Los logros de Miku
Keyla Tores y Darwin Molina son merideños, diseñadores industriales de formación y profesores en la Universidad de los Andes. En 2008, cuando cerraron su estudio de diseño, el último proyecto concentrado en cerámica les mostró un camino nuevo. “Comenzó nuestro interés por aprender. Decidimos buscar ayuda y conseguimos a un maestro que nos contagió con su entusiasmo, Gilbert Díaz, que tiene 20 años dando clases en la ULA”, comparte Torres.
Así moldearon su nuevo oficio a fuego lento. “Tomamos clases de cerámica por cuatro años. Y en 2012 empezamos a hacer nuestras piezas. Pasamos dos años desarrollando esa propuesta”. En el proceso aprendieron la esmerada técnica oriental del rakú y los secretos del gres. Cuando la crisis los había llevado a pensar en la posibilidad de emigrar, llegó un pedido providencial. El joven chef Karlos Ponte, merideño radicado en Dinamarca, les encomendó la vajilla de su restaurante Taller, localizado en Copenhague. Allí comenzaría una escala ascendente de buenos logros. “De allí en adelante ha sido una locura. Abrimos nuestro taller Miku Cerámica en la sala de la casa, y cuando ya no cabía lo mudamos a otro lugar”. Luego llegarían las peticiones de chefs como Carlos García, que les encomendó la vajilla de Alto restaurante; Víctor Moreno, que encargó la de Moreno. También idearon los platos de Santo Bokado, algunas tazas de Franca, en Caracas, y las del restaurante La Era, en Mérida. “Todos quieren algo especial. Ahora tenemos tres tipos de pedido: uno, en el que el chef es coautor de la vajilla según lo que busca; otro, en la que le adaptamos el repertorio que tenemos quizá con texturas; y el tercero, que son las piezas que hemos desarrollado”. En sus faenas saben el significado de estas propuestas. “Tienen el valor de lo hecho a mano e influye en el discurso gastronómico, que se complementa con los platos y hace una diferencia”. Para encargarlos hacen una entrevista previa. “Hay gente que tiene claro lo que quiere. Otras no tanto y los orientamos para que quede una propuesta coherente”. Las piezas son todas en gres, logradas en el torno. En el camino celebran este hallazgo. “La cerámica nos cambió la vida. Ahora giramos alrededor de esta pasión. Lo que hemos logrado en este oficio nos llena de gratificación”.
Fotografías: Cortesía Miku Cerámica
En Instagram están como @mikuceraminas.
Su mail: ceramicasmiku@gmail.com
Las obras de María Raquel
En la antesala del taller de María Raquel Ferrer, en La Florida, Caracas, dan la bienvenida, espléndidas, unas flores de jade que son celosas a la hora de crecer en otro lugar. Delatan que allí hay manos que saben tratarlas. De hecho, el amor por las plantas fue la génesis de las obras en gres que crea Ferrer: “Mi esposo es botánico y comencé a hacer materos para nuestras plantas”, cuenta esta joven diseñadora oriunda de Maracaibo, que llegó a Caracas hace cinco años y sintió la necesidad de expresarse con las manos.
La cerámica fue la respuesta. Aprendió los secretos y hace año y medio empezó a tornear las vasijas de un proyecto que tomó nombre propio: Spectabilis.shop. Allí inició una dinámica orgánica en las que las visitas tomarían la palabra. “Mucha gente me decía ‘bellos, los materos, pero ¿no haces platos o tazas?”. Ha sido así testigo de los afectos que se tejen alrededor de esas piezas. “Muchos tienen un nexo afectivo con estos utensilios. Me comenzaron a pedir cuencos como los que tenían sus madres, tazas para regalar a sus hermanas similares a las que se habían roto. La gente quiere reproducir una sensación “. Las peticiones se fueron transformando en piezas de gres con su sello, en las que se concretan anhelos: soperas con tapa para alguien que no soporta que se enfríe la sopa, tazas que rescatan recuerdos.
En el camino, Ferrer organizó un equipo de artesanos con un veterano en el torno –Pepe Millán, que tiene más de tres décadas de experiencia– para hacer realidad esas peticiones. Y llegaron los restaurantes: “La primera vajilla que me pidieron fue de 80 piezas para Amaranto, en Margarita. Luego hice una de 100. El hotel JW Marriott Caracas nos pidió otra. También un café de Maracaibo”. Ella elabora platos de gres de acuerdo con los anhelos de sus clientes, que saben que las mesas adquieren otra calidez con piezas hechas a mano.
Cuando esos utensilios se impusieron decidió abrir marca propia, a la que bautizó Tidi’uma, que lleva con su socia Melina Fernández. En sus dominios prosperan platos de colores y las “peltricas”, tazas en gres que recuerdan el peltre. A la hora de crear para restaurantes mantiene un diálogo con los chefs para elaborar lo que quieren. “Buscamos calidad y durabilidad: que nuestros platos aguanten el trote de un restaurante, que las medidas se adapten a lo que necesitan, complacer a los chefs y que queden felices. Ha sido un reto lograrlo en crisis, pero este año no paramos. Esta es una forma de resistir. Si no hay esmalte, aprendo a hacerlo. Cuando la gente llega con el impulso de sus proyectos, te motiva”.
*En Instagram está como @spectabilisshop.
Su mail: spectabilis.shop@gmail.com
Las vajillas de Olga
A los 82 años de edad, Olga Fernández tiene la vitalidad y lozanía de quienes se ocupan de sus pasiones y aficiones. Trabajó durante 26 años en La Electricidad de Caracas, impartió clases de cerámica en la escuela Candido Millán en San Bernardino y solía hacer cerámicas para exponer. Cuando el nido de los nietos dejó espacios en blanco, la vocación de crear con las manos felizmente consiguió cauce. Su hija, María Fernanda Correa, estudió cocina en el Instituto Culinario de Caracas y a la hora de hacer la tesis se lució con platos literalmente hechos en casa por la progenitora. Al chef Héctor Romero, quien dirige esa institución, le gustaron y encargó varios.
Sería el comienzo de una tarea que ha conseguido una variedad de fieles. El chef José Antonio Casanova, cuando estaba en Malva Restaurante, conoció la iniciativa y le encomendó la vajilla del lugar. Luego haría lo mismo Eduardo Moreno, quien le encargó los platos de La Isabela. Y llegaría después la encomienda de 300 platos para la pizzería Portarossa, en Margarita, y del hotel Renaissance, en Caracas. Fernández, con su buena disposición y oficio, asumió el reto en el que cuenta con la ayuda de Pedro Millán en el torno.
En el camino han adquirido el aprendizaje necesario, como que prefiere pedidos pequeños de 30 piezas por encargo. También, que en el repertorio elige los colores que cumplen una ecuación ineludible: que salgan bien y sea posible conseguirlos. “Hay un diálogo con los chefs para poder complacerlos en lo que buscan”, afirma María Fernanda, que la acompaña en las faenas. Fernández, quien ha expuesto sus obras en galerías, también ha logrado piezas en rakú -una delicada técnica oriental-, ha trabajado el vidrio y en la actualidad aprende joyería. “Eso me mantiene ocupada”, comparte riseña.
*La pueden contactar a través del mail cocinafrugal@gmail.com