gritaba a la gente que se iban a poner gordas, que usaran las escaleras y le dejaran a las personas que no podían caminar el espacio en el ascensor.
Asimismo con el resto de las dificultades. Convencí a las profesoras que me hicieran los exámenes orales, otra me permitió grabarla y presentar con un pendrive, todo ello sin contar que conseguí un amigo que me ayudaba a tirarme por un barranco de tierra para poder llegar al otro edificio a tiempo para las clases.
Vuelvo la vista atrás, y me digo, nunca pensé que podría generar esas habilidades que me permitieran sobrellevar todos estos cambios y entiendo el significado de lo que llaman resiliencia: esa capacidad que tienen las personas de superar circunstancias traumáticas, o esa capacidad de recuperarse frente a las adversidades para seguir proyectando su futuro.
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