Vivimos en la sociedad de la inmediatez. Si tenemos dudas, Google nos responde; si queremos aprender algo, YouTube nos enseña; y si necesitamos alguna cosa, Amazon nos la envía en horas. Todo esto provoca que tanto el nivel de exigencia como las capacidades personales hayan tenido que adaptarse a tiempos muy cortos, aumentando nuestro nivel de estrés y carga mental.
Las innovaciones tecnológicas nos han facilitado la vida diaria, pero también tienen efectos perniciosos. En este sentido, el síndrome de estar quemado (también conocido con el anglicismo burnout) se está convirtiendo en una de las principales causas de pérdida de salud. Las tasas de prevalencia superan el 10 % en Europa, llegando al 17 % en otros continentes.
Trabajos que queman
Para comprender bien cómo se produce, antes hay que acotar de qué estamos hablando exactamente: el síndrome de estar quemado está clasificado como síndrome de desgaste profesional por la CIE-11 (Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud). En esta guía se identifica como un problema psicológico asociado al empleo.
Entendemos el síndrome de estar quemado, pues, como un proceso duradero en el que se produce un desequilibro entre las exigencias de la tarea y las capacidades de la persona. El daño emocional que inflige acarrea una serie de consecuencias físicas y psicológicas siempre negativas.
Aunque se asocia al ámbito laboral, existen fenómenos similares en procesos ocurridos fuera del trabajo. Es el caso del acoso escolar (bullying en inglés), con consecuencias parecidas en los niños y adolescentes que lo padecen.
Tanto el individuo como la organización pueden sufrir las consecuencias de estar quemados. Las secuelas personales pueden ser psicosomáticas (cansancio, malestar, problemas digestivos, cardiacos, respiratorios, etc.), de conducta (cambios de humor, despersonalización, abuso de sustancias), emocionales (agotamiento emocional, ansiedad, culpabilidad, irritabilidad), de actitud (apatía, cinismo, ironía) y sociales (conflictos familiares, aislamiento, falta de comunicación).
En el aspecto organizativo, el síndrome de estar quemado puede deteriorar la comunicación y las relaciones entre los trabajadores. También se incrementan los errores, las quejas, los accidentes o el absentismo laboral.
Estrés bueno, estrés malo
A diferencia del estrés, que es puntual y en ocasiones positivo (el llamado eustrés), el síndrome de estar quemado siempre provoca daños, siempre es negativo. Los mejores momentos de nuestra vida están marcados por niveles elevados de estrés (un nacimiento, una boda, una graduación…) y, sin embargo, los recordamos como momentos únicos.
¿Qué ocurre si esa tensión emocional se prolonga, si no somos capaces de gestionarla, de controlarla? Pues lo mismo que si un deportista realiza un sobreentrenamiento: cuando sobrepasa sus capacidades, puede lesionarse. En este caso, la lesión es leve y con una semana o dos de reposo (o unas vacaciones) se corrige.
Sin embargo, si ese deportista planifica mal una temporada completa y se entrena por encima de sus capacidades reales durante meses, es muy probable que sufra una lesión grave, que no se recupere con descanso y que requiera tratamiento médico.
Exactamente igual ocurre con el síndrome de estar quemado: poner al máximo la capacidades mentales durante un tiempo prolongado genera un daño profundo que unas vacaciones o un descanso no pueden solucionar. Solo un tratamiento médico puede repararlo.
De la mente al resto del cuerpo
Cuando el entrenamiento está mal gestionado, suelen salir perjudicados los músculos y los huesos. Pero cuando nuestra mente es la que ha sido exprimida, las consecuencias son mucho más variadas. Una persona quemada puede experimentar problemas cardiovasculares, digestivos, emocionales, personales o productivos, tal y como hemos visto anteriormente.
El abanico de síntomas del síndrome de estar quemado es muy amplio. Debemos ser conscientes de que nuestra mente controla todo nuestro organismo y los síntomas psicosomáticos pueden manifestarse a nivel muscular, óseo, cardiaco, digestivo o respiratorio.
Sólo tenemos que pensar cómo cambia nuestra forma de vivir cuando estamos sometidos a un nivel de estrés puntual. Algo tan sencillo y tan relevante para la salud como nuestra forma de comer se ve alterada por nuestras emociones (lo que se conoce como alimentación emocional).
El caso es que la prevalencia de este síndrome está aumentando de forma sistemática. Y especialmente en profesiones con alta demanda, como la sanidad, la docencia o los trabajos sociales, se está convirtiendo una de las principales causas de pérdida de salud.
Hablamos de actividades en las que las personas que acuden a solicitar el servicio siempre esperan resultados excelentes. No nos conformamos con curarnos o aprender al 95 %: cuando se trata de salud, educación o una problemática social, exigimos la perfección.
Cómo resetear el estrés
En nuestra mano está gestionar las exigencias. En primer lugar, debemos ser conscientes de hasta dónde podemos llegar, igual que el deportista conoce sus límites. Y una vez que somos conscientes de ello, exigirnos en relación a nuestra capacidad real. Si somos capaces de adecuar demandas y capacidades lograremos más productividad y satisfacción. Y, por consiguiente, salud.
Mi consejo es identificar qué situaciones de nuestra vida nos generan estrés (amenazas) y saber cuáles son las actividades que logran resetear ese estrés. La gacela tiene que reconocer al león (amenaza).
Encontrar una actividad que nos permita disfrutar, evadirnos de nuestros problemas y, en definitiva, permitir a nuestra mente descansar aumentará nuestra resiliencia. Debemos buscar algo que permita que el tiempo pase rápido y que nos evite pensar en nada más. Cada uno tendrá que buscar en su interior.
En este sentido, existen varias estrategias para enfrentarse al síndrome de estar quemado. Entre ellas cabe citar la reestructuración cognitiva (modificar la forma en la que enfrentamos los problemas), la gestión efectiva de la ansiedad, el establecimiento de rutinas saludables, la potenciación del autoconocimiento (reconocer nuestros límites), técnicas de relajación o gestión del tiempo libre.
Al final, el cuerpo no es tan diferente de la mente. Si los forzamos, nos avisan, pero si los sobreexplotamos, acaban por lesionarse. Conocer nuestros límites y reconocer qué efectos tienen las exigencias diarias sobre nuestras capacidades resulta relevante para mantener nuestra salud.
Recordemos que todas las lesiones dejan secuelas (de mayor o menor gravedad) y que nuestra mente siempre es más importante que nuestros músculos.
Iván Fernández Suárez, Profesor en el máster en Prevención de Riesgos Laborales, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.