Si bien Facebook, Twitter, Instagram y otras redes sociales establecen que solo las personas mayores de 13 años de edad pueden registrarse, lo habitual es que los más pequeños mientan respecto a su año de nacimiento. Así es como empiezan a interactuar virtualmente con terceros a través de todo tipo de pantallas, algo que, como demuestra un estudio realizado recientemente en Australia, afecta la capacidad de que los niños puedan mirar una cara e interpretar la emoción expresada por su interlocutor a través de los gestos.
La investigación, realizada por la Universidad de Sunshine Coast (SCU), comparó cómo interactuaban en conversaciones cara a cara 200 personas que crecieron sin Facebook con aquellas que han accedido a las redes sociales a muy corta edad. Así se detectó que estos mostraban cierta incapacidad para comprender las expresiones faciales de sus interlocutores. Las conclusiones de esta investigación son idénticas a las de estudios similares realizados en Francia, Estados Unidos, Rumania y Reino Unido.
Aprender o desaprender
«Nosotros no nacemos con las capacidades vinculadas a la interrelación con pares, sino que las vamos desarrollando a través de la experiencia. De la misma manera, cuando un adulto no ejercita ciertas funciones sociales, su habilidad se empobrece», explicó a La Nación el neurólogo, psiquiatra y psicoterapeuta Enrique De Rosa Alabaster. El psiquiatra infanto-juvenil Christian Plebst, coincide con su colega, pero advierte: «Es difícil que un chico que creció de forma amorosa, con padres que le dedicaron tiempo y calidad al vínculo se refugie en la redes sociales porque, naturalmente, buscará la interacción social, a menos que esté pasando por un problema puntual que lo lleve al aislamiento y a buscar a la tecnología como refugio».
Hay niños que, según De Rosa Alabaster, tienen acceso a las redes sociales a los 6 años, y a medida que empiezan a relacionarse con terceros en el mundo virtual, dejan de hacerlo de manera presencial, con lo cual dejan de adquirir las habilidades vinculadas a las relaciones interpersonales, entre las que se encuentra la capacidad de reconocer gestos y emociones de su interlocutor, que es en lo que se pone hincapié en los primeros años de escolaridad. «La razón por la que se estipula una edad para que una persona puede registrarse en Facebook, Instagram o cualquier otra red es que a los 13 años de edad el individuo ya cuenta con cierto grado de madurez psicológica», agrega.
La médica Mónica Oliver, que también es psiquiatra infantil, psicoanalista y miembro del comité de salud mental y familia de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), coincide con los resultados de la investigación pero prefiere poner el foco en los niños de hasta tres años de edad: «Si bien el estudio hace referencia a las interacciones a través de las redes sociales, estamos hablando de chicos que asisten al colegio y practican algún deporte, de forma tal que su cuota de relaciones cara a cara ya estaría cubierta, y no está mal que usen la tecnología, porque es una herramienta fundamental para la vida cotidiana de las personas, y también sirve como medio para sociabilizar. Sin embargo, es importante destacar que en los consultorios estamos viendo a muchos niños que tienen una alta exposición frente a las pantallas durante sus primeros años de vida, porque hay una tendencia a utilizar estos dispositivos para tranquilizarlos, ya que estos aparatos emiten un estímulo muy fuerte que captura sensorialmente a los pequeños que están justo en una etapa en la cual se está desarrollando su cerebro, y para esto es fundamental el vínculo social y afectivo», explica.
Al igual que Plebst, destaca que las personas aprendemos a expresarnos y a interpretar al otro a través de un lenguaje no verbal, antes que verbal, por eso es tan importante la interacción entre bebés y adultos.
Recomendaciones para padres
De Rosa Alabaster afirma que si una persona manifiesta cierta inhabilidad para interactuar correctamente y para decodificar las señales emocionales y gestuales de su interlocutor se puede tratar de una patología puntual o bien de una deficiencia derivada de la falta de experiencia, ya que no ejercitó adecuadamente el desarrollo de esa función. «Esto se detecta cuando el niño se retrae del entorno y no interpreta lo que se le dice -detalla, y agrega-: si bien el uso de emoticones es práctico, resulta inapropiado en los menores, porque de esta manera toman emociones prestadas en vez de construir las propias para expresarse».
En tanto, Plebst explica que los progenitores pueden detectar que los chicos están sobreexpuestos a las pantallas cuando usan el español neutro o tienen dificultades para entender el sarcasmo, el chiste o el doble sentido.
«Los padres tienen que empoderarse, y lo mejor que uno le puede dar a un hijo es el vínculo afectivo ya que esto tiene una influencia enorme en muchos aspectos de la vida del menor. Por todo esto, lo ideal es que los niños no tengan acceso a las pantallas hasta pasados los dos años, y que, en el caso de los más grandes, el uso de Internet en general y de las redes sociales en particular esté permitido, pero cuidando también que exista tiempo suficiente para la vida familiar y afectiva», señala Oliver.
Para evitar este y otros problemas derivados del uso intensivo de las redes sociales y otros productos digitales, como los videojuegos, los expertos recomiendan proponer a los niños actividades sociales como campamentos, retiros, la práctica de deportes o eventos musicales. Esto se da en un contexto en el cual 83% de los internautas argentinos se conecta a internet a diario y pasa 8 horas por día frente a las pantallas, según dato recientes del Observatorio de Internet de Argentina (OIA). La misma fuente indica que de un total de 13 millones de argentinos de entre 13 y 35 años, más de 10,5 millones acceden a la web.
Como indican las estadísticas y advierten los expertos, es crucial el rol de los mayores ante este fenómeno de incapacidad de los menores para interpretar una emoción expresada por su interlocutor en el contacto cara a cara: «Los padres deben dedicarse a recuperar las rutinas familiares, las salidas en espacios naturales y a desconectarse de sus propias pantallas para poder conectarse con los chicos», sugiere Plebst, y concluye: «Los hijos que por la sobreexposición a las pantallas tienen dificultades para interpretar una emoción expresada por su interlocutor, pueden superar esta situación si se les retiran los dispositivos y se les ofrece el entorno y la estimulación apropiada. En este sentido, los progenitores tienen un rol central ya que con una presencia sincronizada entre su cuerpo y su mente pueden ayudar a sus hijos a superar este desafío mediante la escucha y el diálogo».
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