Podemos convenir en que existe un contraste importante entre la energía emocional que emergió durante el confinamiento domiciliario en la primera ola del virus Sars-CoV-2 y lo que estamos viviendo durante esta segunda ola vírica. En efecto, a pesar de la dureza del confinamiento de los meses de marzo-junio hubo una fuerte sensación de unidad e incluso de solidaridad.
Emergió una solidaridad ritual con las formas bien estudiadas por antropólogas como Mary Douglas en su clásico Pureza y Peligro:
“Cuanto mayor sea la solidaridad de una comunidad, mayor será la tendencia a codificar los desastres naturales como síntomas de comportamientos reprehensibles. El peligro se define con el fin de proteger el bien común, y la incidencia de la culpa deriva de los mecanismos orientados a persuadir a los miembros de la comunidad a que colaboren”.
Quizás resulte paradójico correlacionar aquel confinamiento con la idea de entusiasmo y efervescencia colectiva. Pero no otra fue la composición emocional que experimentamos por el hecho de demostrarnos que el peligro solamente tenía posibilidad de conjurarse estando juntos. Como sociedad pudimos comprobar la red de interdependencias que vincula a los unos con los otros.
A través de la división social del trabajo, se tejieron en dependencia mutua los “trabajos esenciales”, el trabajo de cuidados en el interior de los hogares, el teletrabajo y los servicios públicos.
El aplauso a los profesionales de la salud
El símbolo de esta interdependencia social fueron los profesionales de la sanidad pública como expresión más acabada de la solidaridad colectiva requerida por el peligro del virus. Sobre ellos se focalizaron los aplausos de las 8:00 pm, todo un ritual de interacción que seguía las pautas teorizadas por sociólogos como Randan Collins: proximidad, definición de una frontera simbólica respecto a un nosotros y los otros, compartir un objeto de atención mutuo y un ánimo o experiencia emocional común.
Esta estructura emocional parece entrar en crisis a partir de septiembre cuando se enfatizan las divisiones sociales y políticas, y aparecen sentimientos de desasosiego. Una atmósfera de pesimismo, abatimiento e incertidumbre ha acompañado el despliegue de la segunda oleada del virus.
Es como si aquel entusiasmo por el hecho de experimentar un estar juntos hubiera dejado paso a un desasosiego por la nueva persistencia creciente de los contagios y la percepción de todo lo que nos divide como sociedad. Y, sobre todo, la constatación de que tales divisiones de índole social, económica y política han estado restando posibilidades al desarrollo con eficacia de la lucha contra el virus.
En primer lugar, la aparición de comportamientos anómicos. Desde la “rebelión de los ricos” de ciertos barrios elitistas de Madrid, hasta la extensión de comportamientos insolidarios contra las normas de seguridad arbitradas por la autoridad sanitaria, pasando por las protestas de los denominados “negacionistas”, un conjunto de visiones iluminadas e irracionales que han divulgado los más variopintos y delirantes argumentos sobre el origen del virus y su expansión.
En segundo lugar, la constatación de lo dañada que está la división social del trabajo tras décadas de precariedad laboral operando contra el sentido colectivo del trabajo. A través de las categorías más precarizadas del mundo del trabajo se ha abierto paso el virus mostrando una terrible vinculación entre enfermedad y desigualdad social: los temporeros agrícolas, las auxiliares de las residencias. A ello se le suma el riesgo palpable y amenazante de la pérdida del empleo o la caída en la pobreza.
En tercer lugar, la fatalidad de unos servicios públicos que han mostrado sus deficiencias acumuladas tras años de políticas de austeridad del gasto público justamente en el momento que más se les necesitaba. Esto ha sido especialmente trágico respecto a las limitaciones en los recursos sanitarios en la atención primaria y hospitales, como en la propia estrategia de salud pública con las dificultades en la contratación de rastreadores para poder implementar con éxito la denominada vía coreana de control del virus.
Y, finalmente, la propia fractura política derivada de una polarización de posiciones políticas encontradas que han imposibilitado que el Parlamento se envistiera de una autoridad moral con capacidad de ejercer un liderazgo colectivo.
La opinión pública ha asistido con asombro a un intercambio de descalificaciones y deslealtades justo cuando más se necesitaba un sentido moral de la colectividad.
Cómo combatir la atmósfera de desasosiego
En esta atmósfera de desasosiego e incertidumbre hemos de evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y sin realce. Si la encrucijada en la que estamos tiene una dimensión civilizatoria como tiendo a creer, pues después del coronavirus vendrán otras crisis seguramente relacionadas con la emergencia climática, entonces hemos de tomarnos en serio las opciones que se han puesto en evidencia en esta pandemia con toda radicalidad.
En ningún momento hemos de perder de vista qué es la solidaridad ritual y colectiva, sobre la base de la interdependencia construida en la división social de trabajo y los servicios públicos, el mejor antídoto que tenemos disponible para afrontar esta pandemia y las crisis venideras.
Sociología en cuarentena
Cuando se decretó el primer estado de alarma a mediados de marzo de 2020, un grupo de sociólogos de la Universidad de Murcia constituimos un dispositivo de observación social de la crisis sanitaria derivada de la pandemia, el cual dio lugar al blog Sociología en Cuarentena que ha ido tomando el pulso a una sociedad desprevenida por la autocreencia de que las pandemias eran ya o bien un suceso del pasado o bien algo propio de países lejanos y subdesarrollados.
A ello se le sumaba la convulsión por una experiencia vital de una pandemia que, sin ser nueva en la historia de la humanidad, esta vez adoptaba perfiles novedosos dada la rapidez de su circulación por las redes que interconectan estrechamente a este mundo globalizado.
La Historia de Heródoto de Halicarnaso es el primer tratado de investigación social que conocemos. Desde sus primeras líneas se anuncia un propósito que a nuestro modo de ver aún hoy debe seguir orientando la acción de las ciencias sociales: “Evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido” y “sin realce” (evidentemente, Heródoto se está refiriendo a las guerras entre griegos y bárbaros). Asumiendo esta toma de posición del de Halicarnaso, podemos entonces anunciar que efectivamente todo lo escrito en el blog sirve para no olvidar.
Andrés Pedreño Cánovas, Profesor Titular de Sociología, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.