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La Paciencia: Hay una orgía en ese templo

Una mirada a las prácticas de sexo grupal en la historia y sus representaciones en el arte y la cultura

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A través de los tiempos, las orgías o situaciones de sexo grupal han tenido una doble motivación; por un lado han cumplido desde períodos atávicos un rol mágico religioso y por el otro un rol estrictamente hedonista, que es la forma bajo la cual se dan primordialmente en la actualidad, circunscritas a centros cuya finalidad es comercial, al igual que en el cine pornográfico. Las representaciones de este tipo de actividades inherentes a la cultura humana se han dado además en el ámbito de la plástica, del cine e incluso son marca fundamental de hermosos templos religiosos hindúes, como aquellos que se encuentran en la localidad india de Khajuraho y que están plenos de esculturas con representaciones de sexo grupal. Hoy en día estos templos son patrimonio mundial de la humanidad y se puede ver a grupos de turistas, e incluso a familias, de visita en ellos para observar el preciosismo de sus esculturas. Estas extraordinarias obras tienen una influencia tántrica; la cual está referida al flujo de la energía sexual, tanto masculina como femenina, en el sentido de que ambas devienen como una totalidad.

Virtualmente desde la prehistoria han ocurrido este tipo de prácticas y, como he mencionado antes, en una primera instancia estuvieron asociadas a lo mágico religioso, en este caso a rituales relativos a la fertilidad y por tanto vinculados con las estaciones del año. El carácter religante de la práctica implicaba que los individuos se fundieran en una totalidad más allá de la razón y de la individualidad misma donde las energías sexuales fluyeran con gran poder. Ciertos matices relativos a esto –aunque no plenamente una escena de sexo grupal– pueden observarse en una de las escenas de la producción franco canadiense del año 1981, La guerra del fuego, en la que el lenguaje gutural fue diseñado por Anthony Burgess, autor de La Naranja mecánica (1962).

Ya entrado el período histórico, Heródoto da cuenta del Festival de la Embriaguez en honor a la diosa Sejmet que tenía un carácter profundamente orgiástico y donde la ingesta de sustancias embriagantes jugaba también un rol fundamental. Un caso similar ocurría con las Ménades o Bacantes, quienes eran mujeres adoradoras del dios Dionisos, tanto matronas como doncellas, que sin contacto con hombres llevaban a cabo actividades orgiásticas en las que se combinaba el sexo con el consumo de alcohol y alucinógenos. El ritual incluía el despedazamiento de animales por parte de las Ménades, que era una acción análoga al despedazamiento de Dionisos por parte de los Titanes.

El Imperio Romano también tuvo sus situaciones de sexo grupal y transgresor, sobre todo luego de que sufriera el influjo griego, que era una sociedad más abierta y avanzada desde el punto de vista de la cultura. En tal sentido se hicieron célebres las prácticas del emperador Tiberio, así como de la esposa de Claudio, Mesalina, quien llegó a protagonizar una competencia con Escila –la prostituta más célebre de Roma– para ver quién era más desenfrenada. No obstante, la mayor celebridad en este sentido la obtuvo Calígula –cuyo nombre significa literalmente “botitas­”–. Piezas literarias y producciones tanto de cine y televisión del siglo XX dan cuenta de ello, como lo son Calígula (1979), protagonizada por Malcolm McDowell y en producción de Penthouse. Asimismo, fue de gran refinamiento la producción británica, Yo, Claudio (1976), basada en la pieza homónima de 1934 del autor inglés, Robert Graves. Estas prácticas imperiales tenían, no obstante, un carácter absolutamente hedonista y estaban muy distantes de lo mágico religioso. Adicionalmente, algunos rituales de brujería y aquelarres implicaban también escenas de sexo grupal que tenían analogía con la de las Ménades y, en general, con los rituales de fertilidad. Además, en muchos casos, se buscaba la obtención de poder mediante la magia negra.  

El siglo XX significó una apoteosis de lo sexual y de sus representaciones luego de que se viviera la revolución sexual y la era del porno chic en los años sesenta. Producciones de cine relativas a esto se hicieron célebres, como por ejemplo la escena grupal en forma de rueda de la película Taboo (1980), dirigida por Kirdy Steven, y en donde la impronta estética es clave. Y es que la marca de la intención estética es vital a la hora de representar una escena de esta naturaleza; ello se observa en representaciones que van desde El jardín de las delicias (1503-1515) hasta la depurada fotógrafa alemana Ellen Von Unwerth. Asimismo, piezas fundamentales de la literatura porno erótica, como las Once mil vergas (1907), del surrealista Guillaume Apollinaire, tienen escenas de sexo grupal. Hoy por hoy, sin duda alguna, estas prácticas pasan por la intermediación de lo comercial y están más bien referidas a lo hedonista y a la búsqueda de placer superlativo.

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