Considerada por Joseph Brodsky como la poeta más grande del siglo XX, Marina Tsvietáieva es un ejemplo emblemático de la manera como el genio artístico era devorado por la aguda distorsión que en la URSS se hacía del compromiso del creador: o estás incondicionalmente con el régimen o el régimen te aniquila.
Marina nació en Moscú en 1892. Su padre, historiador y fundador del Museo de Bellas Artes de Moscú, y su madre, pianista, pertenecían a familias aristocráticas. Su infancia y primeros años juveniles transcurrieron en Italia, Suiza, Alemania, Francia. Aprende alemán (internado en Friburgo) y francés (internado en Lausana), y sus primeros versos están escritos en esos idiomas, además del ruso natal. Desde muy niña también muestra los rasgos más acusados de su carácter: amor por la lectura y escritura, indiferencia por los juegos, vehemencia y furia, y enorme autoestima. A los 18 años, publica su primer libro de versos. A los 19 años se casa con Sergei Efrom, de familia rica que simpatizaba con el movimiento anarquista del siglo XIX. En su matrimonio tendrán tres hijos: Ariadna (Alia), Irina y Gueorgui (Mur). Duran casados toda la vida. Una vez dijo ella:
“He compartido con él treinta años de mi vida y jamás conocí a un hombre mejor”.
Pero tendrá lo que llama su biógrafo, Tzvetan Todorov, encandilamientos, relaciones muy íntimas, algunas hasta el erotismo, con literatos y artistas, hombres y mujeres, entre ellos, Boris Pasternak. Ella lo explica así:
“Yo quiero ligereza, libertad, comprensión –¡no quiero retener a nadie ni que nadie me retenga! Mi vida entera es un idilio con mi alma, con la ciudad en que vivo, con el árbol a la orilla del camino –con el aire. Y soy infinitamente feliz”.
Está contenta en el Moscú imperial, visita el Kremlin con la hija, sus iglesias, sus torres, los retratos de los zares en la galería de Alejandro II, los cañones franceses. Ya es conocida como una poeta de calidad. Pero la revolución de 1917 altera por completo su vida. El marido se enrola en los ejércitos contrarrevolucionarios, y ella pierde todas sus posesiones y fuentes de ingreso (y su nana, su cochero, sus joyas, sus pieles). Sigue escribiendo y no se parcializa por ningún bando. El hambre se enseñorea sobre el país entero. Tiene que acudir al comedor público gratuito para obtener una sopa que es agua con unos trozos de pan y unas manchas de grasa. A las dos hijas las recluye en un orfanato. Durante el invierno no hay agua en el hospicio, no hay ropa de abrigo, no hay médico ni medicamentos, mucha suciedad, comen agua con hojas de col y una cucharada de lentejas, sin pan. Las dos niñas, con sus cabecitas rapadas y sus batas raídas y mugrientas, se enferman, y a los pocos meses muere Irina.
Marina sigue escribiendo. Entre mayo de 1920 y mayo de 1922, crea más de un centenar de poesías líricas, y varios poemas en prosa, más sus proverbiales cuadernos de apuntes diarios. El marido se ha ido, derrotado en la guerra civil, a Praga y Berlín. Marina al fin recala en Berlín, y después de cinco años de ausencia se reencuentran los dos. Los ingresos económicos son escasos e irregulares. Después de cocinar, barrer, coser y limpiar la habitación donde vive, gana tiempo para seguir escribiendo sus libros. En 1925, se muda a París. Hasta ese momento, Marina no ha pertenecido a ningún grupo político, ni con los bolcheviques ni con la emigración rusa.
“Vivo únicamente en mis cuadernos – en mis deudas… Estoy completamente sola, en la vida y en el trabajo… Completamente sola – con mi voz”.
Sigue la pobreza. Las personas que la ayudaban ya no lo hacen, una beca que el gobierno checo le daba no llega, acumula deudas en la tienda, con el carbonero, están a punto de cortarle el gas y la electricidad, y pronto la desalojarán porque no paga el piso. Y el marido, después de su alistamiento con los blancos, empieza a simpatizar con los rojos a partir de 1931, y se afilia a un grupo prosoviético de París llamado Eurasiático. Termina por ser reclutado por la policía secreta rusa NKVD. Marina no lo sabe; pelea con Alia y con Mur, que quieren regresar a Moscú. El marido Efrom es el primero que regresa. Su vuelta a Rusia es precipitada cuando la policía francesa lo busca como participante del asesinato de un agente doble ruso, de apellido Reiss, que intentaba desertar. La hija Alia también se marcha a Moscú. Queda entonces vencida su larga resistencia, Marina se doblega al fin y pide pasaporte de regreso a la URSS junto con su hijo Mur.
No sabían que estaban incubando su propia sentencia de muerte.
El regreso de Marina a Moscú –un verdadero via crucis– se inicia al zarpar el barco que han abordado ella y su hijo Mur en Le Havre el 12 de junio de 1939. A bordo, españoles ruidosos, vistas espectaculares del mar, de las costas de Dinamarca, Suecia, mareos… Marina busca un disco de Maurice Chevalier con su canción preferida, “Donnez-moi la main, Mamzelle”:
“Sur le bord du lac Léman, un beau jour d’été,
Je la vis passer sans hésiter.
Voyant son regard charmant, je lui dis bientôt
‘Voulez-vous faire un tour en bateau?’
‘Oh non’ dit-elle en rougissant
J’ajoutais très prévenant:
Donnez-moi la main mam’zelle et ne dites rien,
Mon canot vous semble frêle, donnez-moi la main”.
Llegan a Leningrado. Registro minucioso en la aduana. Le decomisan buena parte del equipaje. Y el 19 están en Moscú. La espera la hija. El marido está enfermo. Marina se entera de la prisión y deportación a un campo de trabajo de su hermana Anastasia. La radican en un pueblucho, Bólshevo, cerca de Moscú. Vive casi en promiscuidad con gente desconocida repatriada de Francia (agentes de la NKVD). El 27 arrestan a Alia, la hija. Y el 10 de octubre, a Sergei, y luego a otros de la casa. Marina hace algunas traducciones, pero sigue mísera. Pide ayuda a la Unión de Escritores (Fadéiev) y le consiguen traslado a otro pueblucho, Golítsyno. Apela a Beria en una larga carta donde pide la libertad del marido (preso en la Butirka) y la hija (presa en la Lubianka). No le responden. Marina llora, se apodera de ella el miedo. No sabe que a la hija la acusan de ser un agente de los servicios de información franceses y la emplazan a que acuse de ello también a su padre. En los archivos abiertos de la policía se lee ahora su declaración hecha al Procurador General en aquel momento:
“Me interrogaban ‘en cadena’, de día y de noche; no me dejaban dormir, descalza, desnuda; me golpeaban con unos ‘interrogadores para damas’ (¡!) de caucho, me amenazaban con fusilarme y hacían simulacro de fusilamiento”.
Fue tanta la tortura que al fin confesó lo que no era. En 1940 es condenada a ocho años en un campo de trabajo, luego a otro de más severidad en 1943, es liberada en 1947, y otra vez presa en 1949, en Siberia. Su novio, Mulia, es fusilado en 1952. Y ella obtiene su libertad cuando muere Stalin. En lo ulterior, se dedica a la traducción, y aboga por la publicación de los escritos de su madre Marina. Muere en 1975, sin renegar de sus ideas socialistas.
En cuanto a Sergei Efrom, su vida en la URSS a partir de 1937 es incierta. Dura cerca de tres años en un sanatorio. Durante su prisión, niega cualquier tipo de conducta antisoviética y, por ello, es sometido a crueles torturas. Le diagnostican angina de pecho, miocarditis crónica, neurastenia aguda y lo recluyen en el servicio psiquiátrico de la cárcel, por intento de suicidio. Al fin, lo acusan de espionaje, junto con otros cinco detenidos, y los condenan a muerte en 1941. No obstante, siempre negó los cargos contra él:
“Jamás fui un espía, fui un honesto agente de los servicios de información soviéticos. Solo sé una cosa: a partir de 1931, toda mi actividad ha estado dirigida en bien de la Unión Soviética. Les pido que consideren mi caso con objetividad”.
A todas estas, ¿qué era de Marina Tsvietáieva? Le escribe a una amiga: “Salvo usted, aquí, a mí, nadie me quiere, y sin eso tengo frío y hambre, y sin eso (amor) no puedo vivir… ¡Ah, sí!, muy importante: usted no me restringió – a la poesía, incluso quizás a mis versos – me prefirió a mí (viva), y por eso le estoy infinitamente agradecida”.
Y a una cuñada:
“Ya no vivo. No escribo, no leo… Temo estas afueras con sus terrazas vidriadas, sus noches negras, sus casas selladas, son – la muerte, ¿para qué morir tan lentamente?”
Pero pasa el invierno traduciendo (del inglés al ruso, del ruso al francés, del alemán al francés)… sin descanso – ni un día de reposo.
Pasa tres meses en Moscú en el apartamento de un profesor amigo; está vendiendo todos sus libros. Está al borde de la locura, le escribe a Stalin. Subarrienda en Moscú otro apartamento. Una editorial le rechaza un libro de poemas porque contiene una “representación hostil del mundo en que vive el hombre soviético”. Escribe a la hija presa, correspondencia en que describe, a medias, sus padecimientos y le dice que sea valiente, que no pierda el ánimo.
Es ella quien lo pierde. Ha estallado la guerra con Alemania (junio de 1941). Es evacuada con el hijo a la República Tártara, reside en Elábuga, a casi mil kilómetros al este de Moscú. Pide empleo como lavaplatos. El 30 de agosto escribe tres cartas de despedida, a los testigos, al poeta N. Aséiev y a su hijo:
Perdóname, pero en adelante habría sido todavía peor. Estoy gravemente enferma, esto ya no soy yo. Te amo enloquecidamente. Entiende que no podía seguir viviendo. A papá y a Alia diles –si los ves– que los amé hasta el último minuto y explícales que caí en un callejón sin salida.
Y se ahorca.
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En el diario El Mercurio, de Chile, el 26 / 9 / 2010 fue publicada la siguiente nota:
“Todos los días aparecen estudios sobre su obra; cada año sale una biografía; es la autora rusa más leída en su país y en el planeta; su departamento moscovita es sitio de peregrinaje para miles de personas; se planea la construcción de un gran museo en su honor; se ha bautizado con su nombre a un gigantesco barco que transporta turistas al Polo Norte; se han hecho películas, óperas y dramas basados en su vida; las composiciones que Shostakovich le dedicó se han incorporado al repertorio en los teatros de concierto; Susan Sontag, Joseph Brodsky y Doris Lessing se cuentan entre sus fervientes admiradores; Judi Dench lee sus versos en Londres y Nueva York ante salas repletas; en París, Roma, Berlín y muchas ciudades, los textos de Tsvetáieva se agotan en las librerías.”
Vitali Shentalinski. Crimen sin castigo. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2007.
Marina Tsvietáieva. Confesiones. Vivir en el fuego. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2008.
Georgui Efron (Murr). Journal (1939-1943). Traducido del ruso al francés por Simone Goblot. Con prefacio y anotaciones de Véronique Lossky. París: Éditions des Syrtes, 2014.
Anastassia Tsvetaeva. Memorias (Souvenirs). Traducción del ruso por Michèle Kahn. Actes Sud-Solin, 2003.
Ariadna Efron. Crónica de un gulag ordinario. (Chronique d’un goulag ordinaire (1942-1955). Traducción al francés por Simone Goblot. Phébus, 2005.
*—. Marina Tsvietaieva, mi madre (Marina Tsvetaeva, ma mère). Traducción de Simone Goblot. Éditions des Syrtes, 2008.
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