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Ruta con sabor a Chile

En el valle de Casablanca, el sol, el frío y la neblina se unen para hacer su magia y producir inmejorables vinos, que sirven de excusa para recorrer esta región

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“Toma vino porque nunca una gran historia comenzó con una ensalada” es una sabia recomendación. Y con toda razón. Grandes historias comienzan acompañadas de un buen vino, y más donde haya seguidores devotos de esta bebida o inquietos por explorarla. Eso sucede en Chile, que, gracias a su rica tradición vinícola, está escribiendo una historia interesante y hoy es un destino apetecido no solo para los amantes del buen vino, sino para los turistas que quieren saber un poco más de este apasionante universo etílico.

Casablanca forma parte de los 14 valles vinícolas de Chile, y por la calidad de sus uvas es considerado la Capital Mundial del Vino, según Great Wine Capitals, la red mundial que agrupa a las regiones vitivinícolas más reconocidas en ambos hemisferios.

Tiene más de 6.000 hectáreas de viñedos y al estar muy cerca del mar, a 30 kilómetros, es cubierta por la vaguada o neblina costera todos los días, y esta, junto con la corriente de Humboldt, hace que el agua de sus playas sea muy fría.

La neblina incide en que las uvas que brotan de estas tierras tengan una maduración lenta. La tenue brisa marina que refresca los viñedos y el sol que abraza los cultivos le confieren una atmósfera mediterránea a esta próspera comuna, que forma parte de la región de Valparaíso.

El valle Casablanca está a 80 kilómetros de Santiago de Chile, y su clima frío es el hogar perfecto para el famoso pingüino de Humboldt. Es muy extraño verlo allí, porque uno se imagina a estos animales viviendo en la Antártida y de repente sorprenden caminando sobre un pequeño islote rocoso, llamado isla de los Pingüinos, cerca de la playa de Cachagua.

En este valle no hay ríos. La principal fuente de agua son la humedad y las napas subterráneas (pozos), pero estas se van secando cada vez más. En la zona central de Chile la sequía se prolonga desde hace 12 años. De los seis embalses de Casablanca, solo dos tienen suficiente líquido.

Allí se llega luego de hora y media de recorrido en carro, procedentes de la ciudad porteña de Valparaíso, a 40 kilómetros, para hacer la ruta vinícola, en realidad una de las varias que tiene Chile.

Este país fabrica sus propios vinos desde el siglo XVI, incluso mucho antes que Argentina y Australia, también reconocidos por su riqueza vinícola, pero Chile se caracteriza por la variedad de sus cepas. Por ejemplo, en Casablanca se pueden encontrar hasta 10 tipos de cabernet sauvignon, su vino ícono.

Los más egoístas. La primera parada de esta ruta de 15 viñedos es en la Estancia El Cuadro. Con 720 hectáreas (200 plantadas), está en la subregión de Tapihue y se recorre a pie o en un carruaje de caballos. Allí se disfruta una muestra de rodeo, deporte nacional; se conoce el Jardín de Cepas, que le ha valido un reconocimiento de la Red de Capitales y Grandes Viñedos; se visita el Museo del Vino y se compran vinos de producción limitada.

“En la Estancia, la formalidad con nosotros no va”, apunta Carolina Romero, enóloga del viñedo. La acompaña Fernando, el campesino que conduce el carruaje.

Romero cuenta que este viñedo vende 90% de la uva a granel a viñas grandes como Concha y Toro, una de las principales comercializadoras de vino en América Latina; Veramonte y Errazuriz. Con el 10% restante hacen vino que no se encuentra en ninguna otra parte del mundo.

Vinos exclusivos o “muy egoístas”, dice. Según ella, la Estancia El Cuadro tiene el jardín de cepas más completo de Chile, con 26 variedades, y a finales de marzo, cuando comienza el otoño, “es la época más bonita para visitarlo porque los racimos ya cuelgan de las ramas”.

RECUADRO

Banquete de uvas

La enóloga Carolina Romero invita a probar uvas de las cepas que cultivan mientras habla de su origen. La chasselas es con la que se produce el ‘syrah’ o shiraz, del que se dice es el vino más antiguo del mundo. “Es el que Jesús tomó en la última cena y la cepa que mejor ha evolucionado en el valle de Casablanca”, afirma.

Este vino violeta es ácido, intenso; tiene aromas de frutos rojos, flores, olivos y aceitunas que lo hacen distinto y una bebida que se marida con quesos fuertes como el azul, Camembert, el ‘brie’, Edam, parmesano, y carnes como cordero, cerdo y pato.

Otra cepa es la del cabernet sauvignon chileno, tan exquisito que ocupa el segundo lugar en la lista de los 100 mejores vinos del mundo. En las largas filas de parras que forman este viñedo aparece la garnacha tintorera, “la única que tiene la pulpa roja”, agrega Romero. Otra es la carmenere, de origen francés y sobreviviente en Chile a una feroz plaga.

“Toma vino porque nunca una gran historia comenzó con una ensalada” es una sabia recomendación. Y con toda razón. Grandes historias comienzan acompañadas de un buen vino, y más donde haya seguidores devotos de esta bebida o inquietos por explorarla. Eso sucede en Chile, que, gracias a su rica tradición vinícola, está escribiendo una historia interesante y hoy es un destino apetecido no solo para los amantes del buen vino, sino para los turistas que quieren saber un poco más de este apasionante universo etílico.

Casablanca forma parte de los 14 valles vinícolas de Chile, y por la calidad de sus uvas es considerado la Capital Mundial del Vino, según Great Wine Capitals, la red mundial que agrupa a las regiones vitivinícolas más reconocidas en ambos hemisferios.

Tiene más de 6.000 hectáreas de viñedos y al estar muy cerca del mar, a 30 kilómetros, es cubierta por la vaguada o neblina costera todos los días, y esta, junto con la corriente de Humboldt, hace que el agua de sus playas sea muy fría.

La neblina incide en que las uvas que brotan de estas tierras tengan una maduración lenta. La tenue brisa marina que refresca los viñedos y el sol que abraza los cultivos le confieren una atmósfera mediterránea a esta próspera comuna, que forma parte de la región de Valparaíso.

El valle Casablanca está a 80 kilómetros de Santiago de Chile, y su clima frío es el hogar perfecto para el famoso pingüino de Humboldt. Es muy extraño verlo allí, porque uno se imagina a estos animales viviendo en la Antártida y de repente sorprenden caminando sobre un pequeño islote rocoso, llamado isla de los Pingüinos, cerca de la playa de Cachagua.

En este valle no hay ríos. La principal fuente de agua son la humedad y las napas subterráneas (pozos), pero estas se van secando cada vez más. En la zona central de Chile la sequía se prolonga desde hace 12 años. De los seis embalses de Casablanca, solo dos tienen suficiente líquido.

Allí se llega luego de hora y media de recorrido en carro, procedentes de la ciudad porteña de Valparaíso, a 40 kilómetros, para hacer la ruta vinícola, en realidad una de las varias que tiene Chile.

Este país fabrica sus propios vinos desde el siglo XVI, incluso mucho antes que Argentina y Australia, también reconocidos por su riqueza vinícola, pero Chile se caracteriza por la variedad de sus cepas. Por ejemplo, en Casablanca se pueden encontrar hasta 10 tipos de cabernet sauvignon, su vino ícono.

Los más egoístas. La primera parada de esta ruta de 15 viñedos es en la Estancia El Cuadro. Con 720 hectáreas (200 plantadas), está en la subregión de Tapihue y se recorre a pie o en un carruaje de caballos. Allí se disfruta una muestra de rodeo, deporte nacional; se conoce el Jardín de Cepas, que le ha valido un reconocimiento de la Red de Capitales y Grandes Viñedos; se visita el Museo del Vino y se compran vinos de producción limitada.

“En la Estancia, la formalidad con nosotros no va”, apunta Carolina Romero, enóloga del viñedo. La acompaña Fernando, el campesino que conduce el carruaje.

Romero cuenta que este viñedo vende 90% de la uva a granel a viñas grandes como Concha y Toro, una de las principales comercializadoras de vino en América Latina; Veramonte y Errazuriz. Con el 10% restante hacen vino que no se encuentra en ninguna otra parte del mundo.

Vinos exclusivos o “muy egoístas”, dice. Según ella, la Estancia El Cuadro tiene el jardín de cepas más completo de Chile, con 26 variedades, y a finales de marzo, cuando comienza el otoño, “es la época más bonita para visitarlo porque los racimos ya cuelgan de las ramas”.


Banquete de uvas

La enóloga Carolina Romero invita a probar uvas de las cepas que cultivan mientras habla de su origen. La chasselas es con la que se produce el ‘syrah’ o shiraz, del que se dice es el vino más antiguo del mundo. “Es el que Jesús tomó en la última cena y la cepa que mejor ha evolucionado en el valle de Casablanca”, afirma.

Este vino violeta es ácido, intenso; tiene aromas de frutos rojos, flores, olivos y aceitunas que lo hacen distinto y una bebida que se marida con quesos fuertes como el azul, Camembert, el ‘brie’, Edam, parmesano, y carnes como cordero, cerdo y pato.

Otra cepa es la del cabernet sauvignon chileno, tan exquisito que ocupa el segundo lugar en la lista de los 100 mejores vinos del mundo. En las largas filas de parras que forman este viñedo aparece la garnacha tintorera, “la única que tiene la pulpa roja”, agrega Romero. Otra es la carmenere, de origen francés y sobreviviente en Chile a una feroz plaga.

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