Mi carta de navegación abre con puntos suspensivos.
La he venido llenando al azar
he escrito y borrado tantas veces sobre ella
con desdén, con estruendo, con ingenuidad.
Abundan en su piel los subrayados, los trazos al margen
las tachaduras.
Lo que debía ser correcto itinerario
no son sino círculos concéntricos
o laberintos redondos que me regresan
al comienzo, a la partida repetida, al bostezo.
**
Están las gaviotas poniendo un manto sobre el mar.
Dan al tiempo una sensación de fijeza,
insistentes y ancladas a su línea de flotación.
No van, no vienen, permanecen a dos aguas
entre el quedarse o el irse,
viven la tensión irresuelta de la duda.
Una fuerza en ellas descansa, una gravitación especial:
ser inicio o término de la experiencia,
vuelo o raíz de lo que será.
Desde aquí las miramos como el signo borroso
de lo que quiere avanzar en nosotros
o no quiere.
**
Para entender algo sobre el mar
hay que dejarlo venir.
Que al despertarnos, las sábanas sean su nivel
o que al dormirnos
sigamos lo que arrastra su plomada.
El mar respira
acompasa
es órgano del latir suficiente.
Para entender de él hay que allanar, quitar de en medio
abrir esclusas.
Descubrir en el mismo ritmo otro ritmo.
Darle todo
y así pueda regalarnos lo que ofrece
lo que quita:
la lluvia, la piedra, la sal de todos los días.
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Espesa marea
Samuel González-Seijas
Caracas, 2014
La Laguna de Campoma
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