La depresión, un trastorno que puede afectarnos en cualquier momento de nuestra vida, muestra su rostro más complejo en el paso de la infancia a la adolescencia, la llamada preadolescencia, un período de intensos cambios y desafíos. Esta etapa de la vida, marcada por una transformación significativa tanto en el plano físico como emocional, es también un momento crítico en el desarrollo cerebral, el cual puede verse alterado si se sufren trastornos mentales como la depresión.
Entender los cambios que ocurren en el cerebro preadolescente, y cómo la depresión puede influir en ellos, es esencial para poder abordar este trastorno de manera efectiva. Durante la preadolescencia, el cerebro no solo crece en tamaño, sino que también experimenta una reorganización sustancial en sus conexiones neuronales, una reestructuración fundamental para el desarrollo de habilidades cognitivas (atención, memoria, toma de decisiones, aprendizaje social, etc.) y emocionales.
Sin embargo, cuando la depresión interviene, puede perturbar este delicado proceso, afectando a áreas clave del cerebro responsables de los procesos emocionales y cognitivos antes indicados. Estos cambios no solo tienen un impacto inmediato en el bienestar durante el momento en el que se padece la depresión: también pueden estar relacionados con problemas de salud mental en la vida adulta.
Desarrollo del cerebro con la edad
El cerebro humano se desarrolla de manera continua desde la concepción hasta la mediana edad. Pero el período de mayor crecimiento y cambio ocurre durante la infancia y la adolescencia.
En general, se considera que el cerebro alcanza la madurez completa entre los 25 y los 30 años. Sin embargo, algunas partes del cerebro, como la corteza prefrontal, continúan su desarrollo hasta los 40 años.
En la preadolescencia el cerebro aún no está completamente formado. Por los cambios que se producen en este periodo, nuestro órgano pensante se vuelve altamente susceptible tanto a lo que nos rodea y a nuestro mundo interior como al desarrollo de alteraciones neurológicas. Y tal y como se suele decir de un modo coloquial, podemos ser más propensos a que se nos crucen los cables, o sea, a que cambie nuestra conectividad cerebral.
Depresión y trastorno depresivo mayor
No olvidemos que el más común entre todos los trastornos mentales es la depresión, considerada por sus cifras como una auténtica pandemia. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 280 millones de personas en todo el mundo padecían depresión en 2020, con un aumento de 25% con respecto a 2019, siendo una de las principales causas de discapacidad.
La prevalencia de la depresión es mayor en las mujeres que en los hombres, y aumenta con la edad. Así, aproximadamente 2,5% de los niños y adolescentes sufren depresión. En los adultos jóvenes el porcentaje se incrementa hasta 5%, pasa a 7% en los adultos de mediana edad y llega hasta 10% entre las personas mayores.
La depresión se caracteriza por un estado de ánimo deprimido, valga la redundancia. Es decir, se pierde el interés o el placer de disfrutar en las actividades que más nos gustaban, hay cambios en el apetito o el peso, tenemos problemas tanto para concentrarnos como para dormir, nos fatigamos, sufrimos sentimientos de culpa o inutilidad y podemos llegar a pensar habitualmente sobre la muerte y el suicidio.
Cuando la cosa se agrava, llega el trastorno depresivo mayor, también conocido como depresión clínica. Se da cuando nuestro estado de ánimo nos provoca sentimientos persistentes de tristeza y pérdida de interés en prácticamente todo, incluidas nuestras actividades favoritas y, sin duda, nos afecta a la forma en la que pensamos, sentimos y actuamos. En ese caso, no hay que dudar en buscar ayuda profesional.
Preadolescencia, trastorno depresivo mayor y conectividad
Si bien se han llevado a cabo numerosos estudios en los que se ha identificado una conectividad anormal asociada con trastornos mentales en adultos, se sabe bastante menos sobre la base biológica del trastorno depresivo en edades más tempranas.
El “estándar de oro” para su diagnóstico es el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). Pero los estudios hasta ahora realizados consideran su fiabilidad y consistencia como “cuestionable” (desde el punto de vista estadístico) cuando dos o más evaluadores califican las respuestas.
Con el fin de detectar la posible existencia de cambios en la conectividad del cerebro durante su desarrollo antes de la edad adulta, así como su relación con el trastorno depresivo mayor, se acaba de presentar un estudio científico muy interesante en el que se han relacionado datos de neuroimagen con test cognitivos en 1.429 participantes sanos y 353 participantes diagnosticados con depresión, todos de entre 9 y 10 años de edad.
Aplicando un nuevo y potente algoritmo computacional a las resonancias cerebrales de cada sujeto, los investigadores obtuvieron 98 regiones de interés y calcularon la conectividad funcional entre ellas con otro nuevo algoritmo, también muy potente.
Los resultados mostraron patrones interrumpidos de conectividad funcional en preadolescentes con trastorno depresivo mayor en comparación con el grupo de control. Estas alteraciones se observaron tanto a nivel del cerebro completo como dentro de tres grandes redes neuronales con funciones específicas: (i) la red que actúa en procesos como la autorreflexión, la memoria y la planificación futura (la red por defecto); (ii) la red que funciona cuando tomamos decisiones, resolvemos problemas y que participa en el control de los impulsos (la red de ejecución central), y (iii) la red que detecta lo que percibimos de nuestro entorno, lo filtramos y nos hace responder ante lo inesperado (la red de relevancia).
Las alteraciones de estas tres redes neuronales podrían tener consecuencias significativas en los preadolescentes. Así, la alteración de la red por defecto implica que los preadolescentes podrían experimentar dificultades en la introspección y en la comprensión de sus propios estados mentales y de sus emociones. Esto podría llevar a problemas de autoestima y dificultades en la planificación de tareas o eventos futuros. Además, la alteración en esta red podría afectar a la capacidad de recordar experiencias pasadas y aprender de ellas, lo que es esencial durante la preadolescencia, una etapa clave para el desarrollo de la identidad personal.
Si está alterada la red de ejecución central, los preadolescentes podrían tener dificultad en la toma de decisiones racionales y en el pensamiento crítico, además de volverse más impulsivos o, por el contrario, indecisos.
Y si también se trastoca la red de relevancia, los preadolescentes podrían volverse menos sensibles a los estímulos de su entorno o, por el contrario, sentirse abrumados por la información que les llega y, manifestar dificultades para concentrarse y respuestas inadecuadas también en situaciones de interacción social.
En conclusión, y dado que existen modificaciones en la actividad y en la conectividad cerebrales inducidas por trastornos depresivos mayores en edades muy tempranas, su conocimiento es muy útil para conseguir identificar y tratar la depresión lo antes posible, con el fin de evitar consecuencias negativas a largo plazo y favorecer una mejor salud mental en la edad adulta.
Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.