El suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes de entre 15 y 19 años de edad. Más de 700.000 personas en el mundo deciden quitarse la vida cada año, lo que supone una muerte cada 40 segundos. Las cifras hablan por sí solas.
Este fenómeno no se reduce únicamente a la tasa de defunciones, a la muerte por suicidio, sino también a las ideas y conductas suicidas previas, lo que puede significar que desconozcamos la dimensión real del problema.
Así lo constató un estudio realizado en 11 países europeos. Sus resultados muestran una prevalencia de la ideación suicida en adolescentes de 32,3%, siendo la de intentos de 4,2%.
Factores de riesgo para el suicidio en la crisis por covid-19
La situación generada por la pandemia ha supuesto una amenaza para la salud mental de las personas. Especialmente para los más jóvenes.
La probabilidad de que una persona pueda presentar una conducta suicida durante su juventud no depende de un único factor que explique tal fenómeno. Depende de la interacción de muchos ellos, según el consenso de los investigadores.
Destacan la enfermedad mental, como la depresión, o ciertos factores psicológicos, como la angustia, la desesperanza o la impulsividad. La exposición a eventos adversos a lo largo de la vida también podría aumentar la posibilidad de conducta suicida.
Dada la situación de crisis generada por la pandemia por covid-19, todos estos factores son críticos. No solo por el estrés y las tensiones que pueden generar, también por la vulnerabilidad psicológica en la que nos encontramos actualmente.
Estudios recientes estiman que las tasas de suicidio pueden incrementarse debido a los factores de riesgo asociados a la crisis del covid-19.
Entre ellos, motivos económicos, por el miedo e inestabilidad que generan; y de aislamiento social, relacionados con la ideación y conducta suicida y que dificultan el acceso a personas de apoyo.
También las dificultades para acceder a servicios de salud mental, que servirían de soporte a los jóvenes, las preocupaciones relativas a la evolución de enfermedades preexistentes o al desarrollo de nuevas patologías o el contexto ansiógeno promovido por las noticias y los cambios estacionales.
En abril de 2021 se publicó un estudio con 37 casos de suicidio ocurridos durante la pandemia. Más de la mitad de los fallecidos fueron adolescentes hombres de unos 16,6 años de media. Las motivaciones principales estuvieron vinculadas al malestar psicológico (depresión y sentimientos de soledad), la educación en línea y la angustia académica, además de la adicción a redes sociales como TikTok y el miedo al contagio.
También se ha detectado un aumento en las búsquedas realizadas en internet relacionadas con problemas de salud mental o referentes a líneas de ayuda vinculadas a los factores de riesgo de suicidio.
En contraste, otros autores han encontrado una disminución en la incidencia de la conducta suicida en jóvenes desde el inicio de la pandemia. Esto podría estar vinculado a factores protectores, como la resiliencia.
El porqué es que, en ocasiones altamente estresantes como la generada por el SARS-CoV-2, las personas acuden al apoyo mutuo para salir adelante. Este soporte podría ser considerado preventivo en relación a la intención de suicidio.
Señales de alarma
Las señales de alarma son acciones o comportamientos que nos alertan sobre la posibilidad de que una persona esté en riesgo de suicidio.
Entre los indicios más directos, que los jóvenes hablen o escriban sobre sus deseos de morir, se hieran de manera persistente o se sientan una carga para los demás. En su discurso, además, se atisba una pérdida de sentido de la vida, de desesperanza.
Otra señal de advertencia son los actos de despedida: que la persona envíe cartas o mensajes por redes sociales o se desprenda de objetos y pertenencias valiosas para él o ella. También los cambios de hábitos de vida personal o de la higiene, alejarse de amigos y familia o el consumo de alcohol o drogas.
La prevención del suicidio juvenil en la era covid-19 es un tema de gran relevancia social. La adolescencia y juventud son etapas del desarrollo con alta vulnerabilidad, debido a los desafíos que conlleva este período y a sus propias características y demandas, limitadas por las medidas tomadas para el control del virus.
Se necesitan estudios sobre cómo se pueden mitigar las consecuencias para la salud mental durante y después de la pandemia en los más jóvenes.
Para ayudar y mejorar la salud emocional de quienes atraviesan situaciones de este tipo existen servicios sanitarios, de urgencias y recursos comunitarios.
Elizabeth Suárez Soto, Doctora en Psicología. Psicóloga Clínica Infanto Juvenil. Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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