Tal como ya se hace con el yodo en la sal, el ácido fólico en la harina o el hierro en la leche, en muchos lugares la vitamina D es un micronutriente que se incorpora a algunos alimentos con el fin de suplir su carencia en la población.
«A nivel mundial, la mejor manera de corregir el déficit de un micronutriente es la fortificación», enfatiza Carla Leiva, académica de Nutrición y Dietética de la Universidad Católica, en Chile. Junto a su colega Loreto Rojas y a los doctores Catalina Le Roy y Arturo Borzutzky, todos de la Facultad de Medicina, realizaron un estudio en el cual analizan la conveniencia de fortificar con vitamina D harinas de trigo y lácteos.
Su deficiencia es un problema que afecta de manera transversal a toda la población y, en especial, a las mujeres en edad fértil y a los adultos mayores. Una realidad que debilita la salud ósea y eleva el riesgo de osteoporosis y fracturas, así como la aparición de cáncer de colon.
«La Organización Mundial de la Salud sugiere que si más del 2.5% de la población presenta una deficiencia severa, se debe hacer una intervención», agrega Leiva.
«Eso se podría combatir, por ejemplo, a través de suplementos, pero su adherencia es baja; o mediante la ingesta de alimentos ricos en vitamina D, como pescados grasos (salmón, sardina, atún)», comenta Borzutzky.
La experiencia internacional, en países como Canadá y Finlandia, confirma buenos resultados con la fortificación.
«En Finlandia lograron erradicar la deficiencia severa de vitamina D», dice Leiva.
Factores como una menor exposición a la radiación solar (que explica que la prevalencia del problema sea mayor en las regiones del sur), o el sobrepeso y obesidad (el tejido adiposo dificulta que la vitamina circule en la sangre) también juegan en contra de este déficit.